Por: Raúl Jiménez Lescas
Las y los mexicanos estamos acostumbrados desde hace muchos años a conmemorar la Independencia de México en la noche del 15 de septiembre con una “Noche Mexicana”, pero en realidad, el Grito de Dolores se dio en la madrugada del 16 de septiembre y fueron varios gritos, según la audiencia del Padre de la Patria.
Y el 16 de septiembre de 1810 apenas inició la lucha por esa anhelada independencia. La guerra duró más de una década y fue devastadora para la entonces Nueva España. Por tanto, la Independencia no se logró el 16 de septiembre como el pueblo mexicano cree, sino 11 años después y no en forma de República como soñaron los insurgentes, sino como un “Imperio Mexicano” a nombre del Rey de España, Fernando VII.
Así que en estas entregas trataremos de mostrar la Ruta de la Consumación de la Independencia que inició con el Plan de Iguala, el Tratado de Córdoba (fue un sólo tratado y no en plural “los tratados”).
Dice Doralicia Carmona:
Los Tratados de Córdoba ratifican el Plan de Iguala por el que se consuma la Independencia de México. El virrey Juan de O’Donojú, antes de tomar posesión de su cargo y en camino a la ciudad de México, firmó estos tratados en la Villa de Córdoba, Veracruz.
O’Donojú, quien formará parte de la Junta Gubernativa del Imperio Mexicano, llegó a Veracruz como Capitán General y Jefe Superior Político cuando España tiene como últimos reductos Veracruz y Acapulco, plazas desprotegidas y sin capacidad para resistir un sitio bien organizado. Ante esta situación invitó a Iturbide a discutir la independencia y logra modificar el Plan de Iguala en el sentido de que las cortes del imperio mexicano puedan elegir libremente un gobierno monárquico moderado.
Iturbide tiene los recursos militares para tomar la capital, pero estima que puede hacerse sin derramar sangre y con una capitulación honrosa. Así que entra en comunicaciones con Iturbide y acuerdan firmar un tratado el 24 de agosto siguiente.
El día anterior, O’Donojú arribó a Córdoba acompañado por una escolta de Puebla y fue recibido “con el decoro correspondiente”, por el coronel Villaurrutia, el conde de San Pedro del Álamo y el marqués de Guardiola; por la noche llegó Iturbide a villa de Córdoba. Carlos M. de Bustamante refiere sobre el hecho: A pesar de estar “lloviendo salió mucha gente al camino a recibirlo, la cual quitó las mulas del coche y a brazo lo condujo hasta su posada, encontrándose iluminada la villa. Aguardábalo en su misma habitación el señor O'Donojú. Ambos jefes, rodeados de un brillante concurso, se abrazaron y dieron muestras de un cordial cariño”.
Este día, 24 de agosto por la mañana, Iturbide va a la casa de O'Donojú y antes que nada Iturbide dice: "Supuesta la buena fe y armonía con que nos conducimos en este negociado, supongo que será muy fácil cosa que desatemos el nudo sin romperlo'". Sigue refiriendo Bustamante: “Dados los puntos y encerrados en el despacho del señor O'Donojú dichos jefes con sus respectivos secretarios, el de Iturbide extendió el Tratado; llevóselo a O'Donojú, quien después, desde luego, aprobó la minuta y sólo tachó de mano propia dos expresiones que cedían en elogio suyo.
En ellos se estipula: “Esta América se reconocerá por Nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano... El Gobierno del Imperio será monárquico constitucional moderado... Será llamado a reinar en el Imperio Mexicano en primer lugar el Sr. D. Fernando Séptimo, Rey Católico de España y por su renuncia o no admisión, el... Sr. Infante D. Francisco de Paula; por su renuncia o no admisión, el... Sr. D. Carlos Luis, Infante de España,... y por renuncia o no admisión de éste, el que las Cortes del Imperio designaren... El Emperador fijará su Corte en México, que será la capital del Imperio... Se nombrará inmediatamente, conforme al espíritu del Plan de Iguala, una junta compuesta de los primeros hombres del Imperio, por sus virtudes, por sus destinos, por sus fortunas...
El 31 de agosto siguiente, desde la misma Villa de Córdova, O’Donojú envía la justificación de su actuar a España, en ella dice: “¿Quién ignora que un negociador sin fuerzas está para convenirse con cuanto le propongan y no para proponer lo que convenga a la nación que representa?... envié al Primer Jefe del Ejército Imperial Iturbide dos comisionados con una carta en que le aseguraba de las ideas liberales del Gobierno, de las paternales del Rey, de mi sinceridad y deseos de contribuir al bien general e invitándole a una conferencia. Otra recibí del mismo Jefe, que al ver mi proclama me dirigía también comisionados para que nos viésemos. Repito que jamás pensé en que podría sacar de la entrevista partido ventajoso para mi patria; pero resuelto a proponer lo que, atendidas las circunstancias, tal vez se consiguiese; a no sucumbir jamás a lo que no fuese justo y decoroso, o a quedar prisionero en poder de los independientes si faltaban a la buena fe, como por desgracia es y ha sido siempre tan frecuente, salí de Veracruz para tratar en Córdoba con Iturbide… tuvieron cuidado de formar apuntes de mis contestaciones, de las bases en que era preciso apoyarse para que pudiésemos entrar en convenio… Yo no sé si he acertado… cuando reflexiono que todo estaba perdido sin remedio, y que (hoy) todo está ganado, menos lo que era indispensable que se perdiese, algunos meses antes o algunos después… La Independencia ya era indefectible, sin que hubiese fuerza en el mundo capaz de contrarrestarla. Nosotros mismos hemos experimentado lo que sabe hacer un pueblo que quiere ser libre. Era preciso, pues, acceder a que la América sea reconocida por nación soberana e independiente y se llame en lo sucesivo Imperio Mexicano.”
Ciertamente O’Donojú estaba en una situación muy delicada; en el momento de su llegada, solamente México, Veracruz, Durango, Chihuahua, Acapulco y la fortaleza de San Carlos de Perote, permanecían bajo el dominio español.
Carlos María de Bustamante escribe en su Cuadro histórico: “Tal fue el Tratado de Córdoba, confirmación del Plan de Iguala, aunque modificándolo en el importante punto de designación de las personas que se llamaban a ocupar el trono del nuevo imperio, pues además de señalar para ellos al rey Fernando VII y a sus hermanos don Carlos y don Francisco de Paula, se hizo también mención del príncipe heredero Luca, sobrino del monarca español y se omitió el nombre del archiduque Carlos de Austria; pero se introdujo en el tratado la notable novedad de que por la no admisión del rey y los infantes, las Cortes elegirían al soberano, sin expresar que había de ser de casa reinante, como se fijó en el Plan de Iguala. Iturbide dejó con esto abierta la puerta a su ambición, y O'Donojú, «empeñado únicamente en asegurar el trono a los príncipes de la casa de España, dice Alamán, quizás no reparó en la variación muy sustancial que Iturbide había introducido, bastante a minar todo el edificio que acababa de levantarse.» No pudo ocultarse al sagaz primer jefe del ejército libertador que el tratado era esencialmente nulo, por falta de poder para ajustarle por una de las partes, pues el carácter de capitán general y jefe superior político que tenía O'Donojú era insuficiente para celebrar un contrato de tanta entidad; pero el tratado le allanaba la posesión de la capital, y dividía más y más a los últimos defensores de la dominación española”.
Entretanto, en la ciudad de México, el mariscal Novella trataba de mantener el orden, concentraba fuerzas en los poblados cercanos y expedía severos bandos, perseguía a los simpatizantes de la independencia y asistía a Catedral a novenarios a la Virgen de los Remedios por el triunfo de las armas realistas. Entre las medidas que dispuso, fue ordenar al ayuntamiento que proveyese a la ciudad de víveres y demás efectos de consumo y trató de hipotecar las rentas públicas. Enérgicamente el Ayuntamiento se opuso.
Poco después, O’Donojú ofrecerá sus buenos oficios como autoridad para que las tropas realistas se retiren y entrará a la capital con el Ejército Trigarante. En breve morirá poco después de pleuresía. El rey español, Fernando VII no reconocerá los Tratados de Córdoba. En los hechos, con la firma de estos tratados será arreado el estandarte virreinal que ondeó en la Nueva España desde el siglo XVII, un lienzo de seda en forma de cuadrado, de color pardo leonado, con la cruz de San Andrés al centro, de color morado.
Juan O’Donojú informa de su llegada a Veracruz
El penúltimo día de julio de 1821 el nuevo “virrey” de la Nueva España, Don Juan O’Donojú fondió el puerto de Veracruz. Viaje largo, cansado y llegó muy mareado. Era normal en esos tiempos, todos llegaban bien mareados de alta mar. Descansó varios días, lo cual quiere decir que siguió muy mareado.
Tomó la pluma y el 3 de agosto de 1821 le escribió al “Excelentísimo señor ministro de la Guerra”: “El 30 del pasado fondeé en este puerto, el 1º. del corriente me trasladé al castillo de San Juan de Ulúa, el 3 hice en manos del gobernador de la plaza, por la imposibilidad de verificarlo en las de mi antecesor, el juramento prescrito en la Constitución [Cádiz], encargándome del mando militar y político como capitán general y jefe superior nombrado por Su Majestad de estas provincias.”.
Se entiende que no sería “virrey” de la Nueva España sino capitán general militar y político y jefe superior de la niña mimada de la corona española, según el espíritu y letra de la Constitución de Cádiz, restituida por el golpe militar contra el mismísimo rey de España el año anterior inmediato. Es decir, en el año del señor de 1820.
Era la primera y última vez que estaría en Veracruz, el primer ayuntamiento del actual México por decreto y decisión del conquistador Hernán Cortés por ahí un día como el 22 de abril de 1519.
Me encanta el tal Don Juan por su agudeza política, pues con sólo 96 horas, 20 minutos y 32 segundos de estar en Veracruz sacó una conclusión tajante y sin dejar dudas a su majestad, Fernando VII: “... estas provincias… [están] reducidas al estado más deplorable, el espíritu de independencia anima a casi todos sus habitantes. El coronel Iturbide manda en jefe el ejército que se llama Imperial de las Tres Garantías, multitud de otros jefes ya militares, ya patriotas, comandan fuerzas, más o menos todos están a las órdenes del primero, y aunque nominalmente no puedo señalar las provincias declaradas independientes por falta de noticias exactas, es voz común que lo están casi todas.”.
Don Juan estuvo mareado por las olas del mar, pero no por los informes de la realidad política y social de la Nueva España.
¿Cómo no le informaron ese estado deplorable de las provincias y el espíritu que animaba a los pobladores de la Nueva España a su Majestad en 11 años de Guerra de la Independencia?
Sin pelos en la lengua, Don Juan le confesó a la Corona Española: “El virrey de Nueva España fue depuesto en México el 5 del anterior por las tropas de la guarnición, entregando el mando al mariscal de campo D. Francisco Novella, subinspector de artillería; su adjunto bando manifiesta las intenciones de este general y sus disposiciones. Igualmente que el virrey, sufrió en Monterrey el general Arredondo el 3, entrando en su lugar Echegaray, declarado independiente, también lo es Negrete, que ha sustituido a Cruz, arrojado de Zacatecas y cuyo paradero no se sabe con certeza. El coronel Quintanar, que mandaba en Valladolid, abandonó su encargo trasladándose al ejército de los que desconocen al gobierno español. Las tropas europeas son un corto número las que quedan, pues es continua la desmembración de partidas que desertan siguiendo el ejemplo de muchos jefes y oficiales.”.
Me da la impresión que ni Vicente Guerrero ni Guadalupe Victoria pudieron pintar semejante cuadro de la realidad novohispana en víspera de la Independencia. Don Juan lo hizo en 96 horas, 20 minutos y 32 segundos de estar en el puerto de la Vera Cruz.
Su diagnóstico fue contundente e inobjetable: “La capital se conserva [CDMX], pero es de temer que dure poco en nuestro poder porque carece de recursos contra un enemigo poderoso [¿los insurgentes estaban aislados? ¿los trigarantes en crecimiento?]. Sea como sea, el enemigo era poderoso y se haría del poder de la capital.
Don Juan estaba perdido para asumir su cargo conferido por su Majestad de Madrid. Lo supo cuando fondió el puerto y le chismearon suave y alegremente la realidad española de su próxima ex colonia imperial. Escribió sin parar y reparar: “Yo he apoyado con el capitán general de la isla de Cuba la solicitud de este gobernador y ayuntamiento que le piden 1 000 ó 1 500 soldados; podría también Su Majestad dignarse mandar se trasladasen a este punto las tropas de Venezuela, en donde son absolutamente inútiles (como digo al rey por conducto del secretario de la Gobernación) pero sobre ver las grandes dificultades que ofrece uno y otro, entiendo que todo será esforzarse sin fruto y que los socorros llegarán tarde, suponiendo que aun cuando llegasen a tiempo no hay fuerzas contra un vasto Imperio decidido por la libertad y que jura sostenerla a toda costa; al mismo precio defenderé yo esta plaza, y para que me auxilie detengo al navío Asia, cuya guarnición y tripulación desembarcaré cuando convenga, e iguales esfuerzos haré por ver si estos hombres pueden reducirse a un deber, pero el recurso de los papeles y de las negociaciones es inútil cuando no hay ejército que imponga.”.
Pero la suerte estaba decidida: ni mil o mil 500 soldados de las tropas de Venezuela, ni las fuerzas del navío Asia detendrían al “vasto Imperio decidido por la libertad y que jura sostenerla a toda costa”.
Tenía Don Juan razón: “... pero el recurso de los papeles y de las negociaciones es inútil cuando no hay ejército que imponga.”. Se impuso el Ejército Trigarante al mando de Agustín de Iturbide, aliado de Vicente Guerrero, Antonio López de Santa Anna y Guadalupe Victoria.
¿Por eso decidió firmar el Tratado de Córdoba el 24 de agosto de 1821? Tratado que no tenía facultades para firmar. Pero lo firmó.
En México hay un dicho que reza: “Nadie sabe para quién trabaja”. Don Juan no supo que trabajó para el Emperador Agustín I y no para su rey, Fernando VII. C’est la vie!, dicen los franceses. Y yo agrego: además.. ingrata.
La carta de Don Juan cerró así: “Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Veracruz, 3 de agosto de 1821.”. En realidad fueron 30 días, el 27 de septiembre de ese año del Señor, se consumó la Independencia del Imperio de México.
Proclamas de don Juan de O'Donojú
En el Año del Señor de 1821. Día intenso el 3 de agosto para la pluma y mente de don Juan de O’Donojú en la Vera Cruz. No pensó en reportarse con su Majestad de España, sino también dirigirse a los habitantes de la Nueva España, como se hacía en esos tiempos: mediante una proclama. ¿Cuándo perdieron los políticos esa bella forma de comunicarse con sus habitantes?
Don Juan en realidad se llamó Juan José Rafael Teodomiro de O’Donojú y O’Ryan, por los apellidos se entiende que era descendiente de irlandeses, pero nació sevillano el 30 de julio de 1762. Según su Fe de Bautizo: “Fue bautizado el 2 de agosto de 1762 en la parroquia del Sagrario de la catedral de Sevilla con los nombres de Juan José Rafael Teodomiro por el presbítero Gregorio Rodríguez de Hervás”, su madrina fue María Nicolasa O’Donojú, hermana de su padre, Juan O´Donojú (Caballero de la orden de Calatrava) que fue perseguido por el rey inglés Jorge II dada su fe católica, apostólica y roma. La familia dejó Irlanda católica para mudarse a la España súper católica.
Nacido en la segunda mitad del siglo XVIII, murió en la capital del Imperio Mexicano en la segunda década del siglo XIX, a los 59 años, dijeron los doctores que de pleuresía, pero la vox populi, dice que lo envenenaron para quedarse con su trono. Nada nos consta, solamente que fue sepultado con honores de virrey en la catedral de México, aunque no fue virrey sino Capitán General y Jefe Político Superior de Nueva España, según la Constitución vigente, la de Cádiz proclamada en 1812 por los liberales gachupines, bueno, españoles, incluídos algunos americanos brillantes de los cuales nos ocuparemos más adelante.
Don Juan tuvo una sólida formación en letras y artes militares. No fue un improvisado enviado por el rey Fernando VII. En su biografía leemos que destacó en la resistencia a los franceses y, las Cortes de Cádiz, lo nombraron “Ministro de la Guerra”. Fue un militar liberal adicto a la Constitución gaditana y enemigo de los franceses napoleónicos invasores de la península Ibérica en 1808.
Pero con el retorno de Fernando VII y la restauración absolutista que siguió, nuestro Don Juan cayó en desgracia como tantos liberales gaditanos: sentenciado el 18 de octubre de 1814 a cumplir cuatro años de prisión en el castillo de San Carlos, en Mallorca, se dice que fue sometido a torturas, que afectaron su salud. También fue adicto a la Masonería.
Se colgó dos grandes medallas en su pecho: la Gran Cruz de la Orden de Carlos III y, después la Gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo. La primera por la Cédula Real de 19 de septiembre de 1771 con el lema latino Virtuti et merito; la segunda, distinción militar y una orden de caballería española creada por Fernando VII al terminar la Guerra de la Independencia [de España] del 28 de noviembre de 1814.
Con esas credenciales fondió el puerto de la Vera Cruz y se dirigió, como hemos dicho, esa mañana del 3 de agosto como “Proclamas de O'Donojú a los habitantes de la Nueva España. Informe sobre la incertidumbre de su situación. 3 de agosto de 1821.”.
Tenía domesticada la mano para escribir sin corregir:
“A los habitantes de Nueva España”, les dijo. Pasó lista de sus cargos: “El capitán general y jefe superior político”. Y, luego, como era la costumbre de esos tiempos:
“Conciudadanos: La nación recompense con prodigalidad los sacrificios que por servirla hiciera desde mi juventud, de mi tranquilidad y de mi sangre, elevándome a la primera silla a que puede aspirar sin delinquir el que no nació a la inmediación del trono; empero, jamás fuera tan generosa conmigo como cuando me confiara la dirección de la parte más hermosa y más rica de la monarquía.”
En 6 renglones nos contó de su vida, así de sencillo: se ha sacrificado por su Patria desde su juventud, recordando su resistencia férrea a los invasores napoleónicos de 1808. Logró el puesto de mando en la Nueva España sin delinquir; que tampoco nació en una cuna de la nobleza, pero reconoce la generosidad del rey y escribió algo muy cierto: le confiaron la dirección de la parte más hermosa y más rica de la monarquía, la nueva España, quizá también por eso firmó el Tratado de Córdoba sin tener la autoridad para hacerlo, pero lo hizo.
¿O firmó porque dijo con todo sereno, reflexivo y sin temblarle la mano?
¡Y será la fatalidad de estas provincias que no sepan nunca sus moradores elegir entre el bien y el mal, la vida y la muerte, el ser y no ser!
Yo interpreto que quiso decir: saber elegir entre la dependencia y la independencia.
El puerto de la Vera Cruz lucía como ha lucido siempre con brisa, arena y un azul profundo. El sitio impuesto por los Trigarantes había concluido. Se esperaba la llegada desde España de Don Juan de O'Donojú. La fortaleza de San Juan de Ulúa estaba intacta, gracias a la ayuda de tropas y buques de guerra provenientes de Cuba. Según diversas fuentes la resistencia realistas al sitio trigarante dejó 119 bajas, pero, según otras fuentes, los españoles alteraron las cifras para inflar los partes militares.
Don Juan pudo caminar sin prisas por el puerto y se dirigió a los novohispanos con un párrafo memorable: “Ideas equivocadas, resentimientos anteriores, error de cálculo esterilizaron y despoblaron vastas regiones dignas de mejor ventura, y es hoy Nueva España la colonia de un extranjero, o la presa de un tirano ambicioso. Así se escribirá dentro de algunos años.
¿Y podréis ver con indiferencia que sea este el término de tantos sacrificios?
Yo acabo de llegar desarmado, solo; apenas me acompañan algunos amigos; contaba con vuestra hospitalidad, y confiaba en vuestros conocimientos; jamás me propuse dominar, sino dirigir; animado de los mejores deseos a vuestro favor, abundando mi corazón de ideas filantrópicas, unido por los más estrechos vínculos de amistad con vuestros representantes, instado tal vez por ellos para emprender tan dilatado, tan costoso viaje y tan expuesto, venía a traeros la tranquilidad de que carecéis, la paz que necesitáis, para no aniquilaros con unas guerras intestinas las más desastrosas.”.
Está muy evidente que no venía tocando tambores de guerra intestina, desastrosa, sino desarmado.
Y se dirigió a los novohispanos desde la Vera Cruz el 3 de agosto de 1821 en los siguientes términos:
“Yo no pensaba ya, muy poco hace, sino descansar de mis pasados sufrimientos: sucesos bien conocidos en el mundo me arrancaron de mi retiro para mandar ejércitos, para dirigir provincias, guardando siempre en mi corazón la idea de volver a la soledad luego que la patria no me necesitara. Ya mis deseos serían cumplidos al no haberme la fortuna convidado con venir a vivir entre vosotros. Sénos grata mi adhesión y el amor que profeso a vuestras virtudes. Yo no dependo de un rey tirano, de un gobierno déspota; yo no pertenezco a un pueblo inmoral; de una vez, yo no vengo al opulento imperio mexicano a ser un rey, ni a amontonar riquezas; yo no... Pero no es mi pluma, no mis palabras las que deben hacer mi apología: obras y el tiempo adquirirán a un europeo la benevolencia de los americanos. Tal vez este exordio parecerá intempestivo a muchos que hasta ahora sólo ven los objetos entre sombras a media luz; empero, los circunspectos y detenidos me harán justicia y conocerán por mis expresiones el fondo de mi corazón; ellos retrogradaran a los siglos de hierro y de luto; olvidemos lo que ruborizaría a los españoles de ambos mundos, y dediquémonos exclusivamente a tratar de nuestros días, días que llenarán muchas páginas de la historia con gloria de los americanos, o transmitiendo a las generaciones los males que padecieron por irreflexivos y precipitados.
Amigos, el dado está volteando y la suerte o el azar va a decidirse; sobre una línea balancea, de un lado la felicidad y del otro la desgracia de seis millones de hombres, de sus hijos y de la posteridad: vuestra situación es la más espinosa; puesta está a la ventura vuestra muerte civil o vuestra existencia política; dije maldiciendo a la ventura: no está sino a vuestro arbitrio y en vuestra mano.
¡Y será la fatalidad de estas provincias que no sepan nunca sus moradores elegir entre el bien y el mal, la vida y la muerte, el ser y no ser! ¿Pues que, no grabó la naturaleza en sus corazones los sentimientos mismos que en los del resto de la especie humana?
Permitidme, americanos, que escriba con anticipación la historia de nuestro malhadado país en el caso (que no temo si sois dóciles a la razón y a la verdad) de que desoigáis los consejos de la sabiduría y de la prudencia.
Nueva España (los tiempos que precedieron a Cortés y los que le han sucedido hasta ahora harto conocidos son), Nueva España empezaba a respirar el aire puro de la justa libertad: un nuevo sistema de gobierno acababa de derrocar el despotismo, de extinguir para siempre la arbitrariedad que por casi cuatro siglos la había abrumado; una Constitución meditada, fruto de la experiencia, producción de un saber casi celestial y que admiró a la política misma, prometía recompensar con lucro incalculable sus pasados males, su abatimiento, sus desgracias: ella ¡tierra infortunada! fue seducida y se pervirtió, y se obcecó, y se arrojó al precipicio, y en el yace sin recurso y sin esperanzas: sin esperanzas, porque los pueblos no se constituyen bien sino una vez en muchos siglos. Quiso ser independiente cuando de nadie dependía; quiso dejar de ser parte de una nación grande quedando aislada cuando carecía de recursos para existir sola y cuando de conservarse unida a ella pudieran ambas componer la sociedad mayor, más rica, más poderosa del globo, más respetada y más temida de los pueblos; quiso tener por sí representación soberana, y rompió intempestivamente los vínculos más sagrados de la política, de la sociedad, de la conveniencia y aun los de la naturaleza; intempestivamente, pues esta misma representación la habrían tenido a ninguna costa pocos meses después, y no la tuvieron consolidada jamás, porque mal aconsejados atropellaron tan arriesgada operación; algún tiempo, muy poco tiempo de esperar habría bastado, para que sus deseos quedasen satisfechos sin obstáculos, sin ruinas; ya sus representantes trazaban en unión con sus hermanos europeos el plan que debía elevarlo al alto grado de dignidad de que era susceptible.
Ideas equivocadas, resentimientos anteriores, error de cálculo esterilizaron y despoblaron vastas regiones dignas de mejor ventura, y es hoy Nueva España la colonia de un extranjero, o la presa de un tirano ambicioso. Así se escribirá dentro de algunos años.
¿Y podréis ver con indiferencia que sea este el término de tantos sacrificios?
Yo acabo de llegar desarmado, solo; apenas me acompañan algunos amigos; contaba con vuestra hospitalidad, y confiaba en vuestros conocimientos; jamás me propuse dominar, sino dirigir; animado de los mejores deseos a vuestro favor, abundando mi corazón de ideas filantrópicas, unido por los más estrechos vínculos de amistad con vuestros representantes, instado tal vez por ellos para emprender tan dilatado, tan costoso viaje y tan expuesto, venía a traeros la tranquilidad de que carecéis, la paz que necesitáis, para no aniquilaros con unas guerras intestinas las más desastrosas.
Al escribir este papel giran por mi imaginación mil ideas, y otras mil que quisiera no perder tiempo en manifestaros para que os persuadieseis de cuáles son vuestros verdaderos intereses, pero me detiene el que quizá no estáis en estado de oír; nada perderéis en tranquilizaros por un momento, en dar lugar a la reflexión, en permitirme pasar a mi destine y ponerme a vuestra cabeza; pueblos y ejercito, soy solo y sin fuerzas; no puedo causaros ninguna hostilidad; si las noticias que os daré, si las reflexiones que os haré presentes no os satisficiesen; si mi gobierno no llenase vuestros deseos de una manera justa, que merezca la aprobación general y que concilie las ventajas recíprocas que se deben estos habitantes y los de Europa; a la menor señal de disgusto yo mismo os dejaré tranquilamente elegir el jefe que creáis conveniros: concluyendo ahora con indicaros que soy vuestro amigo, y que os es de la mayor conveniencia suspender los proyectos que habéis emprendido, a lo menos hasta que lleguen de la Península los correos que salgan después de Junio anterior. Quizá esta suspensión que solicitó se considerara por algunos faltos de noticias y poseídos de siniestras intenciones, un ardid que me dé tiempo a esperar fuerzas; este temor es infundado: yo respondo de que jamás se verifique ni sea esta la intención del Gobierno paternal que actualmente rige. Si sois dóciles y prudentes aseguráis vuestra felicidad, en la que el mundo todo se halla interesado.
Veracruz, 3 de Agosto de 1821. Juan de O'Donojú.”.
Día agitado de Don Juan. Era el 4 de agosto de 1821. No paró de escribir. Informó a las autoridades realistas de Madrid que escribió 6 papeles. Conocemos 3, suficientes, para entender su lógica política y sus intereses en América. Un día antes, el 3 de agosto le escribió a su Majestad: “Habiendo dicho ya a vuestra excelencia en mi carta fecha del 3, núm. 1, el estado en que he encontrado estos reinos, y en el que me hallo, me ha parecido conveniente usar de medios dulces y adaptables al espíritu que abunda en el país…”.
Mientras tanto el puerto de la Vera Cruz recuperaba su vida cotidiana, su comercio y sus actividades. El sitio de los Trigarantes había concluído y don Juan, ahora se dirigió a los habitantes del puerto para reconocerlos como dignos militares y heroicos habitantes. Venía de España. No conocía la Nueva España, pero rápidamente se enteró de la situación política y social después de 10 años de guerra intestina.
Sin embargo, Don Juan no sabía todo lo que pasaba, no en la Nueva España, sino en la misma Vera Cruz: José Dávila informó al Virrey Conde del Venadito, sobre la Llegada de Guadalupe Victoria a la población de La Soledad, el 23 de abril del año del señor de 1821, en los siguientes términos:
“Excelentísimo señor:
Acabo de tener noticia de que el viernes santo 20 del corriente, llegó Guadalupe Victoria a la Soledad, donde le recibieron con salvas, vestido en el mismo traje que lo vieron en enero cuando autorizó con su presencia los asesinatos cometidos en San Diego, y el sábado de gloria se vistió con la ropa
que le tenía prevenía el capitán Antonio López de Santa Anna; quedando reconocido por los rebeldes, general de la provincia.
Lo que participo a vuestra excelencia para su conocimmiento superior.
Dios guarde a vuestra excelencia muchos años.
Veracruz, abril 23 de 1821. Excelentísimo señor.
Josef Dávila
[Rúbrica.]”.
Este informe es clave para entender que la partida guerrillera al mando de Guadalupe Victoria, discípulo del Generalísimo Morelos, no estaba muerto ni andaba de parranda, sino organizando la resistencia. Los mismo que Vicente Guerrero en el Sur y el reintegro de Nicolás Bravo y López Rayón en el centro de la provincia novohispana. Por su parte el ex diputado constituyente del Congreso de Anáhuac, Carlos María de Bustamante había dejado la prisión de San Juan de Ulúa unos meses antes de la llegada de Don Juan y, también se preparaba para volver a la lucha.
Sin duda, se desprende de la información presentada por Don Juan a la corona española, que la situación de la provincia de la Nueva España estaba demasiada agitada para “... ser todos amigos, sin que quede ni aun memoria de los fatales anteriores acontecimientos.”. Para ello se requería aceptar la Independencia de México y, ni así, vinieron años de guerras intestinas entre monarquistas, federalistas y centralistas, que nos ocuparemos más adelante.
Acá el texto de Don Juan:
“A los dignos militares y heroicos habitantes de Veracruz.
El capitán general y jefe superior político.
Luego que me encargué ayer del mando militar y político de estas provincias que el rey se dignó poner a mi cuidado, recibí del general gobernador de la plaza el diario de las ocurrencias de ésta desde el 25 del mes anterior hasta la fecha del parte. Al paso que me instruía de los sucesos, se aumentaban mis sentimientos de admiración debidos a un valor heroico, me dolía de vuestros sufrimientos, y compadecía a los que siendo nuestros hermanos, por un extravío de su acalorada imaginación, quisieron convertirse en nuestros enemigos, hostilizando a su patria, alterando la tranquilidad pública, ocasionando graves males a aquellos a quienes los unió la religión, la naturaleza y la sociedad con relaciones indestructibles, y atrayendo sobre sí la pena de un arrojo inconsiderado que pagaron los más de ellos con la muerte y la falta de libertad.
Aunque antes de pisar la tierra ya empecé a oír el feliz éxito de una defensa singular, la falta de representación pública entre vosotros, y de datos positivos, contuvo mis deseos de apresurarme a manifestaros mis sentimientos; dejaron de ser estas dificultades, y sobre creerlo un deber, tengo la mayor satisfacción en daros las gracias más expresivas en nombre de la nación, del rey constitucional, y por mi parte, por los distinguidos servicios que hicísteis a la causa pública; la más completa enhorabuena por el dichoso resultado de vuestros trabajos militares y gloriosa victoria; tributándoos al mismo tiempo los elogios de que sois dignos por vuestro valor, por vuestra disciplina, por vuestro amor al orden, a la conservación de vuestros derechos, y a que se conserve sin mancha en la historia el nombre español.
¡Ojalá que la expansión que siente mi alma al recordar vuestras virtudes cívicas, no estuviese acibarada por el profundo dolor que me causa la ceguedad de los que sin objeto legítimo y sin motivo justo se segregaron de nuestra sociedad y se declararon nuestros enemigos! Su sangre vertida manchando el suelo en que vieron la primera luz, es un espectáculo horroroso para todo lo que no esté desposeído de todos los sentimientos de humanidad; sólo resta para nuestro consuelo, el que ellos fueron los agresores, que no hicisteis sino defenderos, y que tengo esperanzas de que reducidos y desengañados dentro de poco volveremos a ser todos amigos, sin que quede ni aun memoria de los fatales anteriores acontecimientos.
Diré al gobierno por el primer correo, cuán dignos sois de su gratitud, y cuanto os debe la Patria; recomendaré a todos, y a cada uno de vosotros, y sabrá el mundo que los jefes, guarnición, milicia y vecindario de Veracruz, así como la marina nacional y mercante que se hallaba en su puerto, todos, todos merecen un lugar distinguido entre los buenos, y preferente entre los bravos y bizarros.
Veracruz, 4 de agosto de 1821.
Juan O’Donojú.”.
El éxito es muy incierto
El clérigo Miguel Ramos Arizpe, mexicano en las cortes españolas, pudo ser un promotor de que don Juan de O’Donojú navegara a la Nueva España como capitán general y político para sustituir al virrey Apodaca. Lo señala la Real Academia de Historia. Con don Juan venía en el barco el general Antonio Valero Bernabe de Fajardo de la isla de Puerto Rico pero formado en España y combatiente de la Guerra de Independencia contra los napoleónicos en 1808; con O’Donojú formó un binomio ideológico sin igual en la época que con otros integraron lo que entonces se conoció como “El Taller Sublime”, del que nos ocuparemos más tarde.
Ramos Arizpe (15 de febrero de 1775, Valle de San Nicolás de la Capellanía, Provincias Internas de Oriente, Nueva España - 28 de abril de 1843, Puebla de los Ángeles) en realidad se llamó José Miguel Rafael Nepomuceno Ramos de Arreola y Arizpe. Era un estudioso desde su infancia: en Seminario de Monterrey fue ordenado sacerdote en 1803; cura del Real de Borbón; siguió estudiando en la Real Universidad de Guadalajara donde se doctoró en filosofía, cánones y leyes; docente del Seminario de Monterrey, pero le gustaba convivir con los campesinos.
En el año del señor de 1810 fue elegido diputado por Coahuila para las Cortes de Cádiz, España. Viajó al viejo mundo y, según los datos biográficos, destacó como legislador americano (1810-1814). Fue un liberal e independentista. Signó la primera constitución española, la Constitución de Cádiz de 1812, llamada La Pepa (por haber sido proclamada el día de San José).
También fue víctima, como don Juan de O’Donojú, de la reacción absolutista (regreso al trono de Fernando VII y disolución de las Cortes). Detenido y sometido a juicio como tantos liberales gaditanos. Estuvo prisionero en Madrid y luego en el monasterio cartujo de Porta Coeli en Bétera, cerca de Valencia. Las revueltas populares le dieron la libertad y estuvo en el llamado “Trienio Liberal” de 1820 a 1823. volvió a su México Independiente y destacó en el Constituyente que redactó la Constitución de 1824.
En enero de 1821, las noticias llegaron a Madrid sobre una nueva rebelión en su provincia denominada Nueva España. No eran los insurgentes herederos de Hidalgo y Morelos, sino los Trigarantes que provenían de las propias filas realistas, al mando de Agustín de Iturbide.
Las Cortes españolas pretendían exportar a América, sus fórmulas liberales gaditanas: “... establecimiento de diputaciones, nombramiento de delegados del poder ejecutivo, jefes políticos de las provincias, etc. Tratando de buscar al hombre mejor capacitado para su ejecución, tanto el Ministerio como los componentes de la Asamblea, y en especial el mexicano Ramos Arizpe que lo conocía muy bien, apostaron por O’Donojú, que resultó elegido en medio de una abierta controversia.”.
A continuación el texto completo de O’Donojú, donde “informa sobre la incertidumbre de su situación”.
“Excelentísimo señor.
Tengo el honor de acompañar a vuestra excelencia seis ejemplares de cada uno de los papeles que he dado al público después de mi llegada, para que vuestra excelencia tenga la bondad de manifestarlos a Su Majestad con las siguientes reflexiones. El dirigido a la guarnición y habitantes de Veracruz, no tiene otro objeto que el de felicitarles por su triunfo, y darles las gracias en nombre de la nación y del rey por el brillante servicio que acaban de verificar. En el que hablo a los habitantes de Nueva España, quizás se encontrarán algunas ideas que necesitan de aclaración. Habiendo dicho ya a vuestra excelencia en mi carta fecha del 3, núm. 1, el estado en que he encontrado estos reinos, y en el que me hallo, me ha parecido conveniente usar de medios dulces y adaptables al espíritu que abunda en el país; aun así el éxito es muy incierto, y no me atrevo a anticipar ideas de lo que haré si encuentro docilidad, porque en tan difícil situación podrán ser tan varias las circunstancias que destruyesen todo plan y me veré precisado a obrar según ellos, arreglándome siempre a proporcionar las mayores ventajas a mi nación, en cuanto sean compatibles con los deseos de estos pueblos, que tienen fuerzas para sostenerlos y llevarlos a cabo, cuando yo carezco de ellas para contenerlos, al menos mientras resolviese el gobierno. Sírvase vuestra excelencia hacerlo todo presente a Su Majestad asegurándole de mi patriotismo y amor a su persona.
Dios guarde a vuestra excelencia muchos años.
Veracruz, 5 de agosto de 1821.
Excelentísimo señor. Juan O’Donojú.
Excelentísimo señor ministro de la Guerra.”.
¿Planearon esos colegas firmar la Independencia de México?
Sí alguien fue luminaria tras la consumación de la Independencia de México fue José Miguel Rafael Nepomuceno Ramos de Arreola y Arizpe. Su colega don Juan de O’Donojú había firmado los llamados Tratados de Córdoba y entró -enorgullecido como pavo real, a la ciudad de México, entonces capital de la ex provincia española de España- con el Ejército Trigarante, pero rehusó firmar el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, aquel 28 de septiembre de 1821. Año 1, de nuestra Independencia. Sus razones tuvo, de las cuales me ocuparé más tarde.
Siempre dejo para más tarde lo interesante de la Historia, en lugar de andar buscando “tres piés al gato”, mejor encontrar lo interesante de la Historia que inventar una Historia Interesante de la Historia, como hacen algunos colegas que venden como mercancía la Historia.
Dos historias derivadas, nótese el toque de la matemática infinitesimal: El destino de Ramos Arizpe y del general Antonio Valero de Bernabé y Pacheco. El primero, combatiente en el constituyente de 1824 en México; el segundo, combatiente por la Independencia de Nuestra América.
El clérigo y colega de don Juan de O’Donojú, participó del primer Congreso Mexicano, donde peleaban los grupos de poder: republicanos, borbonistas (monárquicos) y los iturbidistas, además de los ex insurgentes, léase Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, fray Servando Teresa de Mier y Carlos María de Bustamante que afilaban las espadas contra la monarquía moderada de Agustín I.
El clérigo liberal fue arrestado por decisión de la corona imperial de don Agustín I. Otros diputados también cayeron en prisión, mientras que Victoria y Guerrero se fugaron por el camino de La Marquesa para atrincherarse en el actual estado de Guerrero, donde tenían sus bases militares. El periodista Bustamante no escapó y fue arrestado, por segunda ocasión, a manos, ahora de los monárquicos del nuevo emperador: Agustín I.
Pero Ramos Arizpe salió victorioso por enésima ocasión. ¿Sí libró las cárceles del rey Fernando VII, por qué no las del emperador efímero, Agustín I?
Así que tras la abdicación de Agustín I, se le vio muy activo en la comisión que elaboró el proyecto de la Constitución Federal en 1823 y fue aprobado en 1824. La Constitución de 1824, la primera del México Independiente (la de 1814 promulgada en Apatzingán, fue del proyecto de nueva Nación).
Fue el 4 de octubre de 1824, cuando se juró la Constitución, muy al estilo español de jurar por todo: “Júralo por Díos” decíamos en nuestra niñez. La “Jura” de la constitución Federal de 1824 definió una República Federal integrada por 19 estados y 4 territorios federales (Texas formó parte del estado de Coahuila y Texas). Así empezó nuestra historia, de lucha entre monárquicos pro españoles, pro Agustín I, centralistas republicanos y federalistas republicanos. Una lucha que nos consumió hasta la Reforma de 1857, cuando el colega de don Juan de O’Donojú ya no estaba para contarla.
El clérigo Ramos Arizpe, durante el gobierno del presidente Guadalupe Victoria (el primer presidente de México) entre de 1824 a 1829 fue ministro de Justicia, cargo que también ocupó de 1832 a 1833 con los presidentes Manuel Gómez Pedraza, Valentín Gómez Farías y Antonio López de Santa Anna. Fue un intelectual orgánico, se dice ahora en el léxico gramsciano. Un cuadro político de la Independencia.
1842. Se le vio como diputado a Cortes Constituyentes por el estado de Puebla y miembro de la junta que surgió de las Bases de Tacubaya. Su defensa del federalismo le valió el sobrenombre de Padre del Federalismo. Yo sí lo creo, Ramos Arizpe, colega de don Juan de O’Donojú, es padre o uno de los padres y madres del federalismo mexicano.
No era viejo o muy viejo. Tenía apenas 68 años de edad y sin haber amado, al menos eso creemos. Estaba muy enfermo de la llamada, en ese entonces, “gangrena seca” y lo visitó la muerte el 28 de abril de 1843. Ahí en Puebla, ahora de Los Ángeles, sirvió a Díos como deán y chantre de la Catedral poblana (por cierto hermosa).
Para quienes quieran dejarle un recuerdo, está enterrado con honores, que se los merece por cuenta propia no por ser colega de O’Donojú, en la Rotonda de las Personas Ilustres de la Ciudad de México (Miguel Ramos Arizpe, 1775-1843, Político y sacerdote, Coahuila). Ahí en el Valle de San Nicolás (Coahuila) vio la luz Ramos Arizpe, pero nunca volvió, en su honor se denomina Ramos Arizpe.
Estoy muy de acuerdo.
Ramos Arizpe, Valero de Bernabé y Juan de O'Donojú
En nuestra Historia Patria se nos enseña que don Agustín de Iturbide, vallisoletano y realista de corazón, tuvo la habilidad de enganchar los insurgentes Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo, Teresa de Mier y Carlos María de Bustamante al “Plan de Iguala” y, por supuesto, al recién llegado de España, don Juan de O’Donojú para que estampara su firma en el Tratado de Córdoba para facilitar la Consumación de la Independencia.
Lamento decirle al sistema educativo mexicano que no fueron así las cosas. Lo siento mucho. Sin minimizar las habilidades políticas del futuro primer emperador mexicano, fueron más complejas las cosas.
La Consumación de nuestra Independencia fue un proceso complejo donde confluyen diversas fuerzas de la península ibérica y de la Nueva España. Después de una década de guerra civil, todos podemos entender que “el horno no estaba para bollos”. Los realistas en el sur, al mando de Iturbide no podían acabar con la lucha insurgente al mando de Guerrero. Ni los insurgentes podían derrotar al ejército realista.
En España se había restituido la Constitución gaditana y en la Nueva España se nombraron, por elección (del tipo siglo XIX), los ayuntamientos constitucionales gaditanos. Así muchos criollos asumieron los mandos políticos y no sólo militares. Por ejemplo, el general Antonio de León, dejó las armas y ganó el primer cabildo mixteco en Huajuapan, donde se levantó en armas en pro del Plan de Iguala, reconociendo a Iturbide en el mando militar.
Iturbide, después de intentar sofocar la resistencia de los insurgentes del Sur (hoy buena parte del estado de Guerrero), decidió pactar con sus archienemigos de una larga y turbulenta década. Así nació el Plan de Iguala del 24 de febrero de 1821. Mandos realistas e insurgentes conformaron el Ejército de las Tres Garantías (Trigarante).
Es una historia bastante conocida. ¿Pero qué hay de los peninsulares que fueron partidarios de la Independencia y actuaron en consecuencia? ¿Por qué no los recordamos?
Uno de ellos venía, como hemos dicho, en el navío con don Juan de O’Donojú, colega de Ramos Arizpe: Antonio Valero de Bernabé y Pacheco, (Fajardo, Puerto Rico 26/10/1790–Bogotá, Colombia 7/07/1863). Sus biógrafos lo llamaron: Brigadier, masón, liberal, libertador y, debemos agregar, acompañó a don Juan de O’Donojú en su misión a la Nueva España.
Hijo de Cayetano Valero de Bernabé (aragonés) y de la puertorriqueña Rosa Pacheco de Ormandía. Quedó huérfano y su tío paterno, lo despachó a España para estudiar en la Academia Militar de Valencia (1803). Ahí lo agarró la invasión napoleónica de 1808 y se enroló en la resistecia. Según dicen sus biógrafos: peleó en el sitio de Zaragoza; en Tarragona, Sagunto, Carcante, Cullera, Castalla, Albaida, “lo que le hizo ganar el grado de coronel y le valió numerosas condecoraciones y galardones como: la cinta y la Cruz de Zaragoza, dos escudos de distinción y benemérito de la patria en grado heroico y eminente. Además se le otorgó la más alta condecoración española: la Cruz Laureada de San Fernando. Al terminar la guerra contaba tan sólo veinticuatro años.”.
La Guerra de Liberación de los franceses, llevó a Bernabé a abrazar la causa liberal gaditana. Sus influencias fueron el general José Rebolledo de Palafox (jefe militar y capitán general del Reino con sede en Zaragoza) y, más adelante, don Juan de O’Donojú. Y también se hizo adicto a la masonería.
Dicen sus biógrafos: “Al ser ayudante de campo del general Juan de O’Donojú, Valero se vio expuesto directamente a la masonería, a la que rápidamente abrazó. En ese contexto y en todos los lugares en que estuvo destinado entre 1814 y 1820 se lo encuentra destacándose por trabajar afanosamente en la organización de nuevas logias en toda la región de Andalucía. Con O’Donojú formó un binomio ideológico sin igual en la época que con otros integraron lo que entonces se conoció como ‘El Taller Sublime’...”.
Con esos antecedentes se puede inferir que tuvo participación directa o indirecta en el levantamiento del coronel Rafael de Riego en las Cabezas de San Juan (1820) contra el rey Fernando VII para hacer jurar la Constitución de Cádiz. El primer día de enero de 1820, Riego y otros oficiales, como Antonio Quiroga, “... proclamó la constitución y ordenó la detención del general en jefe del cuerpo expedicionario encargado de terminar con los independentistas sudamericanos que estaban azotando las colonias españolas.”.
Cuando O’Donojú fue enviado a la Nueva España, “... Valero le acompañó como su secretario y ayudante personal. Allí el puertorriqueño tuvo una destacada participación en las negociaciones que primero se realizaron en 1820 con el comandante militar mexicano Agustín de Itúrbide y que desembocaron en la firma de los Tratados de Córdoba del 24 de agosto de 1821. Con ello se aceptó por los españoles y se confirmó el Plan de Iguala que había sido proclamado el 28 de febrero de aquel año. El mismo declaró la independencia de México como estado monárquico separado de España y bajo Fernando VII. Esa situación no fue bien vista ni aprobada por la Corona Española, como tampoco lo fueron los militares que participaron en las mismas, lo anterior podría representar inconvenientes a la hora de regresar a la Península. Sin embargo el nuevo estado ofreció grados y empleos a los militares españoles que desearan integrarse a la patria mexicana. Toda vez que solo se rompieron los lazos políticos con España —no así los culturales, espirituales y lingüísticos— no fue difícil para muchos soldados y jefes españoles aceptar aquel ofrecimiento; entre ellos estuvo Antonio Valero quien dejó al lado no solo la misión que le llevará a México, sino además su acatamiento al gobierno de Fernando VII. No obstante la lealtad a su ideario liberal y masón quedó intacta al ingresar al ejército mexicano, pues en América la libertad y la tenían un futuro que en ese momento era halagador. Desde entonces echó su suerte y su trabajo a la formación de la nueva nación. Fue en esta época que su labor le acredita para la Cruz de la Independencia Mexicana.”.
Con la crisis de la monarquía mexicana del emperador Agustín I, el puertorriqueño fue acusado de “conspirador” como tantos otros… Dejó México, pero su semilla libertaria floreció, aunque no se le reconozca. Se sumó al ejército de Simón Bolívar y ahí siguió luchando por la independencia de Nuestra América y soñó con independizar a su Matria: el Borinken.
Los astros se alinean, pero sin Guadalupe Victoria
Honor a quien honor merece. Guadalupe Victoria no firmó ni el Plan de Iguala ni el Tratado de Córdoba con los gachupines y trigarantes. No es justo. Tampoco entró con honores a Ciudad de México, ni firmó el Acta de Independencia, es más, ni los mexicanos lo recuerdan. Pero fue pieza clave de nuestra Independencia.
Era muy joven cuando fue reclutado por el generalísimo Morelos en las costas del sur. Fue en el año del Señor de 1810-1811. Es más, se llamaba José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, luego, en la toma de Oaxaca, que en ese entonces se le llamaba la Antequera (1812), se hizo apodar: Guadalupe Victoria, porque mi generalísimo decía, quizá sin razón, que todas sus victorias se las debía a Guadalupe, la vírgen morena. Yo no lo creo, pero Morelos y José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, sí. Y, por eso se puso: Guadalupe Victoria, para que el generalísimo lo volteara a ver. Yo no lo creo. Porque el generalísimo sabía formar cuadros (no como los partidos políticos de hoy).
Morelos le echó el ojo, bueno los dos, porque sabía que era un cuadro militar que despuntaba y tenía madera como para construir una presidencia. Así era el generalísimo.
No pienso contar la historia de ese joven que se volvió presidente de México, de hecho, el primero. Me interesa contar cuando lo daban por muerto o quizá, de parranda… Ni una ni otra. Victoria seguía peleando por la independencia, cuando don Juan de O’Donojú y Valero Bernabé arribaron al puerto de Veracruz. ¿Qué día? Ya se los dije… hagan memoria.
Victoria demostró que los “Sonidos del Silencio” en la guerra son más mortales que los petardos: Hola, silencio, vieja camarada.
Resulta que el tal Victoria en 1818 se dirigía así a los americanos:
“Americanos, la sagrada llama del entusiasmo arde ahora con más fuerza que nunca por los cuatro ángulos de la América. Sí, unión y fijaremos para siempre el árbol de nuestra libertad. Pueblo de Acazónica, 16 de septiembre de 1818”.
Más adelante le informan: “Felipe Romero a Victoria, Informa que el enemigo incendió los campos y otros movimientos. 1818, septiembre 19, La Laguna.” (AGN, Operaciones de Guerra, vol. 932, fs. 256-256v.). Más adelante concede perdón: “Victoria concede un Perdón General con ocasión de los últimos Triunfos. 1818, octubre 10, Santa Fe sobre Veracruz (AGN, Operaciones de Guerra, vol. 932, fs. 258-259.).
Incluso una insurgenta María Lucía Martínez, le confiesa:
“Excelentísimo señor: Las gallinas que tenía, las he gastado en alimentar al alférez don Joaquín Arenas al que desde que vino lo he estado alimentando con ellas y ahora ya le estoy matando pollitos, por no haber otra cosa, pues las tres que han quedado son para darle al enfermo los huevos, yo me alegraré tener para poder mandar a vuestra excelencia las que me pide. Apreciaré se mantenga vuestra excelencia los muchos años que le desea su afectísima servidora que sus manos besa. María Lucía Martínez.”
¿Ven? Mi general no estaba muerto ni andaba de parranda tomando caña, dicen los españoles.
Así que en noviembre de 1818 se dirigieron de esta manera:
“El Gobierno Provincial Mexicano de las Provincias del Poniente, comisiona a Miguel Arias y Juan Bradburn, para entrevistarse con Victoria. Van facultados para acciones militares. etc. 1818, noviembre 23, Tecpan (AGN, Operaciones de Guerra, vol. 932, fs. 261-262.).”
Entonces apareció Antonio López de Santa Anna para combatir a mi general:
“Antonio López de Santa Anna a Pascual de Liñan, Informe sobre la Persecución contra Victoria. 1819, febrero 23, San Diego (AGN, Operaciones de Guerra, vol. 490, fs. 165-168 v).
Escribió: “Excelentísimo señor: Consecuente con lo que tenía participado a vuestra señoría, salí de este punto, el día 12 de la fecha, con 70 caballos, de los nuevos indultados con dirección a la sierra de Masatiopa, en busca del cabecilla Victoria, que las repetidas noticias que tienen de haberse pasado por aquel rumbo buscando el abrigo de los de su partido, Romero y Tinoco.”.
Y, así, años tras año, como un pez nadando en la misma pecera, diría Pink Floyd.
Dos años después aparecen nuevos reportes de Victoria:
José Ignacio Iberri a José Dávila, informó lo averiguado por dos espías que envió a San Diego y a los que les fue “Dada Proclama de Victoria” (1821, enero 1, Campo de Santa Fe. 1821, enero 2, Veracruz. AGN, Operaciones de Guerra, vol. 259, f. 82.).
El informe dice: “Estos mismos individuos me aseguran que en dicho pueblo hay doscientos hombres armados, y que están combinados y de acuerdo con los de Jamapa, Tamarindo, Temascal, Medellín y Tlalixcoyan; y habiendo sabido el cabecilla Crisanto que los precitados individuos se regresaban para este puerto, les entregó la proclama adjunta firmada por Victoria, para el comandante que se hallaba en él.”.
Los reportes eran precisos sobre los levantamientos promovidos por Guadalupe Victoria: José Dávila le escribió a su superior José Ignacio Iberri Ordenando el Ataque a San Diego, el 2 de enero de 1821, ahí le señaló que: “La proclama que a nombre de Guadalupe Victoria me acompaña vuestra merced en su oficio de 1º de enero y me ha entregado el capitán don Francisco Hernández, han confirmado el levantamiento de los vecinos de San Diego, capitaneados por Crisanto de Castro. La certeza de la noticia, la falta de armas de fuego en que debemos suponerlos, y la corta reunión de rebeldes hasta el día, nos presenta la senda que debemos seguir y que es preciso atacarlos sin detención, antes que se reúna mayor número de rebeldes y que consigan aumento de armas. En tal concepto, y de que en Tlacotalpan han sido rechazados por aquel vecindario una reunión, quitándole armas y caballos. Espero que vuestra merced con su actividad, ejecute del modo que más considere eficaz al atacar a San Diego, en la inteligencia de que escribo al señor Hevia, comandante de las villas, despache tropa al Temascal y al señor Horbegoso de Jalapa que verifique lo mismo a Paso de Ovejas.” (Dios guarde a vuestra merced muchos años. Veracruz, 2 de enero de 1821. José Dávila. Señor don José Ignacio Iberri. Es copia. Veracruz, enero de 1821. Francisco Antonio Rodal [Rúbrica.] Veracruz. AGN, Operaciones de Guerra, vol. 259, f. 83).
Más adelante Inocencio Villamil informó a las autoridades novohispanas: “Observaciones, el número de insurgentes serán cien hombres de caballería perfectamente armados y montados, el resto con sus machetes y mal montados, pocas municiones, menos víveres, pues para esto tienen que salir a las rancherías inmediatas a buscar sus familias estantes, que les suministren tortillas o robar a los caminantes. El descontento entre los que sirven de soldados es mucho y aún algunos de los que hacen de cabezas no sirven gustosos. Veracruz, 10 de enero de 1821).
Guadalupe Victoria y los insurgentes estaban activos y resistiendo por los rumbos de Veracruz. El expresidente nació en Villa de Tamazula, Durango en 1786 y murió en el Castillo de Perote el 21 de marzo de 1843. Estudió en el Seminario de Durango y posteriormente en el Colegio de San Ildefonso en 1811 para estudiar Jurisprudencia. Se unió a la insurgencia en 1811-1812.
Y eso fue lo que ocurrió, cuando el historiador contó su cuento. Su cara se puso fantasmal, quizá más pálida que una sombra.
Fuentes
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
Juan Ortiz Escamilla (Comp.) [Con la colaboración de David Carbajal López y Paulo César López Romero]. Veracruz. La guerra por la Independencia de México 1821-1825. Antología de documentos. Comisión Estatal del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana.
Luis A. Canela Morales (Coord.). Los Tratados de Córdoba. Recuperado en https://www.inehrm.gob.mx/recursos/Libros/Los_tratados_de_Cordoba.pdf
Rodrigo Moreno Gutiérrez. La trigarancia. Fuerzas armadas en la consumación de la independencia. Nueva España, 1820-1821, recuperado de:
___, Ortiz Escamilla, Juan (2010). El teatro de la Guerra: Veracruz 1750-1825. Publicacions de la Universitat Jaume I.
Guadalupe Victoria. Documentos I (1986) [compiladores Carlos Herrejón Peredo y Carmen Saucedo Zarco]. México. Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.