Adolfo Gilly saluda al Sub Comandante Marcos, jefe de la guerrilla zapatista

Guatemala

(Crítica retrospectiva de una derrota)

 Por Adolfo Gilly

Revista Coyoacán No 3, Abril-Junio de 1978

En memoria de Marco Antonio Yon sosa, Francisco Amado Granados, Augusto Vicente Loarca, David Aguilar Mora, Eunice Campirán, Iris Yon, Chinto, Paco y todos mis compañeros del MR-13 caldos en combate.

En memoria de Luis A. Turcios Lima y sus compañeros que, por otras vías, buscaban los mismos objetivos que nosotros.

I

El prolongado, lento y accidentado proceso de la ruptura del proletariado y de las masas explotadas de América Latina con la ideología nacional-burguesa, es decir, el proceso de la organización de su conciencia socialista de clase, es una larga tarea en la cual se combinan las · experiencias y enseñanzas que la lucha de clases misma deja en la conciencia obrera con las discusiones teóricas y políticas en el seno de la vanguardia revolucionaria.

Cuando estas discusiones teóricas quedan en los papeles, el tiempo las sedimenta o las olvida y la práctica da finalmente, por otros caminos, su veredicto. Pero cuando ellas se encarnan en las formas prácticas de organización de las luchas, entonces ese veredicto suele ser, a la vez, más confuso y más grandioso, porque en él se mezclan, a la lógica de los argumentos contrapuestos, la intervención violenta del enemigo de clase contra uno y otro sector de los revolucionarios y los errores subjetivos de éstos mismos en la aplicación concreta de sus programas -abstractos, La discusión se hace así inseparable de la lucha de clases, adquiere toda la violencia de ésta y queda marcada por una huella indeleble de sangre, de presos y de muertos. Si, peor aún, se salda con una derrota -pues por cada revolución victoriosa, cuántas hay derrotadas: la revolución es un largo camino sembrado de derrotas, no una taza de té a las cinco de la tarde-, entonces la discusión política suele convertirse en la búsqueda de responsables y culpables, y toda objetividad, condición primera de la verdad, queda perdida.

La lucha guerrillera, no es preciso repetirlo, fue en sus inicios una sublevación contra la ideología y la práctica reformistas de las viejas direcciones socialistas y comunistas de la izquierda tradicional. Pero al realizar una crítica práctica pero no teórica de este reformismo, dejó abiertas las puertas para que él penetrara en sus filas por otras vías.

Todos los caminos del reformismo, aún los más "radicales", llevan a un mismo punto: la equivocación sobre el carácter de clase del Estado; la creencia en la posibilidad de trasformar --de revolucionar, incluso- el Estado de la burguesía convirtiéndolo en un Estado "revolucionario"; la confusión entre Estado y gobierno; Y la idea de que no es imprescindible destrozar ese Estado y fundar otro sobre nuevas bases sociales proletarias, sino que simplemente basta capturar el gobierno y desde allí cambiar el Estado. Pero la equivocación sobre el Estado no es más que la forma de expresar un error más profundo: la incomprensión y la equivocación sobre la clase obrera, tanto en su dimensión teórica como· en su manifestación concreta en la formación· social dada. 

La ideología guerrillera de los años 60 en América Latina fue también víctima de esta doble confusión, que se expresó en sus programas tanto como en sus alianzas. Llegó a ella idealizando su propia experiencia de ruptura práctica con los viejos reformistas, ruptura en la cual el proletariado les parecía no desempeñar ningún papel y, antes bien, fo veían como adormecido y subordinado a aquellas corrientes reformistas, fueran estas socialistas, comunistas, nacionalistas o sindicalistas. Como fuerza activa de la revolución se les aparecía entonces el campesinado, los pobres entre los pobres, aquellos a quienes el capitalismo no podía "corromper". En la idealización del campesinado estaba implícito todo el contenido moral -en el buen sentido de la palabra- de la sublevación guerrillera contra las descomposiciones paralelas del capitalismo y de los diversos reformismos, promotores de las mil y unas "vías pacíficas al socialismo".

Pero la indignación moral, por justificada que ella sea, y la voluntad de militancia y de sacrificio en el combate, no pueden sustituir a la teoría revolucionaria: tienen que basarse en ella. Pues sin ella, no es posible tampoco basarse en la única clase antagónica al capitalismo y a su Estado: el proletariado, por distante que pueda parecer, en un momento dado, el proletariado concreto de un país determinado, de la comprensión concreta de su papel histórico. Sin este fundamento, la lucha revolucionaria se desvía, se estanca o se paraliza y la moral se decepciona o se descompone. Entonces el Estado, organización burguesa de la violencia y de la conciencia para la extracción del producto excedente mucho más vasta, ramificada y sutil que su núcleo central (el aparato represivo), queda nuevamente dueño del terreno y de las cabezas mismas de los revolucionarios.

La desintegración del guerrillerismo, que fue también la dolorosa dispersión de buena parte de la vanguardia más resuelta y entregada de toda una generación de revolucionarios latinoamericanos, jalona duramente la verdad de estas tesis básicas del análisis marxista.

En realidad, uno de los factores que contribuyó en Cuba (y puede repetirse en otros países) a que la lucha guerrillera sacudiera al conjunto del Estado ha sido la tradición de una lucha similar anterior (Martí y Gaiteras) por la independencia nacional junto con una débil e incompleta formación del Estado burgués, (enmienda Platt, Guantánamo, el sargento Batista como jefe del ejército nacional. .. ) y en consecuencia de la burguesía, y un proletariado aguerrido y relativamente fuerte. También en Nicaragua el Estado burgués nacional se formó tardíamente, con la retirada de los marines en 1934, y tomó la forma "anormal" de la llamada "dinastía somocista", y también allí persiste la tradición de la lucha guerrillera de Sandino contra el imperialismo. Pero una diferencia objetiva con Cuba -fuera de las subjetivas, que hacen tanto a les revolucionarios como a la conciencia adquirida por las clases dominantes- reside en la distinta solidez, tradición anterior y nivel de organización conquistados por la clase obrera, notoriamente superiores en Cuba en la época de la revolución castrista.

Allí donde el Estado nacional se constituyó normalmente en el siglo pasado, la lucha guerrillera, incluso en países con grandes masas campesinas, nunca ha podido superar el estadio de focos locales o movimientos regionales para abarcar el ámbito nacional donde se ejerce la soberanía de ese Estado.

Las guerrillas, no obstante, no se han extinguido totalmente, en la medida en que la crisis del capitalismo radicaliza a nuevos sectores de la pequeña burguesía sin que éstos encuentren la presencia política independiente del proletariado en la sociedad. Pero han declinado notablemente, también en la medida en que ese proletariado, particularmente en el último decenio, hace sentir en forma creciente su presencia social y, sin llegar todavía a constituirse en dirección política, ejerce un creciente poder de atracción sobre la radicalización de la pequeña burguesía.

Hace ya quince años, entre 1963 y 1966, todavía en pleno ascenso de la ideología guerrillera, tuvo lugar el primer intento de "ruptura" desde adentro de esa ideología para asumir un programa proletario. Fue en Guatemala. Del seno de un movimiento guerrillero, el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre, surgió una ... tendencia que planteaba el papel del proletariado como fuerza dirigente de la revolución, en alianza con la gran masa campesina del país. (Guatemala era y sigue siendo, estadísticamente, el país más agrario de Centroamérica, con apenas un 36% de población urbana, contra un 50.6% de Nicaragua y un 51 % de Panamá, en el otro extremo).

De este planteamiento surgían dos conclusiones. Una, el programa socialista de la revolución, en vez del programa democráticoburgués como límite infranqueable en esta etapa; destrucción, en consecuencia, del Estado burgués y su sustitución por un Estado de los obreros y campesinos fundado sobre sus propios órganos de autogobierno. La otra, la necesidad de un partido obrero, y no solamente de un movimiento guerrillero, que conquistara la dirección del proletariado y las masas con ese programa y organizara la lucha por él a escala nacional.

Este primer intento se saldó, en 1966, con una derrota muy grave. Pese a los años trascurridos nos parece útil, frente al nuevo curso de la revolución en América Latina en el cual crece y crecerá el papel de la clase obrera, hacer un escueto balance de aquella experiencia en términos marxistas, términos que, estamos convencidos, ninguno de los protagonistas estuvimos en aquel entonces en condiciones de utilizar a fondo en la polémica. Esta tuvo, así, una fuerte carga ideológica y pasional que oscureció completamente, entre la polvareda y el estruendo de las diatribas y las acusaciones, los errores reales y los aciertos reales de un episodio de la lucha de clases cargado de enseñanzas y digno de ser analizado y discutido objetivamente. Es este propósito, y no el de reabrir viejas querellas, el que nos lleva ahora a abordar el tema.

II.-

La clase obrera guatemalteca, a diferencia de aquellos años, es hoy notablemente más numerosa, más organizada y con mayor peso en la economía y en la sociedad. Ella avanza a ocupar el primer plano de las luchas sociales. Importantes huelgas de azucareros, mineros y otros sectores industriales y de servicios, así como el desarrollo en número y en actividad de los sindicatos y de fa central sindical, han marcado todo el año 1977, pese a la continuidad de una represión despiadada que, con pequeños altibajos, dura ya veinticuatro años.

En vísperas de las elecciones presidenciales de marzo de 1978 triunfó una huelga de trabajadores del Estado que luego se generalizó a los sectores de ferroviarios, telegrafistas, postales y médicos internos y residentes. Poco antes habían logrado aumentos los obreros panaderos y los trabajadores de la construcción de un importante proyecto hidroeléctrico. Estas movilizaciones se combinan con la agudización de la crisis interburguesa, cuyo testimonio más visible es la disputa en torno al resultado de las elecciones presidenciales.

La raíz de esta crisis, como la de Nicaragua, como la de otros países de Centroamérica, no está tanto en esas movilizaciones de los trabajadores, que atraviesan sólo sus estadios iniciales, como en las trasformaciones sufridas por la estructura económica del país en los últimos diez años. Junto con cierto crecimiento del sector industrial favorecido por el Mercado Común Centroamericano, se ha desarrollado un nuevo sector del capitalismo agrario ligado a la exportación y a las multinacionales. Este sector entra en conflicto con los terratenientes y burgueses beneficiarios de la estructura de propiedad agraria tradicional en Guatemala, basada en una baja inversión de capitales y una elevadísima explotación de la abundante y barata fuerza de trabajo campesina, que han sido el principal sostén local de la dictadura de Peralta Azurdia en 1963-66 y do 1m candidatura en las últimas elecciones.

Esta combinación de factores -crisis interburguesa, peso de los problemas agrarios, experiencias anteriores de las masas, paulatina reorganización y movilizaciones del proletariado en luchas económicas- anuncian la forma específica que toma en Guatemala la transición hacia la nueva fase de la revolución en América Latina.

Las masas no abandonan nunca del todo sus experiencias históricas. A nivel de esas masas, viejos militantes del período de Arbenz (cerrado con el golpe pro imperialista de junio de 1954), oscuros organizadores obreros, campesinos o maestros milagrosamente escapados a las represiones y las masacres de los veinticuatro años siguientes, han sido el eslabón que contribuyó a trasmitir a las nuevas generaciones de organizadores sindicales las enseñanzas y las tradiciones de aquella época.

A nivel de la vanguardia y de la lucha programática por la organización del partido marxista, nos parece útil rescatar en estas páginas algunos puntos fundamentales de la pequeña experiencia del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre y de su proyecto de revolución socialista. De sus aciertos y de sus errores podrá también sacar enseñanzas la nueva vanguardia revolucionaria y obrera que se está formando en este período en Guatemala.[1]

III.-

El Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR-13), cuyo principal dirigente fue el comandante Marco Antonio Yon Sosa, en sus orígenes fue, como es sabido, un movimiento guerrillero iniciado por oficiales nacionalistas después del fracaso de su insurrección del 13 de noviembre de 1960, que dio nombre al movimiento. Entre sus fundadores se encontraba uno de los lugartenientes de Jacobo Arbenz, el teniente coronel Augusto Vicente Loarca, muerto en combate a mediados de 1965 en las calles de Guatemala.

Bajo la influencia de la revolución cubana y del campesinado de su país, el movimiento fue radicalizándose progresivamente[2]. En este proceso, el movimiento hizo una infortunada experiencia de alianza con el PGT, en la cual éste trató de convertir a la guerrilla en un instrumento de presión (el "brazo armado") de su política de alianzas con un sector de la burguesía, bajo la perspectiva de la revolución democrático burguesa como objetivo y de la alianza de clases como medio para alcanzarla. Esta subordinación de la guerrilla a los fines del Partido Comunista se aseguraba mediante diversos tipos de presión, desde el control de los contactos internacionales por la dirección urbana (es decir, por el partido), hasta el control y la dosificación de los abastecimientos a los frentes guerrilleros según su docilidad (o no) a los virajes y las necesidades de la dirección del PGT.[3]

En esa combinación de radicalización y decepción, que provocaba una constante crisis en su dirección y amenazaba extinguirlo, el MR-13 entró en contacto, a través de uno de sus dirigentes, Francisco Amado Granados, con los trotskistas mexicanos, agrupados entonces mayoritariamente en el Partido Obrero Revolucionario (Trotskista), hoy desaparecido, perteneciente a la tendencia del Buró Latinoamericano de la IV Internacional (llamada posadista).[4] A partir de 1963, los trotskistas empezaron a ayudar al MR-13 a romper el cerco de abastecimientos y pertrechos militares a que lo tenían sometido sus aliados del PGT. Fueron -preciso es decirlo, y lo dicen incluso sus adversarios- eficaces, responsables y leales en sus compromisos. La guerrilla encontró los medios para recibir armas, municiones y dinero sin pasar por la "red de apoyo" ·controlada por los reformistas.

Pero esa nunca fue ni dijo ser una simple tarea "solidaria". Desde un principio, se entabló también una continua discusión política entre la dirección del MR-13 y los trotskistas. Sería ingenuo atribuir esto, así como la radicalización del MR-13, a "habilidad" de los trotskistas. Afirmarlo así, es empobrecer terriblemente la imagen de un proceso rico y complejo en sus determinaciones.

En realidad, esa radicalización era un curso que tenía hondas raíces objetivas, tanto en la experiencia vivida por los dirigentes del MR-13 como, sobre todo, en la tradición de 1a revolución guatemalteca misma. Durante el período del presidente Jacobo Arbenz, bruscamente cortado por la contrarrevolución de Castillo Armas y Foster Dulles en 1954, Guatemala había hecho la experiencia más completa y amarga de revolución democrático burguesa frustrada por no desarrollarse en revolución socialista y no destruir a la contrarrevolución burguesa, y de reforma agraria incompleta por no movilizar y armar a las masas campesinas para repartir las tierras y defenderlas. El trágico fin de la revolución guatemalteca en 1954, así como marcó a fondo a uno de los revolucionarios que vivieron esos acontecimientos, Ernesto Che Guevara, y lo preparó para contribuir a llevar hasta el fin socialista la revolución cubana, también quedó grabado en la conciencia de muchos obreros, campesinos, incluso militares guatemaltecos cercanos a Arbenz. Ei resultado contrario de la revolución cubana apenas seis o siete años después, que pudo afirmarse porque no se detuvo a mitad de camino en la etapa democrática, sino que continuó en forma ininterrumpida hasta destruir el Estado de la burguesía y culminar en revolución socialista, fue la otra gran enseñanza complementaria para muchos de esos guatemaltecos. No sólo esta última, sino la combinación de estas dos experiencias, la más dura de ellas· vivida en carne propia, fue lo decisivo para la maduración empírica de sus conciencias.

Allí hay que buscar la explicación de su encuentro con el trotskismo. Ninguna cantidad de "habilidad'' de los trotskistas hubiera servido para hacer aceptar a los militares nacionalistas revolucionarios guatemaltecos el programa de la revolución permanente, si esa experiencia empírica no hubiera estado grabada de antemano en sus cabezas. Por eso fue en Guatemala; no en Colombia o en Venezuela, donde primero apareció la revolución socialista en el programa de un movimiento guerrillero. Puede decirse que fueron los guatemaltecos quienes, impulsados por esas determinaciones no totalmente conscientes de sus experiencias anteriores, buscaron a la corriente del comunismo trotskista. La encontraron a través de una de sus tendencias que, con todas sus virtudes y defectos, como veremos más adelante, era entonces mayoritaria en América Latina y venía de una antigua tradición obrera.

De las discusiones entre esos trotskistas y el MR-13 y de la experiencia de colaboración práctica surgió un acuerdo programático. A fines de 1963, el MR-13 lanzó el programa de la revolución socialista para Guatemala. Esto quiere decir que rompió con la concepción reformista de que es inevitable una etapa histórica previa y extensa: de revolución democrático burguesa, diferenciada de la revolución socialista, antes de pasar a ésta, con una separación tajante entre ambas etapas. La concepción democrático burguesa de la revolución implica el mantenimiento de la estructura del Estado burgués y la introducción de reformas sociales por un gobierno progresista, tipo Arbenz en Guatemala o Salvador Allende en Chile; es decir, implica la concepción reformista del Estado de que hablábamos al comienzo de este artículo.

El MR-13, en cambio, hizo suya la perspectiva de la ligazón ininterrumpida entre la fase democrática y la fase socialista de la revolución, a través de un proceso de revolución permanente en el cual la primera se radicaliza y, bajo la dirección proletaria, se trasforma y culmina en la segunda. El MR-13 incluía así en su programa objetivo las conclusiones de la trasformación subjetiva que había sufrido su propia dirección, pasando del programa nacionalista democrático al programa socialista, bajo la influencia de su propia experiencia, de aquellas discusiones y de la observación empírica del proceso similar de la revolución cubana, entonces fresco y presente en la mente de todos los revolucionarios latinoamericanos.

Como resultado de ese acuerdo sobre el programa, os trotskistas se integraron en el movimiento guerrillero guatemalteco, al mismo tiempo que uno de los principales dirigentes de éste, Francisco Amado, ingresaba en la IV: Internacional (Buró Latinoamericano). No fue aquella una infiltración" clandestina, sino una integración abierta acordada con la dirección del MR-13. Inútil volver a explicar lo que cualquier revolucionario entiende en las condiciones de Guatemala: que ese ingreso no podía ser publicado en los periódicos y debía permanecer reservado a los marcos de la organización

Lo que en cambio fue publicado y propagandizado fue el programa socialista adoptado por el MR-13. Así fue como el movimiento guerrillero guatemalteco fue el primero --después de los trotskistas--- que proclamo clara y abiertamente el carácter socialista de la revolución latinoamericana, haciendo explícito lo que estaba implícito en la experiencia de Cuba, aunque contradecía el dogma democrático heredado de los Partidos Comunistas y sus aliados.[5]

El paso dado por el MR-13 fue un momento importante de la batalla programática en toda América Latina. Así lo recibieron movimientos y militantes de otros países. Sus ecos se registraron en el curso de 1965, con mayor o menor profundidad, en Venezuela (un sector de las FALN), en Perú (el MIR de Luis de la Puente Uceda), en Uruguay (Raúl Sendic), en Ecuador, en Colombia, en Argentina, en Brasil e incluso en Estados Unidos. Podemos afirmar, sin temor a error, que llegaron hasta el último documento del Che Guevara en 1967, en una frase que luego dio la vuelta al mundo: “O revolución socialista, o caricatura de revolución”. Era la brecha, abierta por el MR-13.

IV.-

Pero el acuerdo programático constituía sólo el paso inicial de una vasta tarea. Para los trotskistas era evidente que no bastaba la aprobación de un programa para romper el cerco político del reformismo. Tenían mucho menos ilusiones que los revolucionarios del MR-13 en las virtudes mágicas de la proclamación de un programa socialista.

Un programa sin un partido que lo lleve a la práctica y cuya organización y educación corresponda precisamente a los fines y a los métodos de ese programa, no es más que una declaración intelectual de buenos deseos. Era necesario avanzar de movimiento guerrillero a partido obrero, y al mismo tiempo mantener la lucha armada. Estos objetivos, también explícitamente discutidos y acordados con la dirección del MR-13, marcaron la etapa subsiguiente.

No se trataba de construir un partido desde cero, a partir de un grupo de propaganda. Se trataba de la autotransformación de un movimiento existente, sobre la base del programa socialista, en medio de una lucha armada sin cuartel contra la dictadura militar de Peralta Azurdia. Esto obligaba a los trotskistas a ayudar al MR-13 con cuadros experimentados y, al mismo tiempo, a ganar la confianza de los dirigentes y militantes del movimiento hacia esos cuadros, que era la vía práctica a través de la cual ellos iban a medir al trotskismo.

Contra lo que afirmaron después algunos periodistas y narradores superficiales, Yon Sosa no era ningún ingenuo bonachón a quien convencían las palabras bonitas. Tenía la astucia y la inteligencia pragmática de los campesinos cuyo dirigente era, medía a los hombres por sus actos y no por sus discursos y los observaba larga y desconfiadamente antes de otorgarles su confianza (a diferencia de Turcios, más joven e impulsivo, menos reflexivo). Con ese criterio, sin decir palabra, iba juzgando a quienes llegaban a la guerrilla. Quien ha escrito lo contrario, no ha hecho más que ofender gratuitamente su memoria.

Así se incorporaron a la guerrilla guatemalteca, entre 1963 y 1965, por lo menos cinco dirigentes del trotskismo mexicano y algunos otros militantes en tareas de apoyo, además de los trotskistas de Guatemala. De tres de ellos —han muerto— conozco los nombres y puedo consignarlos aquí: David Aguilar Mora, Eunice Campirán, Felipe Galván. El POR de México tuvo que formar, en consecuencia, prácticamente una nueva dirección central de cuadros jóvenes para sustituir a los que había enviado a combatir a Guatemala. Cualesquiera hayan sido sus errores y su desintegración posterior como partido, algo dice de la educación militante de un pequeño movimiento el que haya aceptado semejante sangría en nombre de una tarea internacional.

Pero a esos militantes no les valían sus títulos en México.

Tenían que ganarse su autoridad sobre el terreno, como organizadores y como combatientes (ni más ni menos, para tomar un ejemplo clásico, como se la ganó el Che en las guerrillas de Cuba). Los trotskistas participaron, pues, en el abastecimiento de armas y pertrechos, en las tareas de propaganda, en las acciones armadas y en las más modestas, pero no menos importantes de cortar leña e ir por agua en la montaña o de manejar el mimeógrafo, hacer la comida, o repartir volantes en la ciudad. Así, con la responsabilidad expresa de ser los primeros en la acción y el esfuerzo y los últimos el el reparto de alimentos o de ropa, ganaron la confianza de Yon Sosa y de sus compañeros por la sola vía posible: no la palabra florida, sino la acción práctica y el ejemplo militante, única prueba veraz de la teoría. Ese comportamiento severo y austero, normal en un militante comunista, más todavía en la lucha clandestina cuya tradición se remonta a la III Internacional de los años 20, servía además para educar a un movimiento cuyos hábitos no venían de la clase obrera sino de su origen pequeñoburgués radical.

A la dictadura no la pueden derribar las solas acciones guerrilleras. La puede conmover, descomponer y finalmente tumbar la movilización social de las masas. Al ejército no lo disuelve la guerrilla o la ejecución de uno o diez de sus jefes, a quienes de inmediato. sustituye con otros (cosa que no puede hacer la guerrilla cuando matan a los suyos). Lo puede desintegrar la influencia de las movilizaciones sociales sobre los soldados y suboficiales. Las acciones guerrilleras no pueden reemplazar a esas movilizaciones. Su función es estimularlas o apoyarlas. facilitar las condiciones para que se organicen. Pero, a su vez, esas movilizaciones se disuelven en el aire si no tienen a su frente un partido revolucionario, arraigado en las masas, que las pueda organizar en objetivos políticos contra la dictadura y darles un programa y una perspectiva. Esta serie de verdades elementales de la lucha de clases y de la concepción marxista de la organización, vívidamente ejemplificadas en la experiencia vietnamita, se discutieron en el MR-13 antes que en cualquier movimiento guerrillero latinoamericano de esa etapa. Quedaron incorporadas a sus documentos públicos e internos donde se explica la necesidad de construir el partido.

Había que organizar ese partido en el seno de los trabajadores, partiendo de lo que ya era como organización el propio MR-13. Había que pasar de la concepción casi puramente militarista del pasado a la concepción marxista proletaria de la revolución. Esto significaba comprender la realidad social del país, formular consignas transitorias adecuadas, organizar células obreras y comités campesinos (forzosamente clandestinos en las condiciones terribles de la dictadura), favorecer la discusión política y la formación política de los militantes en torno a sus problemas concretos, educarlos en una severa disciplina militante que abarcara en una sola unidad vida política y vida "privada", editar un periódico central que llevara a la población las ideas, las propuestas, los análisis políticos y las acciones del movimiento guerrillero, formar un equipo de redactores y corresponsales de ese periódico, asegurar su circulación en los lugares de trabajo de la ciudad y en las zonas de influencia campesina del movimiento. Como la experiencia lo mostró todo esto era el paso. más difícil, aquel en que aparecerían a plena luz los errores, los esquematismos, las insuficiencias de tinos y otros, y en particular de los trotskistas. 

Ese paso se inició con una medida concreta: la publicación del periódico "Revolución Socialista" a partir de la mitad de 1964, primero mensual, luego quincenal, del cual alcanzaron a salir veinte números. No era un órgano de difusión de las acciones armadas o de simple denuncia de la dictadura. Esto se hacía sobre todo en volantes. Era un instrumento de formación y discusión, un orientador político, un "organizador colectivo" del partido. Imperfecto, con errores políticos, unos superados progresivamente, otros no, muy bien hecho técnicamente, sus dieciséis pequeñas páginas se centraban en el análisis internacional y nacional y en los problemas de organización del movimiento' obrero y campesino. "Revolución Socialista", mientras apareció, se convirtió en el centro político de los órganos de base en formación -obreros, campesinos, estudiantiles- del MR-13, y en su lazo más amplio con los sectores de la población influidos por fas acciones de la guerrilla.

En aquellos organismos -comités campesinos en las aldeas, patrullas de la guerrilla, células obreras y estudiantiles en la ciudad- "Revolución Socialista" era leído 'y discutido colectivamente, como material de información y de formación y como requisito para que los militantes del movimiento pudieran a su vez discutir su contenido en sus sectores de trabajo e intervenir en la formulación de la política del MR-13. El periódico llego a circular en la ciudad, en sectores de trabajadores electricistas; ferroviarios, telegrafistas; camioneros, de la salud y en el movimiento estudiantil; así como en el trabajo barrial. Posiblemente llegó a otros sectores también, pero no podernos asegurarlo. A fines de 1965 o comienzos de 1966, había penetrado en ingenios azucareros.

Los progresos políticos del movimiento tuvieron una afirmación decisiva en la· Conferencia de la Sierra de las Minas, realizada en el campamento Las Orquídeas, en diciembre de 1964. Allí se aprobó la Declaración de la Sierra de las Minas, que se convirtió en el programa central del MR-13. Regís Debray[6] y algunos otros han dado versiones fantásticas de tercera mano, de esa reunión. Lo que habrían debido hacer, en cambio, es discutir el contenido y el significado del programa allí aprobado. Ni él ni sus amigos lo han hecho. En esa discusión podría verse que, en medio de muchos límites de esquematismo y falta de profundización de la realidad, ese programa era el único; en ese momento, que aparecía trazando una perspectiva socialista para la revolución guatemalteca y proponiendo las vías, las formas organizativas de masas y las consignas de lucha intermedias para alcanzar aquel objetivo. Su elaboración fue producto de fa discusión y la experiencia del movimiento, incluidas las pocas ideas contenidas en un documento que a esa misma conferencia presentó el Frente Guerrillero Édgar Ibarra, encabezado por Luis A. Turcios Lima. En todo eso radica, aún con todas sus limitaciones, su, valor perdurable en la lucha de clases guatemalteca y en el movimiento guerrillero latinoamericano, así como el eco que tuvo en otros movimientos más allá de las fronteras de Guatemala. Todo el año siguiente fue, para el MR-13, principalmente la implementación de las resoluciones y del programa de esa conferencia.[7] 

V.-

Esta evolución de un sector importante de la guerrilla guatemalteca —que de un modo u otro influía también a los otros sectores, y en especial a las FAR de Turcios, el cual se había separado del MR-13 en febrero de 1965 pero sin haber roto jamás del todo sus viejos lazos con él— llevaba inevitablemente a un conflicto programático de envergadura y consecuencias que trotskistas y no trotskistas no alcanzaban, posiblemente, a imaginar. Ciertamente no lo imaginábamos nosotros, envueltos en el optimismo acrítico y la exaltación guerrillera.

Esa lucha programática estaba lejos de las formas educadas de los debates académicos. Se desarrollaba bajo la feroz represión de la dictadura y pagaba el precio de la clandestinidad y del atraso político del conjunto del movimiento revolucionario guatemalteco, que agudizaban el sectarismo y el ultimatismo en unos y otros.

Ella se combinó con un viraje acentuado de la situación mundial, que los trotskistas del Buró Latinoamericano fuimos totalmente incapaces de medir y comprender. El golpe de marzo de 1964 en Brasil ya lo anunciaba. El año 1965 fue testigo de una ofensiva del imperialismo norteamericano: los incidentes del golfo de Tonkín y la invasión de Vietnam del Norte a principios de año, la invasión a la República Dominicana, la caída de Nkrumáh en Ghana y —parcialmente distinta-— la de Ben Bella en Argelia, la terrible y profundísima derrota de la revolución en Indonesia a comienzos de octubre, la muerte de Luis de la Puente Uceda y la derrota de las incipientes guerrillas peruanas —cercanas a las posiciones del MR-13— en octubre de 1965. Esta ofensiva iba a culminar en 1967 en la guerra de Israel contra Egipto y, en América Latina, en las masacres mineras en Bolivia que preludiaron el exterminio de la guerrilla del Che.

Ese curso fue después progresivamente quebrado entre la ofensiva del Tet en Vietnam en enero de 1968, las grandes luchas del proletariado europeo a partir del mayo francés de 1968, la victoria definitiva de Vietnam entre 1973 y 1975 y la recesión generalizada de las economías imperialistas entre 1974 y 1976. Pero en 1965 estaba todavía ascendiendo, y se cernía sobre Guatemala anunciando las derrotas que amenazaban a las guerrillas y que se hicieron reales a partir de 1966-67.

En estas condiciones tuvo lugar la lucha entre el programa de la revolución permanente y el programa de la revolución por etapas, lucha que en realidad se dio y se resolvió en los hechos, más que en las palabras y en los documentos.

Ella fue agravada por un acontecimiento interno que, a su modo, era también un reflejo de ese curso de la revolución en el mundo. En octubre de 1965, Fidel Castro anunció la salida del Che de Cuba. Esta salida era, indiscutiblemente, una derrota del ala izquierda de la revolución cubana (sin que significara, por eso, un triunfo de su ala derecha, ya golpeada en la época de Escalante). Significaba que la dirección cubana se alejaría progresivamente de su política de extensión de la revolución en América Latina. Sin duda, no sólo las dificultades de Cuba y la situación internacional tuvieron un papel importante en estas decisiones, sino también, en forma determinante, la presión de la burocracia soviética en pleno auge de su política de "coexistencia pacífica". La Conferencia Tricontinental fue sólo una cobertura "de izquierda," para este viraje, que se haría mucho más evidente para todo el mundo a partir de 1967. Un síntoma inconfundible del significado de esta conferencia fue no sólo el peso del reformismo en sus delegaciones, sino sobre todo el ataque de Fidel Castro al programa de la revolución permanente y a los trotskistas del MR-13 en su discurso de clausura. Lanzado desde esa tribuna. y por el dirigente de la revolución cubana, este ataque tuvo consecuencias terribles para el MR-13.[8]

El MR-13 se vio atrapado entre dos fuegos. La lucha por el programa se convirtió, bruscamente, en un combate por la supervivencia. El último episodio, tal vez, de aquella lucha fue la toma de posición frente a la candidatura de Mario Méndez Montenegro a la presidencia de Guatemala. El MR-13, fiel a su programa, llamó a boicotear la farsa electoral y a anular el voto con un "13" o con una consigna de apoyo a las guerrillas. Su posición --confirmada con creces por los hechos- era que Méndez Montenegro establecería una dictadura tanto o más feroz que la de Peralta Azurdia y que los revolucionarios no tenían por qué apoyar a un sector, de la burguesía contra el otro ni legitimar esas elecciones fraudulentas. El PGT y las FAR, también siguiendo su concepción de revolución democrático burguesa, llamaron en cambio a votar por Méndez Montenegro para favorecer, supuestamente, un cambio democrático en el Estado. En vísperas de la elección, anunciando los días terribles que vendrían, el ejército apresó, torturó y asesinó a veintiocho dirigentes y militantes del MR-13, el PGT y las FAR, arrojando luego sus cadáveres al mar. En la masacre perecieron Francisco Amado, Eunice Campirán (su compañero David Aguílar había sido asesinado en diciembre· de 1965), Iris Yon y toda la dirección trotskista de la ciudad de Guatemala.

La liquidación física del principal dirigente trotskista guatemalteco, Francisco Amado, precipitó los acontecimientos. En abril la represión se abatió sobre los trotskistas de México y, en pocos meses, toda su dirección fue a la cárcel, donde pasaría varios años. En la primera represión[9], la policía se apoderó de una cantidad de dinero guatemalteco. No nos interesa ahora entrar en la ola de mentiras y calumnias antítrotskistas, algunas cínicas y otras irresponsables, que este hecho desencadenó. Bástenos registrar que en el proceso campesino realizado con motivo de esas acusaciones en las montañas de Guatemala, en presencia de Yon Sosa, los trotskistas supervivientes en la guerrilla pudieron demostrar sin lugar a equívoco que eran falsas todas las acusaciones de robo de dinero a las guerrillas y que, más bien, ellos habían contribuido, a asegurar más de una vez  que éstas dispusieran de fondos y de medios de lucha. El proceso duró ocho días y los trotskistas fueron declarados inocentes de esos cargos por los campesinos presentes. Se les pidió, no obstante, a los mexicanos que abandonaran la guerrilla y regresaran a su país, para evitar nuevos conflictos con cubanos y soviéticos que, al parecer, exigían la salida de los trotskistas del MR-13; y se les devolvieron sus armas (que les habían quitado al inicio del proceso) . Este solo gesto, devolverles sus armas, debería bastar para ilustrar el resultado de ese proceso a quienes entienden algo de psicología y de principios de las guerrillas. Ultimo gesto, entre curioso y trágico: antes de partir, Yon Sosa les pidió que lo ayudaran a redactar una declaración del MR-13 sobre la situación política post-electoral. Discutieron con él y así lo hicieron entre todos. Nunca después, a nuestro conocimiento, hasta su asesinato en junio de 1970, Marco Antonio Yon Sosa atacó o hizo campaña política contra los trotskistas.[10]

Nada de esto quita el profundo retroceso político que significó la salida de los trotskistas de la guerrilla guatemalteca, así corno la muerte de sus principales cuadros en la ciudad. El MR-13, aunque declaró que seguiría defendiendo el programa socialista, no se recuperó del golpe, y se fue extinguiendo hasta la muerte de su jefe' cuatro años después.

VI.-

Las derrotas, sin embargo, no pueden explicarse simplemente por la maldad del enemigo o por las disputas y divisiones del movimiento. La unidad por sí sola, sin Una política correcta, no es garantía suficiente del éxito. Contra lo que dice una consigna tan vacía como engañadora, una y otra vez el pueblo unido ha sido vencido a causa de la política desastrosa de sus dirigentes.

Si uña necesidad tenemos en el movimiento revolucionario latinoamericano, es la de hacer la crítica de nuestros errores, como condición previa para criticar los que veamos en los demás. Es un método equivocado el que consiste en decir que mientras los demás no reconozcan los suyos, uno no reconocerá los propios. La autocrítica no es para dar satisfacción al adversario político o para que éste tenga el gusto de decir: “teníamos razón”. En general, los que buscan sólo tener razón en todo momento antes que hacer progresar objetivamente los intereses y el frente de clase del proletariado, no valen gran cosa como organizadores revolucionarios. En cambio, para favorecer ese progreso y para intervenir en él es una contribución indispensable el análisis crítico de los propios errores y; sobre todo, del método que los engendró. Pocas de las muchas autocríticas en circulación alcanzan a cumplir este último requisito.

Seguimos creyendo que el objetivo central planteado por J los trotskistas en Guatemala —programa socialista, partido obrero marxista a partir de la lucha guerrillera en curso y de sus objetivos agrarios y antimperialistas— era esencialmente correcto. Fue la contribución principal del movimiento trotskista en Guatemala a la revolución latinoamericana y al conjunto de los movimientos guerrilleros que en ese momento atravesaban una crisis —que luego demostró ser i fatal— proveniente de la contradicción entre sus métodos radicales de lucha y el contenido democrático-burgués de su programa.

En cambio, la misma magnitud del objetivo agigantó los efectos de los errores políticos de la tendencia trotskista que intentó llevarlo adelante, la del Buró Latinoamericano (po-sadista). Esos errores, cuyos resultados fueron catastróficos, estaban todos ligados a una concepción esencialmente subjetiva de la revolución, separada del análisis de las bases económicas de la sociedad en general y de la formación social dada en particular. Esta concepción terminaba por convertir a la revolución mundial en una entidad mítica, que explicaba todo y resolvía todo, fuente permanente de estímulos y de victorias cualesquiera fueran las situaciones específicas locales. Esta visión se complementaba con la postulación de un proletariado nacional igualmente mítico, que* terminaba por ignorar las determinaciones concretas del proletariado real del país, aunque hiciera ciertos esfuerzos para comprenderlas. No eran los esfuerzos concretos de · 1os militantes trotskistas en la clase obrera de Guatemala, que no faltaron los que fallaban para explicar la realidad, sino la teoría Idealista y subjetiva que estaba debajo de ellos e impedía generalizar correctamente las· comprobaciones de la experiencia empírica.[11]

A la idealización de la función del campesinado, e incluso de los indígenas, en la revolución, que distinguía a otras tendencias del movimiento revolucionario guatemalteco; o a la idealización de las posibilidades de presión sobre la burguesía, de alianza con la supuesta "burguesía democrática" y de establecimiento de una democracia burguesa en Guatemala, que distinguía a las diversas tendencias del reformismo; el MR-13 y los trotskistas respondían con una idealización del papel concreto e inmediato -no de la función histórica, que es otra cosa- de la clase obrera guatemalteca. La discusión tomaba, entonces, un carácter marcadamente ideológico.

Había una separación insalvable entré la afirmación teórica de la función de la clase obrera en la revolución socialista, que los trotskistas querían llevar inmediatamente y sin mediaciones a la realidad, y el curso real de los acontecimientos en el país y en América Latina, donde algunas de las condiciones que aquéllos daban por realizadas ya entonces sólo comenzarían a presentarse diez años después. Esto no significa que el programa era equivocado o que ninguna lucha por él era posible, sino que era precisa una táctica concreta completamente diferente, infinitamente más apegada a la realidad; para poder llevarlo adelante. Esa separación, como un abismo, se tragó entera en ese lapso de años a la tendencia posadista en toda América Latina.

Dicho subjetivismo político se expresó, fundamentalmente, en los siguientes errores: 1) Falsa apreciación de la situación internacional, que impedía ver la ofensiva imperialista y su próxima proyección sobre Guatemala, y en consecuencia preparar al movimiento para ella. 2) Esquematismo en la comprensión de las fuerzas sociales y de la estructura económica del país, y en consecuencia, falso cálculo de los plazos y de la relación de fuerzas real entre, el movimiento revolucionario y el Estado, entre el campesinado y la represión militar y entre el proletariado, la burguesía y el imperialismo. 3) Como resultado, acentuación del voluntarismo organizativo y subestimación del enemigo (error compartido por todas las tendencias del movimiento guerrillero de entonces). 4) Particularmente a fines de 1965, bajo la presión del propio Posadas, curso más y más sectario emprendido por los trotskistas de Guatemala, buscando acelerar el proceso interior del MR-13 y violentando en la práctica el ritmo y la lógica según los cuales, se desarrollaba la comprensión socialista y marxista de sus dirigentes y cuadros.

En estos errores de cuatro tipos: subjetivos, vanguardistas, sectarios y burocráticos, se mezclaban las inclinaciones provenientes de los trotskistas con las originarias del propio MR-13. No eran tales errores, preciso es recordarlo, un monopolio de esas tendencias. Bajo formas y en combinaciones diferentes, estuvieron presentes en todos los movimientos guerrilleros, incluida la tentativa del Che en Bolivia en 1967. Aparecieron tanto entre quienes sostenían el programa socialista como entre quienes proponían el programa democrático. No eran, pues, un producto del programa: en otra parte hay que buscar su origen.

Creemos que podemos reducirlos a un común denominador: desconocimiento; teórico o práctico, del papel de la clase obrera en la revolución; sustitución, por lo tanto, de la clase real por su imagen mítica o por la acción de las vanguardias; incapacidad, en consecuencia, de organizar. a la clase y a sus luchas a su nivel real y, a partir de allí, elevar éste mediante la experiencia hasta el programa histórico.

Esto es mucho. más fácil de detectar en los movimientos de origen guerrillero: está presente directamente en su concepción militarista de la lucha que subordina el programa a las normas' organizativas, y se expresa en forma nítida en la teoría del “foco”.

Se presenta más mediado, en cambio, en el caso de los trotskistas, porque éstos aparecen defendiendo el programa histórico del proletariado, el programa de la revolución socialista, y la necesidad de partido obrero para llevarlo adelante. Pero entre la teoría y la historia, entre el programa y los niveles reales de conciencia y de organización de la clase que es su portadora en la historia, hay una distancia que es el partido marxista quien debe saber franquear. En el caso concreto de Guatemala, los trotskistas no supieron ni comprendieron cómo organizar esa transición. Y sin embargo, en esta tarea se resume, en definitiva, el arte de la dirección revolucionaria.

En los trotskistas del Buró Latinoamericano, este distanciamiento entre sus proposiciones y la realidad de la clase obrera y el campesinado dados —distanciamiento que, repetimos, no, era sólo monopolio de ellos— tomaba tintes incluso trágicos. Los rasgos que les habían permitido ligarse a los revolucionarios guatemaltecos y les habían ganado su confianza, en los cuales se basaba su autoridad moral indiscutida, eran rasgos propios de una tendencia formada en el seno de la clase obrera latinoamericana, en sus (luchas, sus huelgas, sus sindicatos. La experiencia organizativa que trasmitían, invalorable para el MR-13, tenía el mismo origen. La certidumbre de su programa, confirmada por la experiencia negativa anterior de los guatemaltecos, también. Pero ninguno de esos rasgos empíricos, corno tampoco la afirmación general de un programa correcto, alcanzaba a compensar sus errores teóricos y a traducir, en consecuencia, ese programa en la realidad.

Sin una fundamentación teórica correcta, la relación empírica con la clase obrera, por determinante que ella pueda parecer a quienes la viven, no basta para comprender a la clase real. Y la ausencia de esa comprensión, que se expresa en la política concreta, no puede ser sustituida por declaraciones “proletarias” o por invocaciones a las experiencias pasadas o presentes en el seno de la clase. El desconocimiento de esta verdad elemental del marxismo —y, en general, del conocimiento científico— está en la raíz de ésta y de otras derrotas — y no sólo de las de esta tendencia del trotskismo.

Precisamente por esto, creemos que las enseñanzas que se desprenden de esta derrota en Guatemala trascienden ampliamente los límites de la tendencia que la vivió y pueden ser útiles, si se interpretan correctamente, para el movimiento revolucionario latinoamericano y sus tareas futuras.

La presencia activa de la clase obrera es hoy mucho' más visible y evidente en el conjunto de América Latina, en Centroamérica e incluso en Guatemala. Esa presencia plantea en nuevos términos, pero no los resuelve, los antiguos problemas: programa socialista de la revolución, partido revolucionario de la clase obrera, ruptura de ésta con las ideologías burguesas y con el Estado, alianza obrera y campesina.

Creemos que para responder a ellos, es necesaria la discusión crítica de las experiencias anteriores de la revolución latinoamericana, el balance de fracasos y aciertos sin detenerse en consideraciones de prestigio personal o partidario, y la contribución política de los revolucionarios formados en esas experiencias, una buena parte de los cuales ha pasado, en un momento u otro, por distintas tendencias del movimiento guerrillero latinoamericano.

El partido marxista no puede construirse sin hacer confluir esas experiencias, decantadas críticamente, con las que vienen del movimiento sindical obrero, y también campesino, de estos países. Todas ellas son parte de la larga, dura y difícil acumulación originaria de fuerzas de la revolución latinoamericana. Por eso son imprescindibles para fundamentar su porvenir.

Marzo 1978

 

[1] Tanto por método de exposición como por falta de información suficiente para emitir juicios, nos abstenemos en este artículo de analizar la política de las organizaciones obreras y revolucionarias que intervienen actualmente en las luchas políticas guatemaltecas, en particular el Partido Guatemalteco del Trabajo · (PGT), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP).

[2] En un trabajo de 1965, hemos descrito esta evolución: Adolfo Gilly, El movimiento guerrillero en Guatemala, en "Monthly Review", núm. 22/23, junio de 1965, Buenos Aires, Argentina. Sobre esta evolución del MR-13, ver en dicho folleto las entrevistas a Marco Antonio Sosa y Francisco Amado Granados.

[3] Una visión reaccionaria de la desmoralización a que pueden llevar a militantes individuales tanto estos métodos como la falta de programa y de política que ellos encubren, la da el libro el cuentos de Marco Antonio Flores Los compañeros, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1976.

[4] Salvo indicación en contrario, cuando en lo sucesivo nos refiramos al trotskismo o a los trotskistas, damos por entendido que se trata de esta tendencia específica de la IV Internacional, que fue la que participó en el movimiento guerrillero guatemalteco.

[5] Fue sobre todo esta ruptura programática capital con el reformismo lo que llevó a los editores de "Monthly Review", Leo Huberman y Paul Sweezy, a dar cabida en su revista a las crónicas del movimiento guerrillero guatemalteco…. Así lo manifestaron expresamente en el editorial titulado “Breakthrough in Guatemala” (Brecha abierta en Guatemala, en la edición en castellano) con el cual presentaban dichas crónicas en abril de 1965

[6] 6 Ver Regis Debray, Las pruebas de fuego, tomó 2, Siglo XXI, México, 1975

[7] Asistieron a la conferencia como· delegados por el Frente Guerrillero Edgar Ibarra: Turcios, Socorro, Pascual, Efigenio; por el Frente Alejandro de León: Yon, Sosa, Evaristo, Ismael, Tamagaz, Monte y César; por el Frente Urbano: Amado, Loarca; David Aguilar y el autor de este artículo. Socorro fue el guerrillero que murió junto con Yon Sosa, en territorio mexicano en 1970, a manos de una patrulla militar. De los catorce que recordamos y mencionamos, once, al menos, han muerto en combate. La Declaración- de la Sierra de las Minas fue publicada en "Revolución Socialista", número 8, enero 1965, Guatemala, Centroamérica.

[8] Estamos convencidos de que ese ataque no obedeció a ninguna causa anecdótica particular, sino sobre todo al viraje en la política cubana marcado por la salida del Che. Pero es preciso recordar, por otro lado, que fue precedido por una toma de posición prepotente, atrozmente subjetiva y calumniosa de J. Posadas a fines de 1965, acusando a Fidel Castro de encubrir el supuesto asesinato del Che en Cuba. Esta actitud, a la vez criminal y suicida, de un político cada vez más alejado de la realidad, precipitó todos los peligros que ya se cernían sobre el MR-13 y los trotskistas guatemaltecos. El autor de este articulo tomó en ese entonces, desde Guatemala misma, una posición diferente, dando una explicación política de la renuncia del Che, que en esencia es la que repetimos ahora. Ella fue publicada en "Mondo Nuovo" de Italia y en "Marcha" de Montevideo, y allí está registrada. Sin embargo, por disciplina partidaria mal entendida, no sostuvo después su posición y se sometió a la línea oficial de su tendencia, la de J. Posadas. Comparte, por lo tanto, la plena. responsabilidad por esos desatinos políticos, que indicaban ya la progresiva descomposición política y moral de J. Posadas. Nada de esto alcanzamos a comprender en aquel tiempo.

[9] En dicha ocasión fue apresado el autor de este artículo. Salió de la cárcel de Lecumberri seis años después, en marzo de 1972.

[10] Regis Debray, en Las pruebas de fuego, da una versión falsa y, en partes, voluntariamente equívoca, sobre estos acontecimientos. No se atreve ya a sostener abiertamente la versión del “robo de fondos a la guerrilla” por parte de los trotskistas. Pero falsea tanto el desarrollo como el resultado del proceso en la montaña y deja, según su costumbre, planear la duda, la insinuación y la desconfianza. Allá él: no nos interesa polemizar, en estos momentos, con quien pasó de supuesto teórico de la lucha armada a asesor efectivo de Francois Mitterrand. Los libros tienen su destino, y los autores de los libros también.

[11] Esta concepción llevó a esta tendencia a un creciente aislamiento de la realidad y a responder a los golpes que por ello recibía en todas partes con una exacerbación de sus propios rasgos voluntaristas. La derrota de Guatemala aceleró ese proceso y el cambio de la situación mundial, a partir de 1968-69, para el cual no estaba ni lejanamente preparada, lo completó. Fue cuestión de unos años más el que esta corriente, pese a haber contado con un número notable de cuadros probados, templados y educados en el seno de la clase obrera, entrara en un proceso de disgregación organizativa irreversible. La teoría es implacable con quienes creen que pueden pasar impunemente por encima de ella. En otros documentos, algunos de los militantes provenientes de dicha tendencia hemos hecho el balance autocrítico de ese proceso, que no es el caso retomar aquí: ver, en especial, Balance crítico de la ex-tendencia del Buró Latinoamericano de la IV Internacional, en "Boletín Marxista", Génova, Italia, número 8, abril 1977.