Teoría e Historia

 

Por Francisco Rodolfo González Galeotti

La expectativa

Pensar la era de las revoluciones sin discutir las revoluciones decepcionaría a quién las lee o se interesa. Eso significa que hay expectativas sobre su importancia y como entenderlas. Por supuesto, a la mente vendrán imágenes de películas como El Patriota o la de Eisenstein, o, si somos más modernos, cinemáticas de videojuegos como Assassin´s Creed III, Assassin´s Creed Unity o Empire Total War. Esas son representaciones estimulantes y dan rienda suelta a la imaginación sobre las Revoluciones Atlánticas.

Claro, la interpretación científica de esos acontecimientos no suele interesarse o darle importancia a lo que piensa la imaginación. Eso se lo deja a la ficción y el entretenimiento. Por supuesto, de eso deviene que o suele ser aburrida, estar esclavizada en la academia, ser poco accesible a las personas de a pie, o estar atada a las categorías e interpretaciones ortodoxas de las interpretaciones políticas de espectro de la derecha y la izquierda.

Claro, a la gente que vivió esos acontecimientos poco les importaron los marxistas, los libertarians, los profesores universitarios o cineastas propagandistas. Los revolucionarios de a pie y escritorio tenían otras prioridades inmediatas y, además de eso, no tenían conciencia del impacto completo de sus acciones en el mundo o en el tiempo.

Dicho esto, entender las revoluciones de independencia en Mesoamérica implica necesariamente considerar que implicó desatar las cadenas sociales, porque se hizo, sus consecuencias a largo plazo y diferenciar características de los movimientos. Eso, por supuesto, necesitaría una exposición larga y detalladisíma que, supongo, las personas que leen este documento no tendrán todo el tiempo del mundo. En respeto a eso, he optado por puntualizar solo algunos aspectos notables de las revoluciones y dividirlo en tres partes. En la primera veremos el aspecto popular y masivo en los siglos XVIII y XIX, y en el segundo sus efectos globales y sus ciclos y en el tercero los aspectos conceptuales y políticos de las revoluciones en Centroamérica hasta el fin de la federación centroamericana.

¿Quiénes dieron cuerpo a la era de las revoluciones?

Por lo regular, quienes siempre han sido la base de las grandes revoluciones populares ha sido la gente que trabaja la tierra, el campesinado. Por supuesto, dentro del marxismo han sido vistos con menosprecio al pensar que son fácilmente manipulables o una masa ciega e ignorante. De hecho, desde La Guerra Civil en Francia de Marx, esta interpretación está presente. No fue el único ya que los intelectuales liberales consideraron lo mismo. Claro, las revoluciones de inicios de siglo XX tuvieron que afrontar que el campesinado era la masa principal de todo proceso político (México, Irán, China, Rusia). Y es hasta mediados del siglo XX que se le acepta como sujeto político y revolucionario por derecho propio. Eso, por supuesto tuvo repercusiones en la academia y poco a poco se profundizó en el papel que tuvieron los campesinos en las rebeliones y revoluciones históricas. Gracias a varias décadas de investigación historiográfica, lo que sucedió en Mesoamérica en la era de las revoluciones se puede abordar desde dos facetas: la de la gran rebelión popular y de los ciclos de protesta de revuelta.

Las grandes rebeliones populares

Las grandes rebeliones no solo eran compuestas por campesinos, naturalmente. En sus filas hubo artesanos, gente de la ciudad, léperos, vagabundos, obreros (porque si había una industria en las sociedades antiguas, con sus características propias y de su tiempo). Y no se trató solo de hombres, había mujeres al por mayor igual que párvulos (no niños o niñas ya que su concepto no se inventó hasta tarde en el siglo XIX). Se trataba de pueblos enteros en movimientos, que iban con cerdos, gallinas, chompipes, reces, perros y quizá hasta algunos gatos. Esa característica de pueblos en movimiento es algo que poco se toma en consideración, en especial al enfocarse solo en los grandes personajes. No obstante, la obra de Eric Van Young “La Otra rebelión” y los trabajos de John Tuttino, ambos tocando la gran rebelión popular de 1810, han permitido visualizar quienes eran quienes componían esos grandes conglomerados en rebelión en Mesoamérica. Quizás el único detalle, es que la rebelión no terminó como un triunfo avasallador sobre el gobierno monárquico, sino que degeneró en una larga y continua guerra civil en un marco de reformas y contrarreformas constitucionales de características republicanas como lo señalado Juan Ortiz Escamilla. Una guerra civil con guerrillas en un marco de reformas políticas revolucionarias.

Los líderes solían tener un gran carisma y tener el don del habla, por lo que no era casual que perteneciesen a algún grupo privilegiado cuyo trabajo o responsabilidades les obligase a entablar relaciones sociales, forjar redes sociales y con ello tener un capital social con que podían movilizar a sus conocidos, parientes y amistades. Hubo también canallas como Chito Villagrán que aprovecharon las movilizaciones para sacar partido y ventaja echando mano de su alevosía, intriga e intereses particulares. De hecho, no es casual que algunos de estos últimos realizaran un doble juego a su favor, entre las facciones rebeldes o leales a los regímenes. Pero, por supuesto, son canallas desde el punto de vista con los que les veamos. Un villano para un grupo puede ser el héroe para el otro, todo depende de quién cuente la historia y en qué tiempo lo haga. Eso hace a esos personajes grises y no gente definida por el bien o el mal, eran como quienes leen estas líneas con valores y bajezas, todo depende quien cuente sus historias. En ese caso solo basta leer la historia de México escrita por Lucas Alamán para conocer cómo se veía Hidalgo, Morelos y Calleja en el temprano siglo XIX y compararlos con las biografías de Hidalgo y Morelos escritas por Carlos Herrejón y la biografía de Calleja escrita por Juan Ortiz Escamilla. O bien, conocer quienes fueron José Gabriel Condorcanqui y Mateo Pumacahua y cuál fue su papel en la gran revuelta panandina de 1780.

Las razones de lucha de los líderes pueden juzgarse, criticarse y estudiarse gracias a su existencia en los documentos que escribieron de su propia mano, por quienes hablaron de ellos y les conocieron, o por los juicios donde corrieron sus sentencias. Por eso tenemos una biografía de Bolívar para la Enciclopedia británica escrita por Marx y no una sobre el pipila. Pero ¿Cómo sabemos por qué luchó la gente de a pie? Es difícil, pero tenemos aproximaciones. Una de ellas, es que no lucharon contra la monarquía o el estado colonial o contra el capitalismo como modo de producción. ¡Diablos! y eso ni siquiera es por falta de formación política. ¡Por supuesto que tenían una formación política! Que no coincida con las expectativas de los estudiosos del marxismo o practicantes del anarquismo es otra cosa. Baste recordar la crítica de los anarquistas mexicanos urbanos a los zapatistas revolucionarios por llevar un estandarte de la Virgen de Guadalupe. Les señalaron de atrasados técnicamente cachurecos, pero ¿Quiénes eran los que combatían por tierra y libertad en las montañas de Morelos? Quienes criticaban desde el escritorio por supuesto que no.

En un estudio que coordinó Jean Meyer, se analizó el caso de la rebelión liderada por Pugachov en Rusia, la de Tupac Amaru II en los Andes e Hidalgo en Nueva España. El libro se puede acceder en el openaccess del CEMCA. Son varios estudios, pero una observación transversal es que las luchas no se hicieron contra la autoridad real o lo que significaba la autoridad emanada de su poder. De hecho, muchos líderes se movilizaron en nombre de los monarcas a favor de un gobierno justo, o en otras palabras contra el mal gobierno. ¿Y qué era el mal gobierno? En general, eran las personas inmediatas, los magistrados locales o regionales. Aquellos que cobraban tributos e impuestos, los sacerdotes que abusaban de su autoridad y posición. Eran los hacendados, dueños de minas, administradores de tiendas. En pocas palabras, la gente que conocían. Eran muchos “objetivos” en contra que se percibieron como el mal generalizado. De la misma manera en que solo se critica al político corrupto o líder percibido como dictador pero no contra el sistema y las relaciones sociales en total. Se peleaba en pos de restaurar un orden imagino perdido o lastimado por el mal gobierno. En ese sentido, la idea de reyes ausentes o de santos emisarios era un poderoso motor de movilización popular.

Véase por ejemplo en Nueva España, donde la élite mexicana (de Ciudad de México) dio un golpe de Estado contra un virrey, impuso uno a su favor, mientras en la península ibérica el Rey había sido sustituido por el hermano del hereje Napoleón. En los Andes, la idea del Inkarri, el Inca-Rey, el líder del Tawantinsuyu perdido por el gobierno de los castellanos pero cuya imagen se hibridó con la del Rey Castellano mismo (lejano, pero de quien emanaba la justicia real y divina), fue un gran motor que permitió agrupar fuerzas alrededor de José Gabriel Condorcanqui en Cuzco, Julian Apasa en La Paz y de Tomas Katari y sus hermanos en La Plata. O Yemelían Pugachov, nacido entre cosacos, que desertó el ejercito imperial ruso luego de combatir a los prusianos y supo ganarse a las masas empobrecidas en condiciones de servidumbre alrededor de la idea de que la zarina Catalina, de origen alemán, era una usurpadora y por lo tanto la verdadera autoridad del Zar estaba siendo transgredida y violentada por un grupo invasor.

Y no se olvide qué en 1700, en el Reino de Guatemala, el oidor José Gómez Lamadriz (un juez con amplios poderes) llegó a la Audiencia de Guatemala para investigar casos de corrupción por las operaciones mineras, pero supo ganarse a sectores populares urbanos y enfrentó el rechazo de las élites. Eso le ganó ser desterrado a Nueva España, pero en el camino de la Costa Sur. En su apoyo se reunió población K´iche´y Mam de Quezaltenango y Soconusco, además de que un batallón de milicianos pardos (mulatos) se alzó en armas por el valle de Amatitlán en su apoyo. Quizá la noticia de que el rey Carlos II había muerto sin herederos, pudo ser un fuerte movilizador para considera que el oidor sería en realidad el rey oculto que llegaba a impartir justicia. Finalmente, la movilización de los Zendales en 1712 donde un movimiento de líderes de Cancuc pudo movilizar a varios pueblos tzeltales y tzotziles contra los castellanos de Ciudad Real (Hoy San Cristóbal de las Casas) bajo el alegato de que la virgen misma había exhortado a la población a movilizarse para restaurar el orden verdadero con lo cual uno de los pueblos pasó a llamarse Nueva España y otro adjunto se llamó Guatemala, imitando pero indianizando el orden político de la monarquía en esa región. Entonces ¿Les faltaba formación política? No, tenían la suya propia donde el buen gobierno, la justicia y la restauración eran las brújulas de sus decisiones.