Honduras


Por Tomas Andino Mencía

Hablar de migración en Honduras es un tema cotidiano porque a diario salen del país aproximadamente 300 personas para establecerse en otro país, principalmente Estados Unidos y España. Según cifras del Servicio de Migración y Aduanas de Estados Unidos, del 1º de octubre al 30 de abril de 2018, se presentaron 50,924 migrantes de forma regular, cuando en el mismo periodo del año anterior, se habían presentado solo 15,766, lo que indica un incremento de la migración regular de 223%. En cuanto a la migración irregular diferentes fuentes aseguran que anualmente abandonan Honduras entre 80 mil a 100 mil personas, en un país que apenas llegamos a los 9 millones de habitantes. El hecho no es nuevo, pero, ¿en qué se diferencia del pasado reciente?

La migración ilegal hasta ahora había sido una acción sumamente arriesgada, bajo dos modalidades:

1) El viaje individual realizado por sus propios medios, para atravesar clandestinamente las fronteras de tres países, al costo de miles de personas que han caído bajo los rieles del ferrocarril denominado “La Bestia”, o presas de las bandas criminales que dominan el camino, las que convierten a los viajeros en victimas de trata internacional, las extorsionan o las reclutan para la actividad del crimen organizado.

2) La migración canalizada a través de redes de traficantes de personas (conocidos popularmente como “coyotes”) que por una elevada cantidad de dólares (US$ 3 mil a 5 mil, o más) trasladan a las personas hasta Estados Unidos. Ese traslado utiliza oscuros medios, valiéndose en gran medida de la corrupción de la policía fronteriza y de agentes aduaneros, la cual también tiene terribles riesgos, como el abuso físico y sexual, la drogadicción, el abandono de los viajeros en furgones en medio del desierto, el comercio con las bandas del crimen organizado o el asesinato de los “clientes”, cuando las cosas no salen bien.

Hasta ahora, el viaje de los migrantes ha tenido como principal motivación la búsqueda de empleo para mitigar la pobreza que castiga al 68 % de la población; o bien una motivación social, como huir de la violencia criminal que tanto daño causa a los sectores desprotegidos.

Pero lo que ha ocurrido desde el 12 de octubre con la llamada “caravana de migrantes” es un fenómeno nuevo, de otro tipo, en la cual se entremezclan lo social y lo económico con lo político.

EL CONTEXTO INTERNACIONAL

No se puede comprender lo que ocurre sino se analiza el contexto y la historia reciente.

La migración en el contexto norteamericano

Contrario a lo que dicen en discursos cargados de hipocresía, la migración no es algo indeseado por los gobiernos de origen y destino. De hecho, hasta ahora ha sido beneficioso al sistema capitalista, tanto de los Estados Unidos, como de los países centroamericanos, razón por la cual estos habían hecho realmente muy poco para impedirla. Sin embargo, este aspecto parece estar cambiando más por razones políticas coyunturales, que, por razones económicas, después de la crisis bursátil de 2008 y de las catástrofes climáticas de los últimos diez años ocurridas en territorio estadounidense.

Antes del gobierno de Barack Obama la migración no tenía mayor efecto sobre el mercado de mano de obra norteamericano, pues en los años noventa en ese país, la absorción de los trabajadores migrantes se orientaba principalmente a la agricultura intensiva y la industria de la construcción, sectores no competitivos para el obrero norteamericano común, quienes por su calificación prefieren las industrias de alta tecnología. Pero tras el traslado masivo de industrias transnacionales hacia Asia, principalmente hacia China, como consecuencia del ingreso de este último país a la Organización Mundial del Comercio en 2005 (aparejado a la expansión de sus cuotas de producción); y por otro lado, el incremento de los desastres naturales que han dejado a centenares de miles de familias afectadas (el caso de New Orleans es dramático), se produjo el fenómeno de que los ex obreros blancos norteamericanos que ya no tenían más puestos de trabajo en la industria, incluso sectores de origen negro y latino que no desean competencia de sus connacionales en Estados Unidos, vieron limitado su ingreso al único sector de la economía gringa que muestra señales de crecimiento, como es el sector servicios, debido a que los migrantes ocupan muchos puestos de trabajo de este sector.

La economía estadounidense ha tenido hasta ahora un alto nivel de absorción de la mano de obra centroamericana, especialmente en el sector servicios. Según la CEPAL, entre 2013 y 2016 se absorbieron a más de 628 mil trabajadores y trabajadoras centroamericanos, y cerca del 63% de los migrantes obtuvo colocación. Un atractivo para los nuevos refugiados es que los salarios que se pagan en ese país, pese a que son los más bajos del mercado laboral norteamericano, superan con creces los pingues ingresos que obtienen en Honduras.

Esto se explica porque, después de la crisis bursátil de 2008, la economía gringa implemento una estrategia de recuperación, basada en un gigantesco endeudamiento interno y externo, que hoy día le permite experimentar una enorme burbuja financiera, y por tanto, un crecimiento temporal de su economía en el sector servicios. Sin embargo, en el otro extremo, ciudades que antes reflejaban el orgullo industrial norteamericano, como Detroit, o Dallas, ahora suelen ser ciudades abandonadas o muy empobrecidas, debido a que ahí ya no hay inversión industrial.

Por presión social, los estratos políticos norteamericanos vieron crecer el descontento y la demanda de sus electores blancos para tomar drásticas medidas antiinmigrantes y asi aprovechar las oportunidades del actual crecimiento económico. Obama respondió a esa presión, inaugurando una era record de deportaciones. Según datos publicados por el Departamento de Seguridad Nacional (NHS, por sus siglas en inglés), entre los años fiscales 2009 y 2015, el número de deportados fue de 2.671.860. Y, durante los diez primeros meses del año fiscal 2016 (al 30 de julio), la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE) contabilizó 196.497. A la par, Obama mantuvo una retórica demagógica de protección al migrante establecido en el país, para conservar el voto hispano, con la creación de programas como del Deferred Action for Childhood Arrivals (DACA), y otros similares.

Al llegar Trump a la Presidencia, no hizo algo distinto de lo que venía haciendo Obama; lo único que hizo fue continuar con la política antiinmigrante sin la hipocresía del anterior mandatario, lo cual fue uno de los factores de su triunfo electoral. Este ha hecho de su rechazo a la migración ilegal, un tema estratégico que cohesiona su base de apoyo, entre la derecha y la ultraderecha. Sin embargo, Trump todavía tiene dificultades para aplicar a rajatabla la política antiinmigrante, porque existe un fuerte movimiento social en capas burguesas y medias que se benefician de la mano de obra barata centroamericana en el sector servicios, en momentos cuando la población migrante mexicana da señales de disminución (la cantidad de mexicanos paso de 7 a 6 millones en los últimos cinco años). En otras palabras, el tema migratorio polariza a la sociedad norteamericana.

En este contexto de estira y encoje, los Estados Unidos camina hacia unas elecciones legislativa en noviembre de este año, que serán claves para el futuro de ese pais (y de nosotros), en las que el tema migratorio será de primer orden. Todo indica que Trump, mantendrá su discurso xenófobo y racista, y desde ya coloca a su favor el miedo de la mayoría del electorado a una “invasión” de refugiados, por lo que se espera de él una actitud realmente dura, de no dejarlos entrar al país; mientras que los demócratas, entre la espada y la pared, por un lado, fingen ser solidarios con estos, pero por otro, no están dispuestos a perder el voto de los obreros y obreras, que han sido su base tradicional de apoyo, y por el contrario, quieren recuperarla; así que no cabe esperar mucho de ellos.

La crisis migratoria en el contexto de Centroamérica

Lo que acontece en Honduras no solo se explica por lo que ocurre en el país. Esta situación tiene una conexión con lo que ocurre en toda Centroamérica.

En los últimos cinco años se han producido eventos que marcan el fin de un ciclo de relativa estabilidad en el norte de Centroamérica y Nicaragua. El “orden” que hoy vemos tambalear, fue resultado de la ruptura con dictaduras militares en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua en los años 80s, sustituidas por gobiernos civiles y democracias electorales restringidas que permitían cierta alternancia política, debido a la clausura, reencauzamiento o triunfo de las insurrecciones populares de la época. En el presente, todo eso ha entrado en crisis; ya no tiene viabilidad para el futuro.

En Honduras el proceso de crisis de la institucionalidad burguesa arranca con el Golpe de Estado de 2009 y la resistencia popular, debido a la actitud ultraconservadora de la oligarquía hondureña, que provoco la ruptura de la institucionalidad democrático burguesa que venía funcionando desde 1981. ¿El motivo? Un tímido intento de reforma política por parte de un gobernante que no se planteó romper con el sistema, sino solo democratizarlo un poco (Asamblea Constituyente propuesta por Manual Zelaya). El momento que refleja mejor esta crisis, fue la imposición de JOH violando la Constitución y el levantamiento cívico en su contra de noviembre-diciembre 2017. La actual caravana de migrantes hondureños, como veremos más adelante, refleja de otra forma el mismo descontento que ha llevado al pueblo hondureño a manifestarse consecutivamente en los últimos nueve años, poniendo nuevamente sobre la mesa el tema de la viabilidad del régimen económico y político existente.

En Guatemala, la profundización del modelo extractivista, la difícil situación económica y el desprestigio político del sistema de partidos a causa de la corrupción, alcanzo un hito con la defenestración de Otto Pérez Molina y su gobierno en 2015, después de un proceso de movilización ciudadana, liderada por sectores juveniles. La salida de un gobierno como producto de la movilización popular no se veía en la región desde la caída del somocismo en Nicaragua en 1979. Desde la caída de Otto Molina, el nuevo gobierno de Jimmy Morales no ha logrado estabilizarse debido a sus prácticas corruptas y abusivas, asediado intermitentemente por un Pueblo que demanda su salida también.

En El Salvador, el desprestigio profundo de los estratos políticos gobernantes, de todas las fuerzas partidarias, ha pasado factura con el encarcelamiento de dos expresidentes y el proceso a otro más, teniendo como consecuencia la estrepitosa caída del electorado de los dos partidos más importantes, ARENA y el FMLN, y un vacío de liderazgo, que intenta ser llenado por una tercera opción caudillista (Nayib Bukele), pero que no goza de la fuerza económica ni social de aquellos. Lo cierto es que, aunque aún no ha estallado una crisis de la dimensión de Honduras y Guatemala, es solo cuestión de tiempo que ocurra, porque el descontento contra el sistema crece sin cesar.

En Nicaragua, el levantamiento popular de abril de 2018, prácticamente acabo con el periodo de estabilidad de un régimen autoritario y personalista, dirigido por el dúo Ortega-Murillo, e inaugura un periodo de conflictividad política atravesada por la resistencia ciudadana y la decadencia de un régimen que solo se sostiene por la fuerza de las armas y la negación de su historia de identidad con los sectores populares. Aunque por ahora el Orteguismo logro imponerse mediante la fuerza, al costo de centenares de muertos, el gran agujero económico que dejo la crisis política y el aislamiento internacional del régimen, agudizaran la crisis económica y, más temprano que tarde, reavivara de nuevo la movilización del Pueblo, en especial de su clase trabajadora.

En Costa Rica también se hacen sentir las ondas sísmicas de este terremoto político que sacude la región, pues el pueblo tico está demostrando mediante huelgas y plantones que ya este país dejo de ser el apacible paraíso de la explotación capitalista conocido como la “Suiza centroamericana” y ha sufrido un proceso de “centroamericanización”, en donde el conflicto social y político y la crisis económica son la moneda de todos los días.

En ese sentido, Centroamérica no escapa a la tendencia mundial según la cual después de la crisis capitalista de 2008, se ha producido un terremoto político en varias regiones del planeta. La cuestión de fondo aquí es que las tendencias de la economía y la política internacionales, han estremecido el viejo orden social y político existente en Centroamérica y lo ha agrietado. Toda la región está teniendo dolores de parto que demandan un nuevo orden económico, social y político en favor de las mayorías, sin explotación, sin corrupción, extractivismo ni saqueo neo colonial, sin dictadura, sin fraudes ni demagogia política, y sin violaciones a los derechos humanos.

Ese es el bosque ante el que estamos.

EL FACTOR ECONOMICO EN LA BASE DE LA MOVILIZACION

Para el Estado de Honduras, la migración ha significado la entrada de recursos extraordinarios, por dos vías: las remesas, y la cooperación internacional.

Según cifras del Banco Central de Honduras, en el periodo 2015/2016 las remesas subieron de US$ 3,649.8 millones a 3,847.3 millones, o sea, un incremento de US$ 197.5 millones, con un crecimiento relativo de 5.4%. Pero el boom se ha producido en los últimos dos años: de US$. 3,847.3 millones en 2016 se pasó a US$ 4,355.7 en 2017, con un extraordinario crecimiento de 13.2% interanual. Este último crecimiento parece estar asociado tanto a un incremento de la salida de compatriotas y, a su vez, a una repatriación de recursos por miedo a la deportación en vista del amenazante discurso xenófobo de Trump.

En cuanto a la cooperación internacional, es sabido que en el marco de la llamada “Alianza para la Prosperidad”, Estados Unidos comprometió al Estado de Honduras la no despreciable cantidad de L. 2,915 millones de dólares, de los cuales ha desembolsado el equivalente a L. 1,875. La mayor parte de esos fondos van destinados a dar donaciones a la empresa privada, a las fuerzas de seguridad, a la burocracia estatal y minoritariamente al “capital humano”, es decir, supuestamente a las personas que lo necesitan.

No obstante que los números de ingresos económicos por remesas y la cooperación han aumentado, esto no se han traducido en mayores beneficios para la población. Tanto en lo económico, lo social y lo político, el Estado de Honduras ha sufrido desde el Golpe de Estado de 2009 un paulatino proceso de deterioro de las condiciones de vida de su población, que se expresa en el incremento de la pobreza. De hecho, en el año 2017 se sumaron 250 mil nuevos pobres, alcanzando un porcentaje de 68% de pobreza y 44% de pobreza extrema, según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas. Por ello, la CEPAL considera que Honduras es el país más de América Latina.

Para los técnicos del FMI la economía funciona “bien”, claro, desde el punto de vista capitalista: Crecimiento de 4.2% del PIB, y aunque la inflación es la más alta de CA (4.9%) y el déficit comercial ha crecido en comparación al año pasado (732 millones US$ 2018 en comparación con 633 millones 2017), el déficit fiscal se ha reducido de -7.9 a -2-7. En fin, dificultades propias de una economía capitalista dependiente, pero nada que implique una crisis para las ganancias de la clase dominante. Pero para la clase trabajadora y los desclasados es otra cosa. El costo social de esta situación de relativa estabilidad de la economía es muy elevado para quienes no son empresarios ligados al grupo en el poder. De hecho, a este crecimiento se le ha acompañado de una reducción de la masa salarial, contracción de la inversión social, disminución de conquistas sociales, entre otros.

Pero esta temporal estabilidad es artificial, no se sustenta en un capitalismo fuerte sino en uno altamente dependiente de las variables externas. Estas variables están declinando. 1) El país está llegando a un límite para el pago de la deuda externa, la cual llega a los 11 mil millones de dólares, cuyo pago consume el 47% del Presupuesto Nacional, 2) las fuentes de financiamiento son cada vez más condicionantes, en especial las ligadas a Estados Unidos; 3) la inversión extranjera no está llegando como se creía pues hay desconfianza de la inversión extranjera (Honduras cayo de 2016 del 123 al 135 en 2017 en las calificadoras de riesgo de inversión); 4) la producción del café (segundo rubro de exportación), atraviesa un mal momento por la reducción de los precios a nivel internacional, 5) tampoco pinta bien la importación de combustible, debido a que los precios a nivel internacional aumentan, mientras el Estado sigue atado a compromisos onerosos con la matriz no renovable (multimillonaria deuda con los generadores térmicos); 6) los golpes a un sector del narcotráfico también ha repercutido en la economía regional, ya que estos soportaban las estructuras de circulación monetaria en sus lugares de origen; 7) a lo anterior, hay que agregar que el gasto electoral y crisis política de 2017 tuvo costos económicos importantes; y, 8) por si fuera poco, se prevé en el horizonte una reducción drástica de remesas, como consecuencia de la no renovación del TPS por Trump.

Estos factores, desde ya están ocasionando cinco fenómenos: 1) la iliquidez de dinero, sobre todo para cubrir el déficit fiscal; 2) inflación y encarecimiento del costo de la vida, 3) la devaluación del Lempira frente al Dólar; 4) la contracción de la inversión; y 5) la generalización de la pobreza y el desempleo.

Por lo dicho se comprende que, mientras los ricos y corruptos ven acrecentar sus multi millonarios ingresos, la situación de miseria y desempleo se agudiza y golpea no solo a los más pobres sino también a la clase media empobrecida, aprisionada entre los altos impuestos y la extorsión de bandas criminales. No por casualidad Honduras es uno de los países con el más alto índice de desigualdad e inequidad (Índice de Gini).

Esta situación terrible para las mayorías, ha producido un descontento descomunal que, a manera de comparación, es como un polvorín al que solo le hace falta una mecha para estallar.

EL FACTOR DETONANTE: LA CRISIS POST ELECTORAL DE 2017

Es sabido que en Honduras el Pueblo se lanzó a las calles en noviembre y diciembre de 2017 a intentar detener la imposición continuista del actual gobernante, rechazando sus pretensiones reeleccionistas, en violación de la Constitución de la Republica. Las masas populares, hartas de tanto engaño y fraudes, tomaron la justicia por propia mano y realizaron, durante varias semanas, una movilización autoconvocada a lo largo y ancho del país, que a la altura de diciembre comenzó a hacer ceder a las fuerzas represivas, incapaces de contener la furia popular. La rebelión popular de costó la vida a más de 40 personas bajo las balas de la guardia pretoriana del dictador: la Policía Militar del Orden Público.

Ese intento heroico fue toda una epopeya que no tiene precedentes en la historia reciente, y que pudo haber triunfado en sacar la dictadura orlandista, si los dirigentes políticos de la oposición - -que en poco tiempo coparon la conducción del movimiento-- hubieran estado a la altura de su responsabilidad. Sin embargo, la dirigencia opositora en lo que menos estaba pensando era en conducir una insurrección popular; sus ojos estaban clavados en el conteo de votos y en la estira y encoje del Tribunal Supremo Electoral, mientras sus bases por iniciativa propia se tomaban carreteras y ciudades.

El instinto de clase de estos dirigentes, les impidió confiar en la hermosa insurrección pacifica que el pueblo estaba desatando y optaron por no echarle gasolina. Por el contrario, intentaron apagarla. En lo mejor del levantamiento, Nasralla se encargó de echar un balde de agua fría al pueblo, renunciando en diciembre a seguir en la luchar después de un viaje a Estados Unidos, para evitar que evolucionara a un paro nacional que afectara a sus aliados capitalistas de toda la vida; y Manuel Zelaya, por su parte, mando a todos a “descansar” y a “celebrar la navidad” con nacatamales y otras hierbas. El movimiento fue contenido con estas decisiones y posteriormente frustrado al no lograr su objetivo. JOH se impuso a punta de bombas y balas el 27 de enero, y como consecuencia ocurrió una desmoralización que paralizo el accionar de masas en el país.

Envalentonado por su logro, el gobierno se dedicó a profundizar las medidas neoliberales que adopto en su primer periodo. Inicio la privatización de las empresas estatales más rentables; como la ENEE, el INFOP, Hondutel, y ahora continúa privatizando el sector salud. Mientras que del lado de la dirigencia popular no se aprecia una reacción a la altura de los desafíos, mas allá de eventuales comunicados o discursos de líderes opositores, o de movilizaciones esporádicas de la Convergencia contra el Continuismo, pero no como parte de una estrategia de lucha general.

Así las cosas, a muchos de quienes salieron a jugarse la vida en las calles, los ha invadido la desesperanza de no encontrar una salida a su crisis dentro del país, y entonces enfilan sus ojos hacia el norte, basados en la suposición de que Trump o el nuevo gobernante mexicano, podrían hallar un alivio a su desesperante situación.

QUE SIGNIFICA LA CARAVANA DE MIGRANTES

En ese contexto, se entienden mejor las principales características y rupturas de la Caravana migrante, con el modelo tradicional de migración:

    Es una acción de masas colectiva y autónoma, inédita en la historia de Centroamérica, no concebida ni planificada por ninguna estructura política, gremial, criminal o social, a pesar de lo que digan los mass media, motivados por intereses políticos.

    Si bien tiene motivaciones económicas, en el fondo hay un sustrato de frustración política dado por el contexto atrás analizado. Salir de Honduras se ha convertido en otra forma de salir del sometimiento político a un gobierno que los quiere obligar a vivir en el país más empobrecido de América Latina, y uno de los más violentos y corruptos del mundo, dirigido por un gobierno igualmente violento y corrupto

    Los convocantes no fueron liderazgos públicos reconocidos, mucho menos corporativos (partidos políticos, gremios, etc.); fueron personas de liderazgos locales que convocaron la actividad y miles acudieron gracias a que las redes sociales hicieron eco de la misma, con un efecto multiplicador que sorprendió a todos y todas. El hecho de que la primera caravana continua su camino y que más caravanas se organizan en otras partes del país, a pesar de la detención de algunos dirigentes populares que la apoyaban solidariamente (como Bartolo Fuentes de Honduras, ex diputado del Partido Libertad y Refundación, e Irineo Mujica, activista de “Pueblos Sin Fronteras” de Guatemala) demuestra que ningún gobierno acierta en descubrir el verdadero liderazgo del movimiento.

    La movilización rompe el esquema gubernamental de movilidad geográfica, pues se realiza por fuera de todos los canales convenientemente establecidos por los Estados para ejercer el control fronterizo, que le permiten a los Estados vigilar quien entra y quien sale, además de obtener ingresos fiscales.

    Libera a los viajeros de los elevadísimos costos de la migración no legal, porque los “coyotes” (traficantes de personas), no seguirán recibiendo miles de dólares por cabeza, ni podrán asesinar o abandonar en el desierto a sus “clientes”; ni las empresas de transporte seguirán enriqueciéndose de la necesidad de viajar de estas personas; ni los agentes de aduana corruptos podrán abusar económica ni físicamente de sus otrora víctimas.

    Proporciona más seguridad durante el viaje, porque se realiza en condiciones de abierta visibilidad, debido a lo cual las maras y las redes de trata de personas, así como los agentes policiales abusadores, tendrán menos posibilidad de violentar, reclutar, secuestrar, asesinar, prostituir y extorsionar, según sea el caso, a quienes se movilizan, porque estos constituyen un grupo numeroso que se cuida entre sí.

    Tiene su soporte en la solidaridad mutua, tanto de los mismos migrantes entre sí, como de los pueblos del norte centroamericano, por donde estos transitan. Son ellos quienes, con su mano solidaria y desinteresada, les permiten transportarse, alimentarse, recibir atención médica, y soportar las inclemencias y sacrificios del viaje.

    Quienes salen de Honduras, no salen bajo la categoría de “migrante” sino de refugiados. Es el mismo tipo de flujo de refugiados que vemos en África, y recientemente en Oriente Medio, donde millones huyen de la hambruna, la guerra o el crimen. De Honduras, la población huye de los elevadísimos niveles de miseria, violencia social, desempleo, corrupción e intolerancia política. Esto significa que, amparados en el derecho internacional humanitario, salen en demanda de ser tratados como personas que huyen, en este caso, de una catástrofe económica, social y política que se llama Gobierno de JOH.

CONSECUENCIAS Y OPORTUNIDADES

El desenlace de la caravana aún no está claro, pero es posible adelantar algunas posibilidades.

    La realización de esta movilización ha producido el derrumbe de todo el discurso demagógico del régimen hacia dentro y hacia fuera, sobre los “beneficios” que ha dado a la población y coloca en cuestionamiento que ha hecho con todo el apoyo internacional de programas como el Plan de Alianza para la Prosperidad (solo en Honduras se desembolso el equivalente a L.1875 millones). Si alguien tenía dudas sobre la gravedad de la crisis social y política en esta ocasión todo queda claro.

    La indignación es tal en el país, que ha vuelto a poner sobre la mesa la legitimidad y viabilidad del gobierno de JOH, que abre una nueva oportunidad para el relanzamiento de la lucha social y policía en contra del régimen ilegitimo de JOH, en un momento de elevado cuestionamiento nacional e internacional.

    Esto se potencia por la reacción cuestionadora de Trump, que ha dejado evidenciada su descontento con el gobierno de JOH, por su incapacidad de frenar la movilización de masas, y probablemente eso acelere procesos de recambio que ya tiene en mente para las próximas elecciones. Por ejemplo, se ha lanzado ya el globo sonda de adelantar las elecciones.

    Es muy probable que reduzca la cooperación con Honduras en el corto plazo al no encontrar una efectiva labor de control sobre los procesos de movilización hacia fuera.

    También la presión de Trump producirá que el régimen de JOH cometa más errores porque actuará no en función de su cálculo político sobre la relación de fuerzas a lo interno, sino de las exigencias del imperio, las que no siempre resultan “inteligentes” para la estabilidad política interna.

    Asimismo, la respuesta del régimen de impedir la salida del territorio nacional, y su imposibilidad de dar una alternativa efectiva a los centenares de miles de hondureños y hondureña que quieren irse del país, se revertirá en su contra porque la presión que podría salir hacia el exterior, se orientará dentro del país en contra del gobierno.

    La causa del pueblo de Honduras ha despertado la simpatía de los pueblos del mundo en particular en Centroamérica.

Por todo lo anterior, estamos en un momento histórico muy favorable para reactivar la lucha popular de masas para lograr la salida. Es cuestión de aprovechar la oportunidad que el mismo Pueblo con su lucha nos brinda