Honduras


Por Ninoska Alonzo

Atomización de los actores estudiantiles en las décadas previas a 2010: una breve aproximación

La transición política de 1982 impulsó una doctrina de seguridad nacional orientada a preservar la estabilidad política de Honduras, territorio que históricamente funcionó como espacio de contrainsurgencia ante la oleada revolucionaria de la región centroamericana. Esta doctrina devino en una voraz persecución contra toda forma de acción organizada asociada al comunismo, lo que incluía a las organizaciones estudiantiles de la época.

Entre finales del siglo XX y en los primeros años del siglo XXI, la organización estudiantil se encontraba dispersa y casi extinta, estando únicamente conformada por los aislados esfuerzos de los frentes estudiantiles históricos; esto último se puso de manifiesto en el fracaso del estudiantado para integrar, de manera legítima, los órganos de gobierno de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, cuando la Comisión de Transición[1] les convocó, en 2006, a integrar estos órganos a través de una Asamblea Constituyente Estudiantil Universitaria que no se llevó a cabo.[2]

La emergencia del Movimiento Estudiantil Universitario (2009-2017)

Este panorama de aparente apatía por parte de la comunidad estudiantil sería radicalmente reformulado con el golpe de Estado del 28 de junio de 2009, que devino en una masiva movilización ciudadana sin precedentes en la historia reciente del país. A éstas movilizaciones se sumaron diversos sectores de la sociedad hondureña, lo que incluyó a grupos estudiantiles cuyo proceso organizativo -en los meses posteriores al golpe- se tradujo en la fundación de movimientos independientes dentro de la Universidad, como el Movimiento Amplio Universitario (MAU) y el Movimiento Estudiantil Revolucionario Lorenzo Zelaya (MER-LZ).

No obstante, como plantea Fernando Ramírez, de forma paralela al proceso de organización estudiantil, el equipo rectoral de Julieta Castellanos (2009-2017) asume la titularidad de la UNAH. Habiendo exigencias concretas sobre la gestión de su gobierno, […] se caracteriza en tres etapas: transición institucional (2009-2012), centralización administrativa (2013-2015) y agotamiento político (2015-2017)[3]. Esas tres etapas en la gestión de Castellanos coinciden con las transformaciones políticas en el seno del emergente movimiento estudiantil.

Entre 2009 y 2012, los movimientos independientes canalizan todos sus esfuerzos en torno a la organización de las asociaciones de carrera para la democratización del espacio universitario. Es en este período donde, tal como describe Ramírez, el equipo de Castellanos establece alianzas y concesiones en la estructuración del actual régimen; partiendo del papel institucional que alcanza la UNAH en la depuración policial hasta el control de la administración del Hospital Escuela Universitario en 2012[4]. Pese a ello, Castellanos gozaba de una fuerte legitimidad, por lo que el cuestionamiento a su gestión no era una prioridad en la agenda estudiantil.

La segunda etapa tuvo su punto de partida en la reelección de Castellanos como rectora de la UNAH en el año 2013. Esto devino en una posterior centralización del poder dentro del campo universitario, donde la rectoría cumplió un papel medular. Es en este período, marcado además por el fraude en las elecciones de país que favorecieron a Juan Orlando Hernández y aseguraron la continuidad del Partido Nacional, en el que los movimientos independientes y las primeras asociaciones estudiantiles organizadas comienzan a cuestionar con mayor severidad a la gestión de Castellanos.

La tercera etapa (2015-2017) se caracterizó por el agotamiento político de Castellanos y un acelerado proceso de organización estudiantil que se tradujo en la conformación del Movimiento Estudiantil como un movimiento social capaz de visibilizar públicamente el conflicto existente, a partir de la movilización masiva del estudiantado.

En el 2015, diversos sectores estudiantiles se aglutinaron en la Mesa Amplia de Estudiantes Indignados (MAEI), vinculada orgánicamente al Movimiento de Indignados que exigía la renuncia de JOH. Ese mismo año los estudiantes realizaron una primera toma general de Ciudad Universitaria y Valle de Sula, donde ya se atisba una exigencia clara contra la avanzada privatizadora en la UNAH –explícita en el Plan de Arbitrios y la entrada en vigencia de las Normas Académicas-, y el señalamiento a las irregularidades en la gestión de Castellanos, quien ya ejercía múltiples formas de criminalización contra la población estudiantil en protesta, lo que erosionó la legitimidad de su gestión, sometiendo al campo universitario a una profunda crisis de ingobernabilidad.

Menos de un año después, se conformó el Movimiento Estudiantil Universitario (MEU) como una plataforma que aglutinó a las asociaciones de carrera, movimientos independientes, y al Frente de Reforma Universitaria. Es 2016 el momento álgido de todo el proceso de organización estudiantil acumulado por años. El Movimiento Estudiantil adquiere una legitimidad nunca antes vista, siendo capaz de tener presencia política en todo el país, articulando fuerzas con otros movimientos sociales (como COPINH, OFRANEH, y múltiples organizaciones de Derechos Humanos), y consolidando una estructura organizativa que le permitió potenciar el trabajo de base que se había realizado en años previos a la coyuntura de 2016. Ésta coyuntura concluyó con la firma de un acuerdo con las autoridades universitarias el 20 de julio de ese año, acuerdo que no fue cumplido a cabalidad[5].

La debacle del Movimiento Estudiantil Universitario (MEU) y la desmovilización social (2017-2019)

El 23 de mayo del 2017, un grupo de estudiantes decidió realizar una toma del Edificio Administrativo de la UNAH, como forma de protesta ante la continuidad en los procesos de criminalización. Esto tuvo, como consecuencia inmediata, el encarcelamiento y la apertura de un proceso judicial contra más de veinte estudiantes y su posterior expulsión de la institución universitaria. Éste fue el punto de inflexión que abrió una nueva coyuntura caracterizada por un profundo descontento por parte de la población estudiantil hacia la figura de Julieta Castellanos, lo que culminó con su salida de rectoría en septiembre de 2017, siendo reemplazada por el antiguo director de UNAH-Valle de Sula, Francisco Herrera. Sin embargo, entre mayo y septiembre de ese año hubo decenas de estudiantes expulsados y judicializados, a parte de una oleada de persecución, intimidación y uso excesivo de la fuerza por parte de entes represores del Estado y otros organismos paraestatales.

Todo este panorama fue clave para alimentar las contradicciones internas del Movimiento Estudiantil Universitario, generando tensiones entre los actores de ese momento. A esto se sumó que la toma de los edificios era un mecanismo de protesta que se agotaba paulatinamente, poniendo en jaque la legitimidad que tenía el MEU ante la población estudiantil. Las tensiones se agudizaron de tal forma, que muchos actores se alejaron de los espacios de toma de decisión, y el conflicto culminó en la expulsión de varios dirigentes del espacio MEU en los meses de mayo y junio del 2018.

En este punto quiero detenerme a exponer que, a mi criterio, esta fue una pugna de poderes esencialmente patriarcal, en la que los actores políticos masculinos y masculinizados en realidad se disputaban el monopolio del poder político a nivel de dirección del Movimiento Estudiantil. Los excesos de violencia entre los sectores aglutinados en el MEU –que llegaría al extremo de agresiones físicas- son el síntoma de lo que denomino la machización de la política, entendiéndola como el recrudecimiento de la violencia masculina en el ejercicio del poder y en los espacios de toma de decisiones políticas que son vinculantes a un determinado grupo social.

Ésta disputa se prolongó hasta el 2019, y en ese mismo año hubo esfuerzos considerables para reestructurar al Movimiento Estudiantil Universitario en su dinámica, sin embargo, éstos no fueron fructíferos y el MEU se vio orillado al desmoronamiento en toda su estructura y capacidad discursiva. Paralelo al desmoronamiento, entre 2018 y 2019 algunos estudiantes aglutinados en movimientos independientes fueron partícipes de la Mesa de Construcción del Reglamento Electoral Estudiantil (MCREE), cuyo funcionamiento fue posible a través de los mecanismos institucionales de la Universidad, regulados por el Vicerrector de Orientación y Asuntos Estudiantiles, Ajax Irías, y el rector interino, Francisco Herrera.

Los estudiantes que participaron de la MCREE tuvieron un proceso en común que no tuvo el resto de actores estudiantiles que integraban el MEU: el acercamiento a la institucionalidad y las autoridades universitarias. Esa dinámica política ha sido ampliamente teorizada y ha llevado a varios analistas políticos a una conclusión: las institucionalidades absorben, absorben en su dinámica, sus prácticas y discursos. Esto generó las condiciones propicias para que el acercamiento institucional culminara con la propuesta de un Encuentro Nacional por Honduras (ENAH), planteado por estos mismos sectores estudiantiles hacia las autoridades universitarias y, en particular, a Francisco Herrera.

La propuesta fue planteada poco después del 24 de junio de 2019, cuando grupos militares entraron a las instalaciones de Ciudad Universitaria e hirieron de bala a varios/as estudiantes. El MEU, que ya había perdido su capacidad discursiva y de articulación de fuerzas, fue incapaz de manifestarse de forma articulada al respecto, lo que orilló a los actores estudiantiles dispersos a acercarse a los otros tres actores que integran a la comunidad universitaria: por un lado, a docentes y algunos trabajadores/as, a través la Coalición Universitaria; y, por otro, a las autoridades, a través del ENAH.

Herrera, a diferencia de lo que podría haber hecho Castellanos, recibió la propuesta de los estudiantes para la creación del ENAH con extrema benevolencia. Esto último no es un hecho excepcional que se deba a la buena voluntad del rector interino, sino que surge de la necesidad de la institución universitaria para consolidar una transición política pacífica, donde los cuadros políticos emergentes no sufran el desgaste de Castellanos, y donde el Movimiento Estudiantil, ya desmovilizado, no pueda crear las condiciones para movilizar al estudiantado de la misma forma en que lo hizo en coyunturas anteriores, pese a que, a nivel de país, puedan existir las condiciones materiales propicias para la movilización ciudadana y estudiantil –particularmente-, como se mostró hace unos meses con la coyuntura generada a partir de las demandas posicionadas en la escena pública por parte de la Plataforma por la Defensa de la Salud y Educación en Honduras. Es importante hacer una revisión a profundidad sobre todo lo que la transición política de Herrera representa a nivel de Universidad y de país; esto podrá ser sometido a discusión en otro momento.

Aquellos grupos estudiantiles que se sumaron a la propuesta del ENAH, posteriormente, fundaron la Regeneración Estudiantil Democrática (RED), que se define a sí misma como una nueva Plataforma Estudiantil que sucede, cronológicamente, a la plataforma MEU, ante el agotamiento político de la última. Sin embargo, esto último fue puesto en debate cuando, a fines del 2019, el Movimiento Estudiantil Universitario (MEU) apareció nuevamente en el espacio público, a través de acciones de protesta a lo interno de la Universidad, además de plantear la propuesta de un proyecto político estudiantil de cara al proceso electoral que está previsto para abril de 2020.

Desafíos del Movimiento Estudiantil Universitario: ¿hacia dónde ir en este nuevo panorama?

La entrada del MEU en la correlación de fuerzas actual, sumado a la existencia de la RED, acrecentó la confusión sobre lo que sucede en la Universidad, justo unos meses antes de las Elecciones Estudiantiles. A continuación, haremos algunas valoraciones al respecto, que, lejos de dar una respuesta o cerrar la discusión, pueden ser algunos insumos que sigan aportando al debate político.

MEU3Por un lado, es completamente comprensible que algunos de los actores que formaron parte del MEU, se desplazaran a la RED. Esto es posible por dos razones: el MEU había perdido su vida orgánica; y quienes formaron la RED ya habían asumido responsabilidades en conjunto con las autoridades universitarias. Este trabajo político compartido generó vínculos y alianzas que culminaron con la existencia de la Regeneración Estudiantil Democrática, la cual ha tenido muy buena recepción por parte de autoridades como Julio Raudales, Ajax Irías y el mismo Francisco Herrera. Por su parte, ésta situación movilizó a los nuevos actores que integran el Movimiento Estudiantil Universitario (MEU). No obstante, estos nuevos actores asumen un MEU agotado políticamente y con una severa crisis de representatividad. Pese a ello, han existido esfuerzos considerables por formular un proyecto político del MEU para la transformación de la Universidad, aunque el panorama en ese sentido sigue siendo difuso.

Por otro lado, éste panorama abrió una disputa entre el MEU y la RED, que ha acrecentado la dualidad de poder entre éstos dos actores. El problema de fondo radica en que los actores estudiantiles en su conjunto no tengan clara la posición que ocupan en el campo universitario como territorio de disputa política. La RED nunca ha expuesto públicamente cuál es su proyecto político en el mediano y largo plazo -más allá del ENAH-, y lo que se percibe, en la esfera pública, es que es un actor estudiantil de corte oficialista que tendrá un papel importante en el proceso electoral de abril.

En el caso del Movimiento Estudiantil Universitario (MEU), por su naturaleza como movimiento social, a mi juicio, debe velar por ser un espacio de contrapoder capaz de crear una relación orgánica con el poder institucional de la Universidad. En otras palabras, debe ser un ente independiente de la institucionalidad, que no participe de forma directa en elecciones. Debe ser la organización social cuya apuesta política se oriente a fortalecer la comunidad política (o lo que Dussel define como poder del pueblo[6], a ejercer poder sobre la estructura institucional que se defina después de las elecciones, que esté ahí para interpelar a las autoridades escogidas y garantizar que el proyecto político estudiantil se cumpla según las voluntades colectivas.

No obstante, si bien el MEU no debe participar de forma directa en elecciones, éstas sí son un mecanismo necesario para garantizar la institucionalización del poder estudiantil. Esto último debe ser dialogado entre los actores estudiantiles, y, sobre todo, debe ser pensado desde un proyecto político claro y bien articulado. Es parte de la responsabilidad ética y política que debemos asumir.

 

NOTAS

[1] La Comisión de Transición fue la llamada a crear los cimientos de la Cuarta Reforma Universitaria en la UNAH. La consolidación de la Cuarta Reforma sería un mandato otorgado a la gestión de Julieta Castellanos y su equipo en años posteriores.

[2] Según acuerdo CT 67-2006 de la Comisión de Transición, emitido el 16 de junio de 2006. Este documento puede encontrarse en el Archivo Histórico de la UNAH.

[3] Fernando Ramírez, “De la vanguardia a la reacción: anotaciones sobre el movimiento estudiantil de la UNAH (primera parte)”, ¡Polémica! Espacio de discusión, 20 de agosto de 2019. Recuperado de: https://estudiantesdecienciassocialesunah.wordpress.com/2019/08/20/de-la-vanguardia-a-la-reaccion-anotaciones-sobre-la-crisis-del-movimiento-estudiantil-de-la-unah/?fbclid=IwAR3iGIZ7-MMw-IU8azyJXxMFqQ90CgG9V6Yg0Tm5vF0WwKIPLgNjRanguyY.

[4] Íbidem.

[5] El acuerdo contemplaba la suspensión de la normativa académica, un equilibrio apropiado del presupuesto de la Universidad, y la anulación de procesos judiciales. Éste último acuerdo no fue cumplido por las autoridades universitarias.

[6] Enrique Dussel, 20 tesis de política, México: Siglo XXI Editores (2006), p. 25.