Guatemala

 

Por  Felipe Girón

En el 2020 hemos visto cómo la “normalidad” de la vida cotidiana fue completamente alterada por motivos de la pandemia por COVID-19. La misma pandemia genera directa e indirectamente cuestionamientos al sistema político institucionalizado, que en el caso guatemalteco podríamos decir que se trata de una democracia limitada y poco profunda. La corrupción que se sabía entre pasillos que ocurría en las esferas de gobierno desde antes de la venida de CICIG, volvió a ser tema público en el contexto del confinamiento por la pandemia. Consignas como “dónde está el dinero” expresaron esta inquietud colectiva. El gobierno no supo responder con trasparencia estos cuestionamientos, no lo hizo antes de las manifestaciones que se comenzaron a suscitar a partir de agosto del 2020, ni después de ellas. Particularmente las protestas y movilización del 21N, pusieron en cuestionamiento y en un predicamento a un gobierno que no tenía ni un año de haber tomado el puesto, pero que no tardó mucho en mostrar de qué lado de la ecuación política se encuentra.

El gobierno ha perdido legitimidad entre la población en general y entre los sectores que esperan un gobierno de calidad, y se ha desgastado mucho antes de cumplir 12 meses efectivos de gobierno. Una figura presidencial muy presente en medios de comunicación y que adoptó una forma de liderazgo un tanto caudillista al inicio de la pandemia, prácticamente ha perdido presencia en medios y ha adoptado el silencio a partir de las protestas, y las pocas declaraciones públicas que realiza en varias, ha mostrado su carácter intolerante.

Los rasgos de los eventos anteriores expresan una crisis política del régimen político que se inició con los Acuerdos de Paz y que en estos más o menos 20 años ha expresado momentos de crisis. El momento de crisis más agudo, por la diversidad de sectores sociales que expresaron su malestar ante el gobierno fue en el 2015. En este ensayo trataré de esbozar los mecanismos y dispositivos que podrían estructurar la conformación de fuerzas de izquierda presentes en el espacio político. Con ello también pretendo hacer una invitación a la articulación de las fuerzas de izquierda no solo a partir de sus organizaciones de base sino también a partir de la participación electoral y la movilización de protestas en la esfera pública. Esta invitación contiene algunos elementos para conformar un programa de cambio político. En un primer momento el texto retoma el punto final de la primera parte de esta serie de ensayo, en la que se planteó a los partidos políticos como una estrella entre una constelación de organizaciones que podrían poner en la esfera pública la necesidad de un cambio político que permita una sociedad igualitaria o con menos diferencias sociales. La reflexión en este ensayo no tiene un orden inicial. Son un conjunto de ideas que surgen a partir del malestar que provoca esta constante crisis y el poco avance en Guatemala que la agenda social ha tenido en los últimos años.

 

I

 

En una tradición marxista, el partido político era el vehículo del sujeto revolucionario para la transformación revolucionaria del dominio burgués. Aunque se hablase del partido en forma singular, el partido concentraba la vanguardia y a través de ella, ejercía cierto liderazgo que iniciaría el cambio político. Esta tradición clásica sigue vigente en cuanto a la necesidad de la organización de la clase trabajadora y en cuanto a la necesidad de una acción política, ya sea a través del partido y la vanguardia en un espacio público. En la experiencia histórica latinoamericana han existido momentos en que coaliciones y alianzas de partidos de izquierda conforman un frente de carácter popular que participa en las elecciones, profundizando un poco más la tradición, pasando de la forma singular “el partido” a una forma plural como puede ser el “frente”, en el que se aglutinan y articulan no solo partidos políticos sino también sindicatos y colectivos.

En el presente tenemos una diversidad de partidos políticos que se autodefinen de izquierda, desde la trasnochada URNG (Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca) hasta el MLP (Movimiento para la Liberación de los Pueblos) pasando por Movimiento Semilla. Este último, aunque lleva la palabra movimiento en su nombre, no es en sí un movimiento social. A diferencia del MLP que comenzó siendo con la coordinadora CODECA, la cual aglutina a campesinos y obreros de diferentes trasfondos culturales y regionales, que desde un inicio lanzo un programa de cambio, en donde resalta la propuesta de constituir una nueva constituyen para iniciar el reconocimiento de un Estado plurinacional. Esta propuesta resuena con las experiencias de Bolivia y Ecuador, que me parece confirmar el malestar y rechazo que hay a nivel de las Américas y quizás mundialmente, al modelo neoliberal de gestión del Estado y la economía.

Pero a pesar de esta presencia y actores en la competencia y representación política, los y las trabajadoras siguen sin poder cambiar el sistema política ni transformar sus condiciones sociales. En buena medida también porque las políticas neoliberales de reducir lo nacional y el Estado por medio de privatizaciones, ha llevado a que la esfera del trabajo no solo sea sin protección social, sino que se incrementen más por los puestos de trabajo por destajo. Esto ha disminuido la posibilidad de asociación y relacionamiento entre trabajadores, pero también pareciera que los trabajadores han renunciado a reclamar ciertos derechos como el de sindicalización y libertades como asociación. Tal vez más que renuncia es olvido. De cualquier forma, esos derechos no han sido del todo retirados, tienen que ser retomados y ocupados. Por otro lado, las libertades políticas se relacionan con las ideas, pero si no ponemos en acción estrategias ni llevamos a la práctica acciones y eventos que apelen a esas ideas como la de libertad, no estamos disputando el horizonte cultural de la política.

“La plaza”, esa movilización y ciclo de protestas del 2015 en Guatemala, representó un momento en la historia que puso a una gran cantidad de personas en las calles. Claro está, que muchas de ellas lo hicieron con diferentes trasfondos y trayectorias en su politización, pero hubo un repudio general a los gobernantes de aquel momento en diferentes “plazas” del país. En un inicio, parecía que se daría una articulación entre sectores populares y fuerza de izquierda, situación que no se llegó a concretar. La prolongación de las protestas en el tiempo y la cantidad de personas que se movilizaron atendiendo las manifestaciones y protestas convocadas, hizo inquietar al sector de dominación. Al principio, el sector empresarial organizado, la élite de viejo cuño, no se adhiero a las protestas, algunos de ellos se sumaron hasta el 25 de agosto. Durante ese tiempo surgieron ciertos grupos nuevos y jóvenes sin relación alguna con los partidos u organizaciones obreras ya establecidas, como el caso de Justicia Ya, u organizaciones como el Movimiento Semilla que, si bien se venía gestando desde antes de la crisis, esa coyuntura le generó un impulso a su conformación. Por otro lado, este ciclo de protesta rechazó una forma de liderazgo digamos única y concentrada, pero tampoco generó una constelación de liderazgos que representaran una suerte de frente amplio, mucho generó la unidad de las izquierdas. Creo que esto es un error. Una cosa es repudiar los liderazgos que se incrustan en las organizaciones como si fueran dueñoas, y otra es renunciar a un rumbo o un proyecto político que transforme de fondo la sociedad. De aquí que sea necesaria la organización, algo que tampoco trajo las plazas, diseminar ese malestar en colectivos y organizaciones de barrio en donde se constituyeran asambleas populares, algo que sí hizo en cierta medida los “indignados” en España y el “Ocupar Wall Street” en Estados Unidos.

La conformación organizativa y el trabajo constante en la construcción de esa organización a través de formación, realización de asambleas públicas y populares para consultar con los ciudadanos y trabajadores sobre las necesidades que se pueden satisfacer por medio de instrumentos políticos, son tareas que se deben de realizar previo a la campaña de elecciones generales de cada cuatro años. Esto permitirá a sentar las bases de una propuesta para el momento electoral sin la mediación de los partidos “franquicia” que son parte de la depredación de los bienes nacionales. Actualmente se habla del “partido-movimiento” pero creo que en el marxismo de la primera y segunda internacional, era obvio que el partido representaba un movimiento. Una precisión conceptual que no hace falta realizar si nos mantenemos en el contexto previo al sistema electoral vigente, en donde los partidos no son partidos políticos en sentido estricto.

El Estado no es dominado del todo por las élites organizadas y tradicionales que se conformaron en Guatemala desde 1954 y cuyo bloque gira alrededor del CACIF. El Estado es el eje de la dominación, pero no es la dominación en sí: El proceso electoral es una puerta de entrada a puestos de gobierno. organizarse y crear organizaciones es necesario para el cambio político y va en el sentido de la consigna del Manifiesto Comunista que invita a los obreros del mundo a unirse. Es necesaria esa asociación y esa unión, No es necesario ganar la presidencia en una primera participación, es más necesario mantener las organizaciones de base y de reivindicación de derechos que ganar las elecciones per se, y así se puede abrir una grieta en el sistema política para iniciar su transformación, una reinterpretación de la política en clave de izquierda.

 

II

 

La expresión pública de representación popular no necesariamente está en el parlamento o congreso. El último ciclo de protestas realizadas en noviembre del 2020 en rechazo al presupuesto y al actual gobierno debe de invitar a conformar espacios públicos de deliberación y debate entre los barrios populares. Estudiantes, profesionales, obreros, desempleados deben de activar espacios de este tipo, y crear una suerte de ágoras en donde se canalice el repudio para transformarlo en deseo. Pasar de la negación a la afirmación. Pasar a decir lo que sí se quiere y cómo se quiere en los barrios, en las comunidades, en los municipios, en los distritos, en los departamentos y en las regiones. Esos son espacios con relativa autonomía del espació de dominación, pero que, si no se habitan, tampoco se convertirán en activos políticos de los sectores populares.

Por tanto, la invitación es a conformar organizaciones en los barrios para canalizar y configurar ese malestar que varios ciudadanos y trabajadores sienten con la sociedad y con el gobierno. Es retomar el sentido de una democracia directa y desde abajo a través de asambleas de barrio, ocupaciones populares. No limitar el lugar de manifestación a la “plaza” central de cada centro urbano, sino diseminar la expresión pública de pueblo a otras escalas y lugares para mantener vivo el fuego del pueblo.

Por tanto, la vinculación entre movimiento, ciudadanías activas y partidos políticos se genera desde los lugares de habitación y los lugares de trabajo, los cuales a partir de la pandemia son casi los mismos para algunos y para otros son lo mismo por el desempleo, no por el empleo desde casa. Tanto el Estado como la propiedad privada tienen cierto grado de autonomía de los dispositivos de dominación, y si los comenzamos a nombrar desde estos lugares, comenzaran a cobrar sentido y nuevos significados. El camino que se traza para el cambio por la vía política, que lo expresaría a través de las siguientes preguntas, ¿cómo disolver el orden de dominación actual en un orden más liberador? ¿Cómo transformar las desigualdades sociales en igualdades sociales? ¿Cómo realizar la revolución?

Dos complejos institucionales se oponen o son de los mayores obstáculos para una sociedad con menos diferencias sociales. Éstos son el Estado y la propiedad privada. El primero permite la existencia del segundo a través de un cuerpo de legislación que no necesariamente necesita de una constitución política. La matriz que permite el ordenamiento jurídico tiene sus raíces en la historia de la sociedad, y se desprende en sus inicios de aspectos morales y éticos que están conformados en buena medida por cierta ideología dominante.[1] El uso de mecanismos y dispositivos ideológicos para mantener la dominación sin recurrir a medios violentos, no quiere decir que todas las ideas centrales que conforman la ideología dominante, fueron producidas exclusivamente por la(s) clases(s) dominante(s), sino que en buena medida, existe un núcleo de moralidades que comparten las clases sociales ,que en el fondo, fundamente la existencia de cierta cultura común, que se expresa en la práctica a través de compartir lenguajes y códigos comunicativos semióticos y lingüísticos comunes.

Las condiciones sociales materiales entre clases podrán ser diferentes en términos de su experiencia y concreción, pero la representación de su forma se expresa a través de compartir un mismo lenguaje. Tener un lenguaje común entre clases, no es un campo ideológico exento de contradicciones. Una clave analítica que Marx nos muestra en El Capital es que, aunque el capitalista no pone sus manos ni su cuerpo en la producción de mercancías, la realización del trabajo es la condición necesaria para la producción de valor, tanto en su forma dinero (D) como en su forma mercancía (M). La presencia de objetos materiales en la esfera de producción y de trabajo del trabajador no es un espacio privado, estos objetos son artefactos culturalmente reconocidos tanto por el trabajador como por el capitalista. En este sentido, podemos identificar al menos dos puntos materiales que el capitalista y el trabajador tienen en común, las herramientas de trabajo y los productos de ese trabajo, que posteriormente serán mercancía, y los nombres que les dan a esos artefactos.

Estos artefactos, como lo analizó Marx en el capital, además de tener valor de uso y valor de cambio, facilitan las condiciones para poder generar capital que sería una expresión de su valor económico como en valor cultural y social. Valor económico al entrar en los circuitos del capital, que no solo se trata de una acumulación de capital sino, y quizás más importante para el análisis sociológico, en circuitos de interacción y circulación de cuerpos y personas. Por otro lado, el valor cultural de estos objetos suele estar asociado a los significados y relevancias que socialmente se les atribuyen a estos objetos.

Aunque la esfera del trabajo este vinculada a la circulación de mercancías y a la creación de valor y acumulación de capital, ese espacio puede ser valorado culturalmente por los y las trabajadores como un lugar donde se realiza la vida. Esta acción es política en sí, y al procurar buscar un espacio de organización social que exprese los intereses de las clases sociales, lo hace ya un espacio o lugar político. Con esto quiero dejar en claro, que la concepción de la política desde la que escribo es más en un sentido académico que coloquial, en donde la política no solo es el arte de gobernar en el sentido de la tradición iniciada con Maquiavelo, sino también el arte de auto gobernarse, aunque se esté en situación de dominación ejercida por otros.[2] La dominación ejercida por estos otros a través de los medios que proporcionan el acceso a los recursos que provee y dota el Estado, tales como legislación y propiedad privada,[3] no siempre es evidente para las y los sujetos de la dominación; aunque muchas veces tampoco es aceptada sin cierto malestar. Varias clases y grupos sociales que experimentan esa dominación comienzan su conciencia a partir de sentir cierto malestar con su situación social, cierta vivencia que les indica que algo “no está bien”.

Un punto fundamental que presupone la teoría de la ideología dominante es la existencia de una cultura(s) común entre dominados y dominantes (Abercrombie, Hill y Turner).  Tal vez no se compartan la misma cosmovisión ni el mismo idioma materno, incluso ni siquiera se han compartido espacios de socialización comunes entre las clases como las escuelas públicas, como es el caso de Guatemala y algunos países centroamericanos, pero quizás se comparta por lo menos valores en una misma escala u objetos e infraestructuras compartidas como una carretera. Valores como paz, por ejemplo, puede decirse que tuvo su momento de convergencia para Guatemala durante las negociaciones de paz, aunque en el tiempo posterior ha quedado claro que lo que querían las élites como paz era la finalización de la guerra interna y no la paz como la consecuencia de un bienestar común.

Sin embargo, el que la reproducción capitalista requiera de un espacio de trabajo y generación de plusvalor en el que entran y salen diferentes clases sociales, no garantiza que cualquier rasgo cultural común que porten las clases sociales que pasan por este espacio, puedan entablar un espacio de comunicación o deliberativa en el que alcancen un horizonte de racionalidad común para alcanzar un objetivo político deseado y establecido como necesario por ambos. Más bien, dado el devenir social en el que las clases sociales se han constituido como clases, sus dimensiones ontológicas y epistemológicas son tan diferentes, que les cuesta desconstruir sus experiencias históricas para hablar desde la otredad y ahí encontrar el horizonte de intelección común que permita el encuentro. Esta ha sido un poco la postura expresada por Gayatri Spivak en su texto: ¿Pueden los subalternos hablar? Creo que Spivak hace un argumento convincente sobre la dificultad de que los subalternos puedan realizar actos de habla de manera eficiente para cuestionar los símbolos del poder, pues los horizontes ontológicos son diferentes entre hegemónicos y subalternos. Sin embargo, creo que históricamente éste no es siempre el caso.

Por tanto, para que la interpelación de la ideología dominante y sus símbolos de poder esa efectiva desde las clases trabajadoras y los sujetos subalternos, debe de provenir desde una praxis organizativa tanto dentro como fuera de los partidos políticos. Fuera me refiero a los lugares de trabajo precario, desde las plazas, barrios y lugares ontológicos que trabajadores y trabajadoras ocupan. Esta debe ser una tarea para hacer desde ya.

 

 Notas.

[1] Trataré un poco más en detalle la tesis de la ideología dominante más adelante. Por dominante aquí no quiere solamente referirme a la relación en una dirección y plana entre clase e ideología dominantes. Sino que, además, quiero referirme con el adjetivo de dominante a un conjunto de ideas que prevalecen a través de la sociedad, atraviesa las clases sociales y buena parte de sus contenidos son compartidos, pero no consensuados del todo.  

[2] Hay otros sentido y definiciones de la política, pero hay dos que me parece importante mencionar por contexto. El primero es el que la política está para vencer a mis oponentes. Este sería casi el opuesto del sentido clásico y moderno que establece por fin último el procurar el bien común ejerciendo la política. El segundo, es el que la política, o la democracia más bien, es un método para tomar decisiones entre diferentes ofertas, en el sentido de Joseph Schumpeter. En una versión más laxa esta última versión está más cercana al mercado que al Estado.

[3] La propiedad privada no es solamente sobre el individuo, también puede ser sobre la colectividad.