Por Olmedo Beluche
Si lo mejor que un libro puede dar de sí es remover las neuronas y obligar a reflexionar sobre el mundo en que vives, conmigo lo ha logrado “Brasil autofágico. Aceleración y contención entre Bolsonaro y Lula”, ensayo realizado por dos economistas de la Universidad Federal de San Pablo (Brasil), Daniel Feldmann y Fabio Luis Barbosa dos Santos. Sin exagerar, uno de los mejores libros que he leído en los últimos años.
Feldmann y Barbosa empiezan señalando que la Nueva República fue el pacto político interpartidario que dio forma al régimen post dictadura militar (1985) en Brasil, cuyo periodo más lúcido fueron los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) encabezados primero por Ignacio Lula Da Silva y posteriormente por Dilma Rousseff (2003-2016). En ese período, se fue diluyendo la esperanza inicial de que los gobiernos “petistas” significaran una ruptura con el modelo económico neoliberal, que había imperado en la fase anterior, lo cual debería haber producido una sociedad más democrática, inclusiva e igualitaria.
El PT, en vez de romper con el neoliberalismo y cambiar el curso de degradación social que llevaba a la sociedad brasileña, procuró “contener” su crisis con medidas redistributivas financiadas con superávits de las exportaciones de bienes primarios (commodities) sin tocar los problemas estructurales del capitalismo brasileño, ni los intereses de particulares de los capitalistas. En la medida en que los buenos precios internacionales de las exportaciones de materias primas empezaron a decaer, a partir de 2015, el proyecto petista empezó a hacer aguas, viéndose obligado a sostener el modelo económico que se creía que debía combatir.
Feldmann y Barbosa señalan que esa inconsecuencia de Lula y el PT para romper con el modelo capitalista neoliberal, que terminó produciendo descontento social y protestas contra sus gobiernos, no fue exclusiva del caso brasileño, pues fue la nota del conjunto de lo que se ha llamado “el progresismo” latinoamericano. ¿Por qué?
Porque el progresismo nunca se propuso modificar las causas estructurales de la crisis social y económica de nuestros países, simplemente trató de “administrar” la crisis, de “contenerla”. En vez de enfrentar la destrucción de los derechos de la clase trabajadora por las reformas neoliberales, alimentó el emprendedurismo y la asistencia social.
El libro cita a Rafael Correa, expresidente progresista ecuatoriano, cuando dice: “.. .estamos haciendo mejor las cosas con el mismo modelo de acumulación, en vez de cambiarlo, porque no es nuestro deseo perjudicar a los ricos”. Cita a Néstor Kirchner de Argentina cuando afirma que: “El plan es construir en nuestra patria un capitalismo en serio, con reglas claras en que el Estado desempeñe su papel inteligentemente para regular, para controlar, para hacerse presente donde haga falta mitigar los males que el mercado no repara.” (Pie de página 11).
En conclusión, dicen Feldmann y Barbosa, “el progresismo persiguió el gobierno correcto de la lógica equivocada. el progresismo es lo correcto posible en un mundo equivocado”.
Cuando el progresismo se propone tratar de salvar al sistema capitalista neoliberal de sí mismo, en vez de cambiarlo, de modificar sus bases estructurales, causantes de la desigualdad y la injusticia social, termina convirtiéndose en su cara buena, el Dr. Jekyll, parodiando la novela de Robert Stevenson, que trata de “contener” la crisis del sistema.
La cara contraria, Mr. Hyde, lo constituyen los proyectos políticos de la extrema derecha, como Jair Bolsonaro para el caso brasileño, cuya intención no es contener la crisis del capitalismo sino “acelerarla”, llevarla hasta sus últimas consecuencias, liquidando los últimos vestigios de derechos democráticos y sociales, en favor de una competencia descarnada de todos contra todos, de imperio de la lógica del valor, de disolución del tejido social que pretendía sostener a la Nueva República.
La “autofagia”, de la que nos habla el título del libro consistiría en la degradación social constante de la colectividad, el sucumbir de los derechos, la renuncia a la promesa de una nación para todos que hacía el viejo “desarrollismo”, atrapados en un círculo vicioso entre un progresismo que ha perdido cualquier “expectativa de cambio”, para constituir “alianzas” que eviten “algo peor”, renunciando a construir “algo mejor” (contención); y una ultraderecha que, apelando a la mentira (fake new) y a la política como espectáculo, pareciera convertirse en la parte crítica y subversiva al sistema a los ojos de muchos, cuando en realidad solo busca empeorar las características del capitalismo (acelerar).
“Ese ángulo del análisis permite entender por qué la degradación del tejido social y la convergencia entre neoliberalismo y autoritarismo atraviesan la región y no se limitan a gobiernos como Bolsonaro, Duque o Piñera. Aunque por vías distintas, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua también caminaron en la dirección antidemocrática... El movimiento desocializador es universal, y el progresismo lo corrobora malgré soi, o sea; a pesar de sus intenciones” (Pág. 26).
Los autores ejemplifican ampliamente cómo la política de los gobiernos de Lula alimentó los monstruos de los que se ha nutrido el proyecto derechista de Bolsonaro. Uno de ellos, ha sido la militarización de la vida y la asistencia social (“trabajo social armado”, le llaman los militares), practicado primero en Haití con la fuerza interventora de MINUSTAH, y luego llevado a los barrios pobres de las ciudades brasileñas, así como la conversión de los derechos humanos en mera “técnica” de gobierno (políticas públicas).
“En suma, los militares, los bancos, el PMDB, el vicepresidente Michel Temer, el cristianismo conservador, las constructoras, el emprendedorismo (sic) y la pasividad fueron todos alimentados y cultivados, en su momento, por los gobiernos petistas” (Pág. 34)
La paradoja que se está produciendo es que el progresismo, que ha renunciado al cambio de fondo del sistema, sólo trata de paliar (contener) sus consecuencias más nefastas; mientras que la extrema derecha, se presenta como portadora del cambio, pero no de la esencia estructural del sistema, sino de un cambio ideológico, cultural, pues su habilidad consiste en convencer a los oprimidos de que la causa de sus males lo son “la ideología de género”, las “identidades de género”, la cultura “woke”, los migrantes, etc.
La “revolución” cultural que promueve la extrema derecha (neofascismo) tiene como base la promoción de la indiferencia, el miedo y el odio. Lo que los autores llaman la “brutalización de la cultura”. En esto hay una diferencia con el viejos fascismo de los años 20 y 30 del siglo pasado, pues aquel se basaba en la integración cooperativa de la clase trabajadora al estado corporativista. La extrema derecha actual solo puede promover el individualismo exacerbado, la lucha de cada uno por su sobrevivencia, sin esperar nada de la cooperación y la solidaridad social, pues el estado neoliberal no puede ofrecer ni siquiera la promesa de un estado nacional integrador.
En la medida en que está en crisis no solo el modelo económico neoliberal, sino también el régimen político liberal democrático burgués, pactado con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, entre liberales y socialdemócratas, está en crisis de credibilidad también los “formalismos y la cortesía” que son parte de la hipocresía burguesa, de ahí que mucha gente perciba la grosería y brutalización cultural y política (Bolsonaro o Donald Trump) como “franqueza” (Pág. 118).
Pero las maneras políticas de Bolsonaro o Trump no son las causas de la crisis política, sino son solo síntomas de una crisis que remite a las estructuras del sistema. Por eso la alternancia política, Bolsonaro - Lula, o Trump - Biden, no cambia nada de fondo, sino las meras formas, mientras continúa la “autofagia” social.
El progresismo ha terminado reemplazando toda expectativa de cambio, de esperanza de un futuro distinto, por un pragmatismo oportunista de alianzas electorales para gobernar simplemente con la intención de sostener al sistema, contener su crisis. Feldmann y Barbosa citan a Lula: “Si Jesús viviese aquí, y Judas tuviese votos en un partido cualquiera, Jesús tendría que llamar a Judas para hacer una coalición” (Pág. 132). Dicen los autores: “la izquierda disputa la hegemonía sin cuestionar el engranaje.”.
En estas condiciones, atrapados entre la extrema derecha y el progresismo, ¿dónde está la salida? ¿Dónde hay una esperanza? Los autores señalan a las “rebeliones” populares contra las consecuencias del neoliberalismo que se han producido en los últimos años en Chile, Ecuador, Colombia, etc.
“El gran desafío... es cómo transforma ese “gran rechazo” en un devenir alternativo”, dicen. “La forma rebelión contiene una potencia emancipatoria, porque deriva de un sentimiento insoportable, y lo insoportable empuja hacia lo imposible y lo prohibido: nuestros sueños no caben en sus urnas, ni nuestros muertos, como afirman los zapatistas” (Pág. 154).
“En resumidas cuentas, ¿cómo puede la rebelión parir un futuro? Ese es el desafío de la política emancipatoria que rechaza el mal menor, en América Latina y en el mundo”, concluyen Feldmann y Barbosa.
Referencia bibliográfica
Feldmann, Daniel; Barbosa dos Santos, Fabio Luis. Brasil autofágico: aceleración y contención entre Bolsonaro y Lula. Editorial Tinta Limón. Buenos Aires, 2022.