Revista de Centroamérica

El bonapartismo de Trump

 

Estados Unidos emergió al final de la segunda guerra mundial, como la potencia imperialista dominante en el mundo.  La destrucción masiva de las agonizantes fuerzas productivas en el periodo 1940-1945, por un lado, y la colaboración política del stalinismo, que frenó el avance de la revolución socialista, por el otro, fueron factores que contribuyeron a la reconstrucción capitalista en Europa occidental y el resto del mundo, posibilitando un largo periodo de boom económico y la existencia de sistemas democráticos burgueses relativamente estables, sobre todo en los países imperialistas.

Pero el ciclo de boom económico se cerró a finales de los años 70 del siglo XX, introduciendo una creciente inestabilidad en las democracias burguesas. Desde entonces, vivimos un periodo de crisis continuas, ciclos de ascenso y descenso económico, con una renovada tendencia a la decadencia global y la barbarie generalizada.

Durante la bonanza económica de postguerra, el sistema político norteamericano se convirtió el paradigma de la democracia burguesa a nivel mundial. Mientras hubo crecimiento económico, los sistemas democráticos funcionaron sin mayores problemas, pero en la medida que la crisis económica se agudizó, las democracias comienzan a tambalearse.

En este contexto, la ausencia de direcciones revolucionarias, ha permitido surgir lo opuesto: liderazgos populistas de derecha, quienes con apoyo de masas desesperadas y con la ilusión de regresar al periodo de estabilidad y crecimiento económico, terminan atacando y destruyendo los cimientos de la propia democracia burguesa. El ascenso de Donald Trump (2016-2020) a la presidencia de Estados Unidos es, quizás, el ejemplo mas destacado de este fenómeno político reaccionario.

Durante el boom capitalista, la democracia norteamericana fue el gran ejemplo a imitar, ahora tenemos el fenómeno contrario: Trump inspira a Jair Bolsonaro en Brasil y a Rodrigo Duterte en Filipinas, solo para citar los ejemplos más destacados.

Fue Leon Trotsky, quien vivió el periodo de ascenso del fascismo entre las dos guerras mundiales, el pensador marxista que mejor analizó este tipo de fenómeno, al que denominó “bonapartismo”.

En marzo de 1935, León Trotsky escribió. “(…) Entendemos por bonapartismo el régimen en el cual la clase  económicamente  dominante,  aunque cuenta con los medios necesarios para gobernar  con  métodos  democráticos,  se  ve  obligada  a  tolerar  -para  preservar  su  propiedad- la dominación incontrolada del gobierno por un aparato militar y policial, por un “salvador” coronado. Este tipo de situación se crea cuando las contradicciones de clase se vuelven particularmente agudas; el objetivo del bonapartismo es prevenir las explosiones. La sociedad burguesa pasó más de una vez por épocas así; pero eran, por así decirlo, solamente ensayos.  La  decadencia  actual  del  capitalismo  no  sólo quitó definitivamente toda base de apoyo a  la  democracia;  también  reveló  que  el  viejo  bonapartismo resulta totalmente inadecuado; lo  ha  reemplazado  el  fascismo.  Sin  embargo,  como  puente  entre  la  democracia  y  el  fascismo,  aparece  un  “régimen personal” que se eleva por encima de la  democracia  y  concilia  con  ambos  bandos,  mientras,  a  la  vez,  protege  los  intereses  de  la  clase dominante; basta con dar esta definición para que el término bonapartismo resulte totalmente aclarado (…)”

Evidentemente, ninguna situación es igual a otra, pero esta definición teórica de León Trotsky sobre “bonapartismo” nos ayuda a comprender el fenómeno político reaccionario que representa Donald Trump, para Estados Unidos y resto del mundo.

No cabe la menor duda que Trump encarna un proyecto bonapartista, una transición hacia una nueva variante de fascismo, todavía desconocida por el pueblo de Estados Unidos. Esto no es una exageración, es la dura realidad. En las condiciones actuales, ese neofascismo está impregnado de racismo, xenofobia, supremacismo blanco, etc. Su verdadera meta es aplastar cualquier resistencia de la clase trabajadora, imponer la “ley y el orden”, y reiniciar un nuevo ciclo capitalista.

Las elecciones de noviembre del 2020 serán decisivas. La posible reelección de Trump sería apenas otro paso hacia delante en la consolidación de ese proyecto bonapartista. Incluso, las tradiciones democráticas de las masas norteamericanas pueden imponerse, y Trump puede perder las elecciones, pero la crisis capitalista continuará. Entonces, surgirá otro personaje o fuerza política que intentará ocupar su lugar, para establecer una nueva versión de bonapartismo, en tránsito hacia una otra forma de imperialismo mucho más letal que la que actualmente conocemos.

 

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