Por Olmedo Beluche
Treinta y tantos años atrás, cuando Estados Unidos invadió a Panamá, el mundo vivía una coyuntura histórica de cambio de signo político, la Guerra Fría agonizaba, aunque no nos dábamos cuenta. Semanas antes habían empezado en Europa oriental y la República Democrática Alemana las movilizaciones que culminaron con la Caída del Muro de Berlín y meses después en la desaparición de la Unión Soviética y el llamado Bloque Socialista.
Aunque no éramos conscientes de ello, se estaba produciendo una derrota social y económica para la clase trabadora mundial, gracias al modelo neoliberal; y una derrota ideológica y política, para el movimiento comunista, la cual se hizo extensiva a todos los proyectos de “izquierda”. Derrota relativa, por supuesto, pero, derrota al fin y al cabo.
No la vimos venir a la nueva coyuntura. Tan es así que la revista internacional de la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT-CI) editorializó, en diciembre de 1989, que una invasión a Panamá era imposible.
Influidos por esos criterios erróneos, la noche del 19 de diciembre, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) de Panamá estuvo reunido hasta tarde analizando los informes sobre una posible invasión, pero se descartó la idea. Nos despedimos hasta año nuevo. Poco después de llegar a nuestras casas las bombas despejaron todas las dudas.
La época de los Acuerdos de Paz en Centroamérica
La coyuntura 1989-90 también implicó un cambio de época en Centroamérica. Veníamos de 20 años de guerras civiles contra las dictaduras militares apoyadas por el Pentágono, cuyo cénit fue la victoria de la Revolución Sandinista en 1979, que abrió diez años a un gobierno del FSLN presidido por Daniel Ortega y los 9 comandantes. Aunque esa revolución fue sitiada, como todas, y agredida por Estados Unidos (recordemos el escándalo Irán-Contras), su triunfo dio impulso a los procesos revolucionarios en Honduras, El Salvador y Guatemala.
Sin embargo, contra todo pronóstico, aquel diciembre de 1989 se gestaba una nueva fase que inició con una gran ofensiva militar del FMLN en San Salvador que terminaría, no con la victoria tan esperada, sino en una mesa de negociaciones que puso fin a la guerra e incorporó a los exguerrilleros a la política nacional, por supuesto, sin que se cumpliera ninguno de los objetivos políticos y sociales que habían guiado la lucha armada.
Los Acuerdos de Paz se extendieron a Guatemala también, abriendo una época de 20 años de estabilidad política basada en gobiernos pseudo democráticos y neoliberales, con los guerrilleros devenidos en partido político.
Para decepción de muchos, en paralelo se dio la derrota electoral de FSLN en Nicaragua y la asunción al poder de doña Violeta Chamorro al frente de una coalición de derechas, con lo cual se cerró el ciclo revolucionario abierto en 1978-79.
Panamá, del acuerdo neoliberal EEUU-Noriega a la invasión
Panamá venía de una década de crisis política creciente, acicateada desde arriba por una lucha por el control del liderazgo militar, luego de la muerte del general Omar Torrijos, en 1981; y desde abajo, por la resistencia a la aplicación de políticas neoliberales, que se expresó en una oleada de huelgas y movilizaciones, especialmente a partir de 1984, cuando EE UU y los militares impusieron mediante el fraude electoral a Ardito Barletta, funcionario del Banco Mundial.
Aunque el general Manuel A. Noriega recibió apoyo del Pentágono con asistencia militar para crear un ejército (las Fuerzas de Defensa) que sustituyera al norteamericano a medida que se concretaba la reversión del canal con el cumplimiento de los Tratados de 1977, a medida que la crisis escalaba y la figura del general concitaba el repudio popular, Washington empezó a pedirle muy cuidadosamente que pusiera fecha a su jubilación, al principio, hasta que en febrero – marzo de 1988 se produjo la ruptura entre ambos aliados (EEUU-Noriega), que se formalizó en sanciones económicas muy duras para el país.
La decisión definitiva de invadir Panamá se tomó luego de las fracasadas elecciones presidenciales de mayo de 1989, según el periodista Bob Woodward. En ese momento se diseñó una estrategia para rediseñar las instituciones políticas del país y probar nuevos criterios con que hacer la guerra en el extranjero y superando el llamado Síndrome de Vietnam.
En Panamá se estrenaron métodos y armamento que serían habituales en las dos Guerras del Golfo y en Afganistán.
El sofisticado armamento del ejército estadounidense utilizado en la invasión a Panamá incluyó los últimos adelantos tecnológicos alcanzados por ese país en el «arte» de hacer la guerra, y que luego han sido usados masivamente en la guerra del Golfo Pérsico: Bombarderos Stealth F-117, Bombas de 2,000 libras, Misiles Hell Fire, Helicópteros y lanzamisiles Blackhawk, Apache AH-64 y Cobra, Aviones de asalto A-37, Cañones de fuego rápido de 30 mm, Vehículos HMMWV (Hummer) con ametralladoras de alto calibre, Fusiles M-16 con mirilla infrarroja.
Diversos organismos de derechos humanos, entre los que podemos mencionar a la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos (ALDHU), consideran que tal despliegue de capacidad bélica, muy superior al armamento de las Fuerzas de Defensa panameñas, no sólo era injustificado, sino que es violatorio de la Convención de Ginebra (Protocolo I, título III, sección I) que «prohíbe expresamente el empleo de armas, proyectiles, materias y métodos de hacer la guerra que causen males superfluos o sufrimientos innecesarios».
La manipulación de la verdad y el control a la prensa, la principal arma de EEUU
Pero lo más novedoso de la invasión consistió en el control de la prensa, impidiéndole a los periodistas acceder a las zonas de conflicto para que no reportaran situaciones de violación a los derechos humanos y crímenes contra civiles, una de las causas del repudio generalizado a la guerra de Vietnam. Por eso la existencia de imágenes directas del combate y la prevalencia de tomas lejanas o posteriores.
El periodista que mejor documentó con imágenes la invasión, el español Juantxu Rodríguez, fue sospechosamente asesinado por las tropas norteamericanas con un certero tiro en la cara, en la puerta de su hotel en una zona en la que no había combates.
Desde el primer momento de la invasión, la mentira y la manipulación de la verdad fue una estrategia clave del gobierno de George Bush y sus aliados en los medios de comunicación. Método que se ha vuelto clave en todos los conflictos en que interviene Estados Unidos militar o políticamente, desde Venezuela a Bolivia, en el último periodo. En Panamá sirvió para amedrentar a las víctimas y sus familiares imponiendo la mentira de que todos eran norieguistas y delincuentes.
Panamá: 30 años de régimen oligárquico y neoliberal gracias a la invasión
Frecuentemente explicamos a los jóvenes que la invasión no fue algo malo que le pasó a gente que no conocieron. La invasión y sus consecuencias se han padecido por treinta años:
1.- Un régimen político antidemocrático controlado por cuatro partidos que a su vez son manejados por un par de grupos económicos;
2.- Una política neoliberal de privatizaciones, apertura de mercado y reformas laborales impuestas por el Convenio de Donación de julio de 1990;
3.- Un título constitucional sobre el Canal de Panamá que lo ha colocado fuera del alcance del pueblo panameño y sus organizaciones sociales y en manos de una oligarquía depredadora;
4.- Unos “acuerdos de seguridad”, como el Salas Bequer, que son una burla de los Tratados de 1977 y una continuidad de bases militares extranjeras en el país.
Treinta años ha costado en Panamá que la gente empiece a comprender la esencia antidemocrática y corrupta del régimen actual y todos sus órganos del Estado. Una nueva generación, se ha levantado contra el lavado de cara que quieren hacer con las reformas constitucionales que no cambian nada. Luchando por verdaderas transformaciones la juventud ha ganado la calle y rodeado la Asamblea Nacional.
Treinta años también han tardado decenas de familiares y de víctimas de la invasión en atreverse a salir del ostracismo y narrar los horrores que han vivido el 20/12/89. Tres décadas para que la sociedad panameña empiece a procesar mental e intelectualmente el trauma de la invasión, dedicándole no solo ensayos, poemas y novelas, sino también documentales y hasta películas.
El signo de los tiempos está cambiando y en América Latina ha empezado un ascenso revolucionario
El tiempo y las historia no se detienen. Si “el mundo cambió” en 1989-90, ahora en 2019, está volviendo a cambiar. Si bien aún no se ha cuajado en una revolución triunfante, como las de hace un siglo (rusa, mexicana, etc.) no hay dudas de que la globalización neoliberal capitalista está en crisis, que una nueva generación de jóvenes en todos lados, como de 1968, se ha lanzado a luchar y cambiar el mundo. Que cada vez más personas comprenden que el capitalismo está destruyendo con miseria a los trabajadores y con polución a la naturaleza, como señalara Carlos Marx.
Desde los millones que se movilizan para salvar al planeta del cambio climático, de los que la joven Greta es el símbolo central; pasando por las luchas de los chalecos amarillos y los trabajadores en Francia; las movilizaciones juveniles en Irak; y en especial en América Latina, con la juventud chilena, colombiana y costarricense a la cabeza y, también la masacrada juventud hondureña y nicaragüense; los indígenas ecuatorianos y bolivianos; en fin, una nueva generación ha echado a andar.
Panamá no escapa a ello y así lo demostraron las recientes movilizaciones contra la reforma constitucional. Acá continuamos la lucha que empezó desde el 20 de Diciembre de 1989 contra la ocupación del imperialismo yanqui y las consecuencias sociales y económicas de la última invasión.