América Latina

Por: Raúl Jiménez Lescas

 

1.- Benito Juárez y la Consumación de la Independencia de 1821

“La repugnancia que tenía a la carrera eclesiástica”

Cuando las tropas trigarantes del comandante Antonio de León (Antonio de la Luz Quirino y León y Loyola, 1794-1847) entraron a la verde Antequera a consumar la Independencia (a nombre del Rey Fernando VII que no sabía), Benito Juárez era un joven de 15 años y ya estaba trabajando en la capital de la Intendencia de Oaxaca, en compañía de su hermana, Josefa Juárez. Su recuerdo lo plasmó en sus “Apuntes para mis hijos”, donde cuenta cómo se escapó de San Pablo Guelatao para llegar a la verde Antequera a los 12 años cumplidos. Por cierto el recorrido lo hizo a “pata” y duró todo un día caminando por la hoy llamada Sierra Juárez.

“En los primeros días -recordó Benito Juárez- me dediqué a trabajar en el cuidado de la granja ganando dos reales diarios para mi subsistencia, mientras encontraba una casa en qué servir. Vivía entonces en la ciudad un hombre piadoso y muy honrado que ejercía el oficio de encuadernador y empastador de libros. Vestía el hábito de la Orden Tercera de San Francisco y aunque muy dedicado a la devoción y a las prácticas religiosas era bastante despreocupado y amigo de la educación de la juventud. Las obras de Feijóo y las epístolas de San Pablo eran los libros favoritos de su lectura. Ese hombre se llamaba don Antonio Salanueva quien me recibió en su casa ofreciendo mandarme a la escuela para que aprendiese a leer y a escribir. De este modo quedé establecido en Oaxaca el 7 de enero de 1819”.

Dos años después, todos los oaxaqueños salieron, el 31 de julio de 1821, a vitorear las tropas trigarantes al mando de Antonio de León en el llamado "Zócalo" oaxaqueño. Habiendo pasado por la garita del marquesado pasaron por donde hoy está el Monumento a Antonio de León (foto). Venían combatiendo a los realistas desde Huajuapan, Nochixtlán y Etla.

Inferimos, no hay testimonio escrito, que ese joven zapoteco que aún no hablaba el castellano, también salió a ver o vitorear la entrada triunfal de la Trigarancia.

Años después, ese joven se volvió alumno destacado del ya General Antonio de León, su maestro y tutor político.

Benito Juárez de seminarista a estudiante liberal

Con la Consumación de la Independencia (1821), el “Comandante de las Tres Mixtecas”" Antonio de León impulsó lo que hoy llamamos Educación Civil y nació el Instituto de Ciencias y Artes separado del Seminario Pontificio de la Santa Cruz de Oaxaca (fundado en 1673) un año después de que Fray Francisco de Burgoa publicó su magna obra (Geográfica descripción de la parte septentrional del polo ártico de la América y Nueva Iglesia de las Indias Occidentales, y sitio astronómico de esta provincia de predicadores de Antequera Valle de Oaxaca, 1672).

Señala el cronista oaxaqueño: “Originalmente el Instituto funcionó en el exconvento de San Pablo, que en su día fue el primer convento que construyeron los Dominicos en Oaxaca, pero que debido a un temblor se desplomó y los frailes tuvieron que trasladarse al de Santo Domingo sin que éste, estuviera terminado. Hoy el exconvento de San Pablo está acondicionado como un hotel.”.

Los profesores liberales (de corte gaditano) abrieron paso a las carreras liberales, por lo que la iglesia y las autoridades del Seminario le declararon la guerra alentando todo tipo de rumores y chismes (típico de los conservadores) contra ese Instituto y sus estudiantes. Uno de ellos fue el joven Benito Juárez, que se salió del Seminario para inscribirse en el Instituto liberal.

Juárez entró al Seminario oaxaqueño en calidad de “capense” porque era zapoteco y a las autoridades les interesaba mucho que los zapotecos fueran sacerdotes para trabajar en las Repúblicas de Indios porque comprenden en su lengua la doctrina católica, apostólica y romana. Pero Benito dejó el Seminario y se volvió, al parecer, un buen estudiante (Excelente nemine discrepante) del naciente Instituto de Ciencias y Artes y aprendió el castellano.

En palabras de Benito: “Allanado de ese modo mi camino entré a estudiar gramática latina al Seminario en calidad de capense el día 18 de octubre de 1821, por supuesto sin saber gramática castellana, ni las demás materias de la educación primaria. Desgraciadamente no sólo en mí se notaba ese defecto, sino en los demás estudiantes generalmente por el atraso en que se hallaba la instrucción pública en aquellos tiempos.”.

“Comencé, pues, mis estudios bajo la dirección de profesores que siendo todos eclesiásticos la educación literaria que me daban debía ser puramente eclesiástica. En agosto de 1823 concluí mi estudio de gramática latina, habiendo sufrido los dos exámenes de estatuto con las calificaciones de Excelente. En ese año no se abrió curso de artes y tuve que esperar hasta el año siguiente para comenzar a estudiar filosofía por la obra del padre Jaquier; pero antes tuve que vencer una dificultad grave que se me presentó y fue la siguiente: luego que concluí mi estudio de gramática latina mi Padrino manifestó gran interés porque pasase yo a estudiar Teología moral para que el año siguiente comenzara a recibir las órdenes sagradas. Esta indicación me fue muy penosa, tanto por la repugnancia que tenía a la carrera eclesiástica, como por la mala idea que se tenía de los sacerdotes que sólo estudiaban gramática latina y Teología moral y a quienes por este motivo se ridiculizaba llamándolos Padres de Misa y Olla o Lárragos. Se les daba el primer apodo porque por su ignorancia sólo decían misa para ganar la subsistencia y no les era permitido predicar ni ejercer otras funciones que requerían instrucción y capacidad; y se les llamaba Lárragos, porque sólo estudiaban Teología moral por el Padre Lárraga. De modo que pude manifesté a mi Padrino con franqueza este inconveniente, agregándole que no teniendo yo todavía la edad suficiente para recibir el Presbiterado nada perdía con estudiar el curso de artes. Tuve la fortuna de que le convencieran mis razones y me dejó seguir mi carrera, como yo lo deseaba.

“En el año de 1827 concluí el curso de artes habiendo sostenido en público dos actos que se me señalaron y sufrido los exámenes de reglamento con las calificaciones de Excelente nemine discrepante y con algunas notas honrosas que me hicieron mis sinodales.

“En este mismo año se abrió el curso de Teología y pasé a estudiar este ramo, como parte esencial de la carrera o profesión a que mi Padrino quería destinarme, y acaso fue ésta la razón que tuvo para no instarme ya a que me ordenara prontamente.”.

Muchos años después, Benito dejó en sus Apuntes:

“En lo particular del Estado de Oaxaca donde yo vivía se verificaban también, aunque en pequeña escala, algunos sucesos análogos a los generales de la Nación. Se reunió un Congreso Constituyente que dio la Constitución del Estado. Los partidos Liberal y Retrógrado tomaron sus denominaciones particulares llamándose Vinagre el primero y Aceite el segundo. Ambos trabajaron activamente en las elecciones que se hicieron de diputados y senadores para el primer Congreso Constitucional. El Partido Liberal triunfó sacando una mayoría de diputados y senadores liberales, a lo que se debió que el Congreso diera algunas leyes que favorecían la libertad y el progreso de aquella sociedad, que estaba enteramente dominada por la ignorancia, el fanatismo religioso y las preocupaciones. La medida más importante por sus trascendencias saludables y que hará siempre honor a los miembros de aquel Congreso fue el establecimiento de un Colegio Civil que se denominó Instituto de Ciencias y Artes; independiente de la tutela del clero, y destinado para la enseñanza de la juventud en varios ramos del saber humano, que era muy difícil aprender en aquel Estado donde no había más establecimiento literario que el Colegio Seminario Conciliar; en que se enseñaba únicamente Gramática Latina, Filosofía, Física elemental y Teología; de manera que para seguir otra carrera que no fuese la eclesiástica o para perfeccionarse en algún arte u oficio era preciso poseer un caudal suficiente para ir a la Capital de la Nación o a algún país extranjero para instruirse o perfeccionarse en la ciencia, o arte a que uno quisiera dedicarse. Para los pobres como yo, era perdida toda esperanza.

"Al abrirse el Instituto en el citado año de 1827 el doctor don José Juan Canseco, uno de los autores de la ley que creó el establecimiento, pronunció el discurso de apertura, demostrando las ventajas de la instrucción de la juventud y la facilidad con que ésta podría desde entonces abrazar la profesión literaria que quisiera elegir. Desde aquel día muchos estudiantes del Seminario se pasaron al Instituto. Sea por este ejemplo, sea por curiosidad, sea por la impresión que hizo en mí el discurso del Dr. Canseco, sea por el fastidio que me causaba el estudio de la Teología por lo incomprensible de sus principios, o sea por mi natural deseo de seguir otra carrera distinta de la eclesiástica, lo cierto es que yo no cursaba a gusto la cátedra de Teología, a que había pasado después de haber concluido el curso de Filosofía. Luego que sufrí el examen de Estatuto me despedí de mi maestro, que lo era el Canónigo don Luis Morales, y me pasé al Instituto a estudiar jurisprudencia en agosto de 1828.

“El Director y catedráticos de este nuevo establecimiento eran todos del Partido Liberal y tomaban parte, como era natural, en todas las cuestiones políticas que se suscitaban en el Estado. Por esto, y por lo que es más cierto, porque el clero conoció que aquel nuevo plantel de educación, donde no se ponían trabas a la inteligencia para descubrir la verdad, sería en lo sucesivo, como lo ha sido en efecto, la ruina de su poder basado sobre el error y las preocupaciones, le declaró una guerra sistemática y cruel, valiéndose de la influencia muy poderosa que entonces ejercía sobre la autoridad civil, sobre las familias y sobre toda la sociedad. Llamaban al Instituto casa de prostitución y a los catedráticos y discípulos, herejes y libertinos.

“Los padres de familia rehusaban mandar a sus hijos a aquel establecimiento y los pocos alumnos que concurríamos a las cátedras éramos mal vistos y excomulgados por la inmensa mayoría ignorante y fanática de aquella desgraciada sociedad. Muchos de mis compañeros desertaron, espantados del poderoso enemigo que nos perseguía. Unos cuantos nomás quedamos sosteniendo aquella casa con nuestra diaria concurrencia a las cátedras.

“En 1829 se anunció una próxima invasión de los españoles por el Istmo de Tehuantepec, y todos los estudiantes del Instituto ocurrirnos a alistarnos en la milicia cívica, habiéndoseme nombrado teniente de una de las compañías que se organizaron para defender la independencia nacional. En 1830 me encargué en clase de sustituto de la cátedra de Física con una dotación de 30 pesos con los que tuve para auxiliarme en mis gastos. En 1831 concluí mi curso de jurisprudencia y pasé a la práctica al bufete del Lic. don Tiburcio Cañas. En el mismo año fui nombrado Regidor del Ayuntamiento de la Capital, por elección popular, y presidí el acto de Física que mi discípulo don Francisco Rincón dedicó al Cuerpo Académico del Colegio Seminario.”.

Se graduó de abogado y después fue catedrático de esa institución. Impartió cátedra en el "Paraninfo" (actualmente en el edificio de rectoría de la UABJO). Recuerda la historiadora, Liliana Pérez Velasco: "Entre los documentos existe una lista fechada el 31 de Octubre de 1832, sobre algunas cátedras que se impartían en el Instituto de Ciencias y Artes, entre ellas: Derecho canónico, Derecho Civil, Derecho Público, Medicina, Lógica, Gramática, Dibujo y Física. En esta última destaca su titular Benito Juárez como responsable de impartirla. Posteriormente supimos que también tuvo a su cargo las cátedras de Derecho canónico y Derecho Civil.".

El Instituto fue el Alma Mater de Benito Juárez y un puñado de liberales que destacaron en la Reforma de 1857. La formación política de Juárez fue sólida, de avanzada, liberal y, aprendiendo el arte de gobernar, con el comandante Antonio de León a su lado, tenían los cimientos para ser no sólo gobernador de Oaxaca, sino presidente de la República y Benemérito de las Américas.

2.- De teniente a presidente de la República

Benito Juárez antimperialista

Le tocó a Benito jugársela por la Nación ante las invasiones: española de Barradas en 1829; la Guerra de los Pasteles o primera invasión francesa de 1838-1839; la invasión gringa de 1846-1848 y la franco-belga para imponer el Imperio de Maximiliano (1862-1867). Por eso fue un antiimperialista antes de que existiera el imperialismo del capital financiero. Antimperialista porque luchó contra los imperialistas que buscaban retomar su antigua colonia o imponer un nuevo dominio colonial.

Como ya sabemos, Juárez era un joven cuando se Consumó la Independencia de México en 1821 y, luego, de 19 años cumplidos vio cómo se erigió la Primera República Federal con los antiguos insurgentes al mando: Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Nicolás Bravo, Carlos María de Bustamante (su paisano) y fray Servando Teresa de Mier. De ahí su gusto y simpatía por las obras e ideas de don Vicente Guerrero, que traicionado por un tal Picaluga, fue fusilado en el ex convento de Cuilapan, cerca de la capital oaxaqueña el 14 de febrero de 1838.

Juárez ante la invasión de Barradas y la primera de los franceses

De puño y letra Benito lo heredó a sus hijos: “En 1829 se anunció una próxima invasión de los españoles por el Istmo de Tehuantepec, y todos los estudiantes del Instituto ocurrirnos a alistarnos en la milicia cívica, habiéndoseme nombrado teniente de una de las compañías que se organizaron para defender la independencia nacional.”. Tal fue el ambiente que se respiró en México que como Nación estaba en pañales, pero firmemente conducido por el presidente Vicente Guerrero.

Cuando los franceses bloquearon el puerto de Veracruz (Guerra de los Pasteles), Benito Juárez estaba defendiendo a los nativos de Loxicha o preso. Sigamos el relato del mismísimo Benito: “Quedaban pues cerradas las puertas de la justicia para aquellos infelices que gemían en la prisión, sin haber cometido ningún delito, y sólo por haberse quejado contra las vejaciones de un cura. Implacable éste en sus venganzas, como lo son generalmente los sectarios de alguna religión, no se conformó con los triunfos que obtuvo en los tribunales sino que quiso perseguirme y humillarme de un modo directo, y para conseguirlo hizo firmar al juez Feraud un exhorto, que remitió al juez de la Capital, para que procediese a mi aprehensión y me remitiese con segura custodia al pueblo de Miahuatlán, expresando por única causa de este procedimiento, que estaba yo en el pueblo de Loxicha sublevando a los vecinos contra las autoridades ¡y estaba yo en la ciudad distante cincuenta leguas del pueblo de Loxicha donde jamás había ido!

“El juez de la Capital que obraba también de acuerdo con el cura, no obstante de que el exhorto no estaba requisitado conforme a las leyes, pasó a mi casa a la medianoche y me condujo a la cárcel sin darme más razón que la de que tenía orden de mandarme preso a Miahuatlán. También fue conducido a la prisión el licenciado don José Inés Sandoval a quien los presos habían solicitado para que los defendiese.”.

Juárez se doblaba pero no se rompía. Su sólida formación liberal y sus ideales lo llevaron a seguir su lucha saliendo de la cárcel: “Estos golpes que sufrí y que veía sufrir casi diariamente a todos los desvalidos que se quejaban contra las arbitrariedades de las clases privilegiadas en consorcio con la autoridad civil, me demostraron de bulto que la sociedad jamás sería feliz con la existencia de aquéllas y de su alianza con los poderes públicos y me afirmaron en mi propósito de trabajar constantemente para destruir el poder funesto de las clases privilegiadas. Así lo hice en la parte que pude y así lo haría el Partido Liberal; pero por desgracia de la humanidad el remedio que entonces se procuraba aplicar no curaba el mal de raíz, pues aunque repetidas veces se lograba derrocar la administración retrógrada reemplazándola con otra liberal, el cambio era sólo de personas y quedaban subsistentes en las leyes y en las constituciones los fueros eclesiástico y militar, la intolerancia religiosa, la religión de Estado y la posesión en que estaba el clero de cuantiosos bienes de que abusaba fomentando los motines para cimentar su funesto poderío. Así fue que apenas se establecía una administración liberal, cuando a los pocos meses era derrocada y perseguidos sus partidarios.”.

De tal forma que entre 1839-1843 se dedicó a su profesión y, se casó con doña Margarita Maza en 1843, a los 33 años cumplidos.

Además de su sólida formación política y académica, su experiencia política fue creciendo: diputado local de Oaxaca, magistrado interino, “exiliado” en Tehuacán, Puebla y preso político. Su maestro, el general Antonio de León (consumador de la independencia en Oaxaca) lo llamó a su gobierno. Dice Benito en sus Apuntes: “En 1844, el gobernador del Estado, Gral. don Antonio León, me nombró secretario del despacho del Gobierno y a la vez fui electo vocal suplente de la Asamblea Departamental. A los pocos meses se procedía a la renovación de los Magistrados del Tribunal Superior del Estado, llamado entonces Departamento porque regía la forma central en la Nación y fui nombrado fiscal segundo del mismo.”.

Al año siguiente, 1845, fue electo por unanimidad de votos para ocupar una curul en la Asamblea Departamental, misma que fue disuelta al año siguiente por la “sedición militar, acaudillada por el general Paredes, que teniendo orden del Presidente don José Joaquín de Herrera, para marchar a la frontera, amagada por el ejército americano, se pronunció en la hacienda del Peñasco del Estado de San Luis Potosí y contramarchó para la Capital de la República a posesionarse del Gobierno, como lo hizo; entregándose completamente a la dirección del Partido Monárquico Conservador. El Partido Liberal no se dio por vencido. Auxiliado por el Partido Santanista trabajó activamente hasta que logró destruir la administración retrógrada de Paredes, encargándose provisionalmente de la Presidencia de la República el Gral. don Mariano Salas.”.

Juárez ante la invasión gringa

Recordó Benito que “En Oaxaca fue secundado el movimiento contra Paredes por el Gral. don Juan Bautista Díaz; se nombró una Junta Legislativa y un Poder Ejecutivo compuesto de tres personas que fueron nombradas por una Junta de Notables. La elección recayó en don Luis Fernández del Campo, don José Simeón Arteaga y en mí y entramos desde luego a desempeñar este encargo con que se nos honró. Dada cuenta al Gobierno general de este arreglo resolvió que cesase la Junta Legislativa y que sólo don José Simeón Arteaga quedara encargado del Poder Ejecutivo del Estado. Yo debí volver a la Fiscalía del Tribunal que era mi puesto legal, pero el Gobernador Arteaga lo disolvió para reorganizarlo con otras personas y en consecuencia procedió a su renovación nombrándome Presidente o Regente como entonces se llamaba al que presidía el Tribunal de Justicia del Estado.”.

La Patria estaba invadida por el ejército de conquista y “El Gobierno general convocó a la Nación para que eligiese sus representantes con amplios poderes para reformar la Constitución de 1824 y yo fui uno de los nombrados por Oaxaca, habiendo marchado para la Capital de la República a desempeñar mi nuevo encargo a principios de diciembre del mismo año de 46. En esta vez estaba ya invadida la República por fuerzas de los Estados Unidos del Norte: el Gobierno carecía de fondos suficientes para hacer la defensa y era preciso que el Congreso le facilitara los medios de adquirirlos. El diputado por Oaxaca don Tiburcio Cañas hizo iniciativa para que se facultara al Gobierno para hipotecar parte de los bienes que administraba el clero a fin de facilitarse recursos para la guerra. La proposición fue admitida y pasada a una comisión especial, a que yo pertenecí, con recomendación de que fuese despachada de preferencia. En 10 de enero de 1847 se presentó el dictamen respectivo consultándose la adopción de la medida que se puso inmediatamente a discusión. El debate fue sumamente largo y acalorado, porque el partido moderado, que contaba en la Cámara con una grande mayoría, hizo una fuerte oposición al proyecto. A las dos de la mañana del día 11 se aprobó, sin embargo, el dictamen en lo general; pero al discutirse en lo particular la oposición estuvo presentando multitud de adiciones a cada uno de sus artículos con la mira antipatriotica de que aun cuando saliese aprobado el decreto tuviese tantas trabas que no diese el resultado que el Congreso se proponía. A las 10 de la mañana terminó la discusión con la aprobación de la ley, que, por las razones expresadas, no salió con la amplitud que se deseaba.”.

Año fatídico el del 47, como diría el historiador michoacano don Luís González y González. Benito luchando contra los invasores desde su trinchera. Por cierto, ahí en el Congreso Federal y en la Ciudad de México, Juárez conoció a otro liberal destacado, el tapatío don Mariano Otero y Mestas (1817-1850), diputado por Jalisco, el mismo que, señaló la historiadora Doralicia Carmona (Memoria Política de México): “En el congreso constituyente de 1847, participó en la formulación del Acta de Reformas que restauró la Constitución federal de 1824, como una manera de conciliar a los grupos políticos mientras el ejército mexicano enfrentaba la guerra que le impusieron los Estados Unidos. En el artículo 25 de dicha Acta se encuentran las ideas de Otero acerca del amparo, esto es, se otorga a los tribunales de la federación competencia para proteger a cualquier habitante de la República en el ejercicio y conservación de sus derechos constitucionales y leyes respectivas, contra todo ataque de los poderes legislativo y ejecutivo federales o estatales, limitándose dichos tribunales a impartir su protección en el caso particular, pero sin ninguna declaración general respecto de la ley o acto que la motivara.”.

Los diputados federales hicieron su chamba, pero Benito, sin recursos para sostenerse en la capital de la República invadida, regresó a su tierra en agosto de ese año. Por su parte, su colega de armas: “Firmado el Tratado de Guadalupe Hidalgo, Otero votó, junto con otros tres diputados, en contra de su aprobación porque el Ejecutivo carecía de facultades para negociarlo, y porque se despojaba a México de vastos territorios que no eran materia de disputa al comenzar la guerra (la materia era la disputa sólo por Texas, no más), lo que mostraba con claridad que la invasión norteamericana era exclusivamente una brutal guerra de conquista para despojar de todo el territorio que pudiera ser arrebatado; por eso, propuso que el Congreso se negara a reconocer cualquier acuerdo que implicara enajenación alguna del territorio nacional.”.

El carácter de Benito Juárez se mostró con todo su esplendor al tomar las riendas del gobierno oaxaqueño y prohibió al general Antonio López de Santa Anna que cruzara el territorio en su huida a Centroamérica, tras renunciar a la presidencia luego de la toma de la capital de México por las tropas del general Winfield Scott en septiembre de 1847, el año funesto para la República.

Por su parte, el general Antonio de León, maestro y tutor político de Benito, decidió encabezar el batallón de oaxaqueños que defendió Molino de Rey en Chapultepec y, ahí, cayó en combate el 8 de septiembre de 1847. Según la memoria de la SEDENA: “Las defensas del Molino del Rey quedaron reducidas a un efectivo aproximado de 4,000 elementos integrados por la Brigada del General Antonio de León, el 4/o. Batallón Ligero, el 11/o. Batallón de Línea y los Batallones de Guardia Nacional Libertad, Unión, Querétaro y Mina, este último comandado por el Coronel Lucas Balderas.

“A las primeras horas de la mañana del 8 de septiembre, la Artillería Norteamericana comenzó con el ataque. A pesar de la superioridad de las armas del ejército norteamericano, las tropas mexicanas lograron rechazar una y otra vez al invasor, causándole numerosas bajas. En tan críticas circunstancias para el enemigo, se ordenó que una División de Caballería al mando del General Juan Álvarez que se encontraba en las cercanías de ese lugar cargara con sus dragones sobre el flanco estadounidense, sin embargo, no lograron entrar en acción.

“La llegada de refuerzos extranjeros provocó que el enemigo ganara posición sobre el Molino del Rey y que paulatinamente las tropas mexicanas se dispersaran hacia Chapultepec. El saldo de esta batalla fue de aproximadamente 800 bajas nacionales entre ellas el General Antonio León y el Coronel Lucas Balderas, mientras que el enemigo sufrió poco más de 700 bajas.

“A pesar de la derrota sufrida en el Molino del Rey, este hecho de armas es recordado debido a la valentía, arrojo y patriotismo que mostraron los soldados mexicanos al defender a su nación y la soberanía nacional.”.

Alumno y maestro, Benito y Antonio, Juárez y De León, jugaron su papel en la lucha contra las invasiones extranjeras: de tal palo, tal astilla.

3.- Dos veces cruzó Juárez Panamá: de venida y de regreso (1854-1858)

En sus Apuntes a sus hijos, Benito Juárez recordó su travesía por el Istmo de Panamá: “Viví en esta ciudad [Nueva Orleans] hasta el 20 de junio de 1855 en que salí para Acapulco a prestar mis servicios en la campaña que los generales don Juan Alvarez y don Ignacio Comonfort dirigían contra el poder tiránico de don Antonio López de Santa Anna. Hice el viaje por La Habana y el Istmo de Panamá y llegué al puerto de Acapulco a fines del mes de julio” [de 1855]. Así de fácil, pero en realidad fue toda una travesía de kilómetros por mar y tierra. Más de un mes de travesía. Toda una odisea política, fue la ruta por la Revolución de Ayutla.

El istmo centroamericano estuvo ligado al destino político de Juárez en dos ocasiones. La primera, porque debió cruzar Panamá para embarcarse a Ayutla, donde se gestó una revolución con el general Juan Álvarez al frente; la segunda para pasar del Pacífico al Mar Caribe (en el Atlántico), para instalar su gobierno liberal y constitucional en Veracruz. La primera vez (de venida) fue en 1854, la segunda (de ida), cuatro años después. En esos años no existía el Canal de Panamá, puesto que fue inaugurado hasta agosto de 1914. Así que la travesía de Juárez por el estrecho istmo centroamericano fue un largo, penoso y sinuoso camino.

Juárez no dejó en sus Apuntes a sus hijos sí usó el ferrocarril de Panamá que se había construido a través del istmo (1850 y 1855), con unos 75 kms de extensión, desde Colón en la costa atlántica hasta Panamá en el Pacífico o una parte la recorrió a “pata”. Es probable que la travesía para alcanzar el pacífico haya sido más accidentada. Para Juárez era normal, puesto que caminó por la Sierra Norte de Oaxaca para alcanzar su objetivo. Igualmente, aplica para el Istmo de Panamá. Juárez no se quejaba ni era remilgoso. Llegaba a su destino, aunque el camino fuera un impedimento.

Entonces Panamá era parte de la Gran Colombia y no existía el actual Canal de Panamá. La llamada “Revolución de Independencia” de Panamá ocurrió después, auspiciada por los yanquis. Pero eso es harina de otro costal.

Pero las cosas fueron más dramáticas que las que yo he narrado. Veamos en puño y letra de Juárez. Según los Apuntes de Benito, las cosas sucedieron más o menos así: “Luego que en 1852 dejé de ser gobernador del Estado se me nombró Director del Instituto de Ciencias y Artes y a la vez catedrático de Derecho Civil. En esos días ya había estallado el motín llamado revolución de Jalisco, contra el orden constitucional existente y en favor del Partido Retrógrado. Aunque yo no ejercía ya mando ninguno en el Estado, fui sin embargo perseguido no sólo por los revoltosos que se apoderaron de la administración pública, sino aun por los mismos que habían sido mis correligionarios y que bajo mi administración había yo colocado en algunos puestos de importancia.”. Como vemos, Juárez llamó a los conservadores “Partido Retrógrado” y lo eran. Representaban al viejo régimen, al viejo y caduco poder de dominación iniciado por la familia Cortés.

La aprehensión y deportación de Juárez por la dictadura de Santa Anna fue narrada por su protagonista: “El día 25 de mayo de 1853 volví del pueblo de Ixtlán donde fui a promover una diligencia judicial en ejercicio de mi profesión. El día 77 del mismo mes fui a la Villa de Etla distante cuatro leguas de la ciudad a producir una información de testigos a favor del pueblo de Teococuilco, y estando en esta operación como a las doce del día llegó un piquete de tropa armada a aprehenderme y a las dos horas se me entregó un pasaporte con la orden en que se me confinaba a la Villa de Jalapa del estado de Veracruz. El día 28 salí escoltado por una fuerza de caballería con don Manuel Ruiz y don Francisco Rincón que iban igualmente confinados a otros puntos fuera del Estado.”.

Empezó entonces el peregrinar de Benito: “El día 4 de junio llegué a Tehuacán en donde se retiró la escolta. Desde ahí dirigí una representación contra la orden injusta que en mi contra se dictó. El día 25 llegué a Jalapa, punto final de mi destino. En esta villa permanecí setenta y cinco días, pero el gobierno del general Santa Anna no me perdió de vista ni me dejó vivir en paz, pues a los pocos días de mi llegada ahí recibí una orden para ir a Jonacatepeque del estado de México, dándose por motivo de esta variación el que yo había ido a Jalapa desobedeciendo la orden del gobierno que me destinaba al citado Jonacatepeque.”

Pero en realidad fue el pretexto de la dictadura para “mortificarme porque el pasaporte y orden que se me entregaron en Oaxaca decían terminantemente que Jalapa era el punto de mi confinamiento. Lo representé así y no tuve contestación  alguna. Se hacía conmigo lo que el lobo de la fábula hacía con el cordero cuando le decía que le enturbiaba su agua. Yo me disponía a marchar para Jonacatepeque cuando recibí otra orden para ir al Castillo de Perote. Aún no había salido de Jalapa para este último punto cuando se me previno que fuera a Huamantla del estado de Puebla, para donde emprendí mi marcha el día 12 de septiembre; pero tuve necesidad de pasar por Puebla para conseguir algunos recursos con que poder subsistir en Huamantla donde no me era fácil adquirirlos.”.

El peregrinar de Juárez aún no terminaba: “Logrado mi objeto dispuse mi viaje para el día 19; más  a las diez de la noche de la víspera de mi marcha fui aprehendido por don José Santa Anna, hijo de don Antonio, y conducido al cuartel de San José, donde permanecí incomunicado hasta el día siguiente que se me sacó escoltado e incomunicado para el castillo de San Juan de Ulúa, donde llegué el día 29. El capitán don José Isasi fue el comandante de la escolta que me condujo desde Puebla hasta Veracruz. Seguí incomunicado en el castillo hasta el día 9 de octubre a las once de la mañana en que el gobernador del castillo, don Joaquín Rodal, me intimó la orden de destierro para Europa entregándome el pasaporte respectivo.”.

Juárez había enfermado y se aprestó para su exilio en el extranjero: “Me hallaba yo enfermo en esta vez y le contesté al gobernador que cumpliría la orden que se me comunicaba, luego que estuviese aliviado; pero se manifestó inexorable díciéndome que tenía orden de hacerme embarcar en el paquete inglés Avon que debía salir del puerto a las dos de la tarde de aquel mismo día y, sin esperar otra respuesta, él mismo recogió mi equipaje y me condujo al buque. Hasta entonces cesó la incomunicación en que había yo estado desde la noche del 12 de septiembre.”.

Zarpó el oaxaqueño a Cuba: “El día 9 llegué a La Habana donde, por permiso que obtuve del capitán general Cañedo, permanecí hasta el día 18 de diciembre que pasé para Nueva Orleans donde llegué el día 29 del mismo mes. Viví en esta ciudad hasta el 20 de junio de 1855 en que salí para Acapulco a prestar mis servicios en la campaña que los generales don Juan Alvarez y don Ignacio Comonf ort dirigían contra el poder tiránico de don Antonio López de Santa Anna. Hice el viaje por La Habana y el Istmo de Panamá y llegué al puerto de Acapulco a fines del mes de julio.”.

El general Santa Anna fue duro con los exiliados: “Lo que me determinó a tomar esta resolución fue la orden que dio Santa Anna de que los desterrados no podrían volver a la República sin prestar previamente la protesta de sumisión y obediencia al poder tiránico que ejercía en el país. Luego que esta orden llegó a mi noticia hablé a varios de mis compañeros de destierro y dirigí a los que se hallaban fuera de la ciudad una carta que debe existir entre mis papeles, en borrador, invitándolos para que volviéramos a la patria, no mediante la condición humillante que se nos imponía, sino a tomar parte en la revolución que ya se operaba contra el tirano para establecer un gobierno que hiciera feliz a la nación por los medios de la justicia, la libertad y la igualdad. Obtuve el acuerdo de ellos habiendo sido los principales: don Guadalupe Montenegro, don José Dolores Zetina, don Manuel Cepeda Peraza, don Esteban Calderón, don Melchor Ocampo, don Ponciano Arriaga y don José María Mata. Todos se fueron para la frontera de Tamaulipas y yo marché para Acapulco.”.

Para el estudioso de la Revolución de Ayutla, Raúl González Lezama, “El último gobierno de Antonio López de Santa Anna resultó ser un auténtico fracaso, lejos de lograr la unidad y estabilidad política que se esperaba obtener cuando se le permitió establecer un gobierno fuerte que se creía necesario para obtener esos objetivos, consiguió un gobierno tiránico que lastimaba a todas las esferas de la sociedad. Salvo algunas manifestaciones menores que fueron duramente suprimidas, la mayoría de los grupos carecían de las armas y la organización necesarias para oponerse al dictador.”.

Recordó la historiadora Doralicia Carmona, “En medio de esta lucha entre liberales y conservadores, en mayo de 1853 Santa Anna envía a Juárez prisionero a San Juan de Ulúa, luego a La Habana y de ahí se le deporta a Nueva Orleans donde para sobrevivir, trabaja en un taller de imprenta –enferma de fiebre amarilla– y como torcedor de tabaco. Ahí, durante dieciocho meses, consolida sus ideas liberales y su acercamiento con personajes como Melchor Ocampo, hombre inclinado hacia el socialismo utópico, que mayor influencia ejerció sobre Juárez; y de intelectuales como Ponciano Arriaga, liberal social; de José María Mata, radical liberal, y de José Guadalupe Montenegro, también exiliados. Todos buscaban terminar el estado colonial persistente –estamental y corporativo– para implantar un nuevo estado nacional laico y tolerante –republicano, federal y democrático–; crear una verdadera ciudadanía –libre de fueros militares y clericales– mediante una educación racional no religiosa; y sacar de la ruina al erario público por medio de la secularización de los bienes eclesiásticos, y reanimar así la economía mexicana estancada desde la independencia.”.

4.- Juárez y su segundo paso por Panamá: 25 días en el mar y poca tierra

La conspiración conservadora de Landa

Un 28 de marzo pero de 1858, el presidente Benito Juárez con su gabinete, tras salvar la vida en Guadalajara durante el levantamiento del coronel Antonio Landa (opositor a la Constitución de 1857), arribaron a Colima; días después, zarparon de Manzanillo al puerto de Veracruz donde instaló su gobierno, contó la historiadora Doralicia Carmona de Memoria Política. Parece fácil el trayecto de pasar de un océano a otro, pero la travesía inesperada fue muy difícil. Juárez se aprestó para cruzar por segunda vez el Istmo de Panamá y esta vez, lo hizo en 25 noches marítimas y 75 kilómetros de líneas férreas. Así era Juárez: aferrado, por eso dicen en Oaxaca: “Me hace lo que el viento a Juárez”.

El Tiempo de Jalisco nos contó que: “El cabecilla visible de los desafectos fue el coronel [Antonio] Landa. Aunque la participación del coronel fue sumamente activa y notoria, en realidad, de otros fue la iniciativa, como después veremos. Antes de pasar a las acciones militares, Landa aseguró el respaldo de muchos de sus compañeros de armas haciendo circular entre ellos el Plan de Tacubaya y, de paso, les explicó por qué decidió respaldar el pronunciamiento.”.

En opinión de Manuel Cambre, “... fueron dos clérigos de Guadalajara quienes organizaron la conspiración. Como cabeza del movimiento estaba el canónigo Rafael Homobono Tovar, lo secundaba el prior del Carmen, Fray Joaquín de San Alberto. Otros implicados eran los licenciados Manuel de la Hoz, José María Peón Valdés y Tomás Ruiseco. Este último publicaba el periódico la ilustración. También formaban parte de la conspiración Urbano Tovar, Manuel Mancilla y Felipe Rodríguez; ellos, como menciona Cambre, con el auxilio del escribano Ramón Barbosa y el licenciado Miguel España, redactaban un periódico clandestino intitulado La Tarántula.” (El Tiempo de Jalisco).

El 16 de febrero de 1858, llegó Juárez a Guadalajara junto con su comitiva, según nos narra en su diario el futuro representante del gobierno juarista ante Washington, Matías Romero. Romero menciona que el 15 del mes salieron de Guanajuato y el 16 despertaron en Tepatitlán. Al mediodía pasaron por Zapotlanejo y de allí partieron a San Pedro. Por la tarde estaban ya en la capital tapatía (Romero, 2006, pág. 63).

El presidente se enteró que Anastasio Parrodi, general en jefe de los ejércitos constitucionalistas o liberales se había rendido en la Perla Tapatía sin ofrecer resistencia, por lo que nombró al general Santos Degollado ministro de Guerra y Marina, General en Jefe del Ejército republicano y le concedió facultades extraordinarias en los ramos de Guerra y Hacienda, para continuar la lucha en los estados del norte y occidente (Memoria Política). Santos Degollados, el hombre fuerte del gobierno juarista.

Según Doralicia Carmona, el itinerario que siguieron Juárez y sus ministros (Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Manuel Ruiz y León Guzmán) fue penoso: El 11 de abril de 1858 zarparon a bordo del vapor “John L. Stiffers”, de Manzanillo para tocar tierra panameña una semana después, el día 18; en ferrocarril prosiguen hasta Colón ó Aspinwall; al día siguiente, embarcan en el velero Granada y arriban a La Habana el día 22; tres días después, el 25 trasbordaron al Filadelfia y, el 28 por la tarde, desembarcan en Nueva Orleans (ahí donde estuvo exiliado). El 1º de mayo en el vapor Tennessee se dirigieron a Veracruz donde llegaron la noche del 4 de mayo del mismo año. El recorrido desde Manzanillo a Veracruz, del Océano Pacífico al  Golfo de México fue del 11 de abril al 5 de mayo de 1858, 28 noches y 75 kilómetros de vías férreas. De la Luna Cuarto Menguante a la Luna Llena, pasando por la Cuarto Reciente.

En Manzanillo, recuerdan año con año la breve estancia del presidente liberal en ese puerto. El cronista de la ciudad Horacio Archundia Guevara afirmó, a la Agencia AF Noticias, que el presidente estuvo en dicho puerto del 9 al 11 de abril, que durmió en el Mesón de la Fermina (Botica de Don Carlos) antes de zarpar a Centroamérica.

Juárez y sus ministros fueron recibidos por el H. Ayuntamiento de Veracruz; el pueblo jarocho los saludó a su paso con vivas y estrepitosos aplausos al responder al mensaje de bienvenida, Juárez dijo: “Redoblaré mis esfuerzos hasta sacrificar mi existencia, si fuere necesario, para restablecer la paz y consolidar la libertad y la independencia de la nación”. Así de obstinado fue Benito.

Después del desfile militar, se instaló el gabinete liberal. La Reforma o Segunda Transformación de México no podía detenerse, estaba en muy buenas manos: Juárez, Ocampo, Prieto, Ruiz y Guzmán, mientras que Degollado arengó al ejército liberal y tembló en su centro la tierra.

5.- Aquel 23 de noviembre de 1855. La “Ley Juárez” abrió la Segunda Transformación de México (La Reforma)

De gobernador a exiliado; de revolucionario de Ayutla a reformador del Estado

El paso de la Primera Transformación (cuando Benito era un niño) a la Segunda Transformación (cuando Benito era presidente) medió una revolución dirigida por un viejo insurgente formado por el generalísimo Morelos en su paso por la Tierra Caliente, un congreso constituyente que elaboró una nueva Constitución y una Guerra de 3 años o de Reforma. Ninguna transformación ha sido miel sobre hojuelas… ¿Por qué tendría que serlo la Cuarta Transformación que el país requiere?

Ya sabemos que Benito Juárez viajó desde Nueva Orleans (Océano Atlántico) hasta Acapulco y Ayutla en el Océano Pacífico para unirse al Plan de Ayutla, a la revolución contra la dictadura del general Antonio López de Santa Anna (El seductor de la Patria), al gabinete del presidente Juan Álvarez y redactó la primera Ley de Reforma, que lleva su nombre: “Ley Juárez”.

Juárez de puño y letra nos lo contó: “Como el pensamiento de la revolución era constituir al país sobre las bases sólidas de la libertad e igualdad y restablecer la independencia del poder civil, se juzgó indispensable excluir al clero de la representación nacional, porque una dolorosa experiencia había demostrado que los clérigos, por ignorancia, o por malicia, se creían en los congresos representantes sólo de su clase y contrariaban toda medida que tendiese a corregir sus abusos y a favorecer los derechos del común de los mexicanos. En aquellas circunstancias, era preciso privar al clero del voto pasivo, adoptándose este contraprincipio en bien de la sociedad, a condición de que una vez que se diese la constitución y quedase sancionada la Reforma los clérigos quedasen expeditos al igual de los demás ciudadanos para disfrutar del voto pasivo en las elecciones populares.”.

Así era Juárez que abrazó la religión de sus padre y madre, pero que como liberal creyó que el Estado debería ser laico y separado de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Una revolución de las conciencias como le llamaría Enrique Dussel.

Obviamente los revolucionarios no todos estuvieron de acuerdo, en especial el próximo presidente de la Revolución de Ayutla, el general Comonfort. Lo escribió Juárez: “El general Comonfort no participaba de esta opinión porque temía mucho a las clases privilegiadas y retrógradas. Manifestó sumo disgusto porque en el Consejo formado en Iguala no se hubiera nombrado a algún eclesiástico, aventurádose alguna vez a decir que sería conveniente que el Consejo se compusiese en su mitad de eclesiásticos, y de las demás clases la otra mitad. Quería también que continuaran colocados en el ejército los generales, jefes y oficiales que hasta última hora habían servido a la tiranía que acababa de caer.”.

Muchos años después, Juárez reflexionó sobre su permanencia en el gabinete de la Revolución de Ayutla: “Lo que más me decidió a seguir en el Ministerio fue la esperanza que tenía de poder aprovechar una oportunidad para iniciar alguna de tantas reformas que necesitaba la sociedad para mejorar su condición, utilizándose así los sacrificios que habían hecho los pueblos para destruir la tiranía que los oprimía.”.

Camino a la Reforma

Escribió de puño y letra Juárez: “Mientras llegaban los sucesos que debían precipitar la retirada del señor [Juan] Álvarez y la elevación del señor [Ignacio] Comonfort a la presidencia de la República, yo me ocupé en trabajar la ley de administración de justicia. Triunfante la revolución era preciso hacer efectivas las promesas reformando las leyes que consagraban los abusos del poder despótico que acababa de desaparecer. Las leyes anteriores sobre administración de justicia adolecían de ese defecto, porque establecían tribunales especiales para las clases privilegiadas haciendo permanente en la sociedad la desigualdad que ofendía la justicia, manteniendo en constante agitación al cuerpo social.”.

Es del dominio público que Melchor Oacampo fue el filósofo de la Reforma y yo lo creo, pero quien inició la Reforma, fue el licenciado Benito Juárez, con su Ley de administración de justicia o Ley Juárez de 1855.

Sigue reflexionando Juárez: “Era, pues, muy difícil hacer algo útil en semejantes circunstancias, y ésta es la causa de que las reformas que consigné en la ley de justicia fueran incompletas limitándome sólo a extinguir el fuero eclesiástico en el ramo civil y dejándolo subsistente en materia criminal, a reserva de dictar más adelante la medida conveniente sobre este particular. A los militares sólo se les dejó el fuero en los delitos y faltas puramente militares. Extinguí igualmente todos los demás tribunales especiales devolviendo a los comunes el conocimiento de los negocios de que aquéllos estaban encargados.”.

Benito Juárez trabajó en equipo, cosa rara en estos tiempos, pero dejemos que nos cuente su historia: “Concluido mi proyecto de ley en cuyo trabajo me auxiliaron los jóvenes oaxaqueños licenciado Manuel Dublán y don Ignacio Mariscal, lo presenté al señor presidente don Juan Álvarez que le dio su aprobación y mandó que se publicara como ley general sobre administración de justicia. Autorizada por mí se publicó el 23 de noviembre de 1855. Imperfecta como era esta ley, se recibió con grande entusiasmo por el Partido Progresista, fue la chispa que produjo el incendio de la Reforma que más adelante consumió el carcomido edificio de los abusos y preocupaciones; fue, en fin, el cartel de desafío que se arrojó a las clases privilegiadas y que el general Comonfort y todos los demás, que por falta de convicciones en los principios de la revolución, o por conveniencias personales, querían de tener el curso de aquélla transigiendo con las exigencias del pasado, fueron obligados a sostener arrastrados a su pesar por el brazo omnipotente de la opinión pública.”.

Pero la Segunda Transformación fue amenazada por los de siempre, veamos como lo narró Benito: “Sin embargo, los privilegiados redoblaron sus trabajos para separar del mando al general Álvarez, con la esperanza de que don Ignacio Comonfort los ampararía en sus pretensiones. Lograron atraerse a don Manuel Doblado que se pronunció en Guanajuato por el antiguo Plan de Religión y Fueros. Los moderados, en vez de unirse al gobierno para destruir al nuevo cabecilla de los retrógrados, le hicieron entender al señor Álvarez que él era la causa de aquel motín porque la opinión pública lo desechaba como gobernante, y como el Ministro de Guerra que debería haber sido su principal apoyo le hablaba también en este sentido, tomó la patriótica resolución de entregar el mando al citado don Ignacio Comonfort en clase de sustituto, no obstante de que contaba aún con una fuerte división con que sostenerse en el poder; pero el señor Álvarez es patriota sincero y desinteresado y no quiso que por su causa se encendiera otra vez la guerra en su patria”.

 

Fuentes:

 

Documentos:

Proclama de Juan Álvarez en la Hacienda de la Providencia, 27 de marzo de 1854.

Plan de Ayutla.

Plan de Ayutla reformado en Acapulco.

Proclama y renuncia a la presidencia de la República de Antonio López de Santa Anna.

Acta de Adhesión de la Guarnición de la Ciudad de México al Plan de Ayutla.

Alejandro Morales Quintana. Juárez: Exilio y Revolución. Soberanes Fernández, José Luis; García Olivo, Miguel Ángel, Rodríguez Baca, Manuel Peña, Aníbal; Ojeda Bravo, Sebastián Daniel. Derecho, Guerra de Reforma, intervención francesa y segundo imperio. A 160 años de las Leyes de Reforma.

Antonio López de Santa Anna. Mi Historia militar y política, 1810-1874: Memorias. México. Lindero Eds. 2001. Autobiografía de Antonio López de Santa Anna publicada por primera vez por Genaro García en 1905.

Anselmo de la Portilla. Historia de la Revolución de México contra la dictadura del general Santa-Anna. 1853-1855. México. Imprenta de Vicente García Torres. 1856.

 

Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia, t. I y II. selección de Jorge L. Tamayo, México, Secretaría del Patrimonio Cultural. 1964.

Enrique Serna. El seductor de la patria. México. Planeta DeAgostini. 1999.

Enrique González Pedrero. País de un solo hombre: el México de Santa Anna, volúmenes I y II. México, Fondo de Cultura Económica, 1993.

Juan José Reyes. Los berrinches del caudillo. Letras Libres. 30 noviembre 1999.

Jaime Olveda. Gordiano Guzmán. Un cacique del siglo XIX. México. SEP-INAH. 1980.

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Ralph Roeder. Juárez y su México. 2a. ed. México. Secretaría de Educación Pública. 1958, t. I y 2.

Juárez y México ante la invasión napoleónica-austriaca-belga

Benito Juárez. Apuntes para mis hijos. En: https://bivir.uacj.mx/BenitoJuarez/ApuntesParaMisHijos.pdf

David McCullough. Un camino entre dos mares: La creación del canal de Panamá. 1870-1914.  Espasa Calpe, 2004. Colección Espasa Forum 261437.

Doralicia Carmona. Benito Pablo Juárez García. 1806-1872. Memoria Política de México. México. Edición perenne. Digital.

INEHRM. Aportaciones de Juárez. Expedientes Digitales. En: https://inehrm.gob.mx/es/inehrm/Aportaciones_de_Benito_Juarez

INEHRM. La Revolución de Ayutla. Expedientes Digitales. En: https://inehrm.gob.mx/es/inehrm/La_Revolucin_de_Ayutla

Olmedo Beluche. La separación de Panamá de Colombia. Mitos y falsedades. Reflexiones sobre la patria. Tareas no. 122. CELA, Centro de Estudios Latinoamericanos “Justo Arosemena”. Enero-Abril 2006. ISSN: 0494-7061. Disponible en la World Wide Web: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/panama/cela/tareas/tar122/06beluche.pdf