Revista de Centroamérica

Centroamérica es el eslabón más débil de la cadena latinoamericana.

Las imágenes del asalto al capitolio de Estados Unidos, por parte de una muchedumbre reclutada entre bandas supremacistas blancas y grupos de ultraderecha, quienes fueron azuzados por el estridente discurso de Donald Trump, fueron realmente impactantes.

Mostraron las llagas sangrantes de Estados Unidos, otrora el imperialismo más poderoso de la tierra. Son una clara muestra de la profunda crisis económica y social que carcome los cimientos de la democracia norteamericana. La pandemia de coronavirus, y el desastroso manejo que de ella hizo Donald Trump, hizo estallar una crisis latente.

El Trumpismo, esa corriente neofascista que se había apoderado de la presidencia de Estados Unidos, y que nació en las entrañas del Partido Republicano, sufrió una derrota coyuntural en las pasadas elecciones de noviembre del 2020. El ascenso al poder de Joe Biden y Kamala Harris se debió, fundamentalmente, a que prevalecieron las tradiciones democráticas de las masas norteamericanas, y que la enorme minoría de negros y latino se convirtió en el factor decisivo del triunfo del Partido Demócrata en algunos Estados claves.

Hay uns sensación de respiro en todo el mundo por el hecho que Donald Trump ya no es presidente de Estados Unidos, pero esta es una situación sumamente frágil. La crisis de la economía mundial continua, la pandemia de coronavirus continúa afectando a todos los países.

En Estados Unidos la polarización política y social parece haberse detenido, pero en realidad es una situación pasajera, porque continuarán acumulándose las tensiones. El fenómeno neofascista del Trumpismo continuará bajo otras modalidades, en la medida en que continuará la crisis económica y el deterioro del nivel de vida de las masas norteamericanas, afectando con mayor dureza a las minorías negra y latina.

La crisis de Estados Unidos tiene repercusión directa en Centroamérica, región que ha sido duramente golpeada por la crisis mundial y la pandemia, en donde se han cerrado empleos, se reducen los salarios. En términos generales, todos los países de Centroamérica han logrado resistir los efectos de la pandemia, a costa de un mayor endeudamiento. La crisis económica se ha agudizado a niveles insospechados. Mas temprano que tarde habrá algún tipo de repuesta de las masas trabajadores y de los enormes sectores sociales que viven cada vez más en la precariedad.

Biden ha prometido un paquete de 4,000 millones de dólares en los próximos cuatro años, para que los países del Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y Honduras) se encarguen de frenar la migración hacia Estados Unidos.

La creciente pauperización de las clases medias empujará inevitablemente nuevas caravanas migrantes, como la que salió de Honduras a comienzos de enero y que fue salvajemente reprimida por el Ejercito de Guatemala y la Guardia Nacional de México.

Centroamérica es el eslabón más débil de la cadena latinoamericana. La crisis de Estados Unidos incide directamente y de manera destructiva en nuestra región, que se encuentra prácticamente en un callejón sin salida.

La izquierda revolucionaria, los sindicatos y organizaciones populares e indígenas, debemos coordinarnos para hacer frente a los enormes retos que nos impondrán la crisis de la economía mundial, y la particular crisis que vive Estados Unidos y que tiene una incidencia directa sobre nuestros frágiles países.

 

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