Costa Rica


Por Roberto Ayala S.

Costa Rica

Noviembre 2018

Resumen

La combinación de la incapacidad absoluta del capitalismo para dar lugar a un orden social justo, con la degeneración burocrática de las experiencias de transición al socialismo, en el siglo XX, ha dado lugar a una suerte de crisis en el proceso civilizatorio. Un presente sin futuro y un futuro que no consigue abrirse camino al presente. El trabajo reflexiona sobre esta situación, atravesada por el desconcierto y el escepticismo, sobre la necesidad de la reconstrucción del proyecto socialista, como salida progresiva a la crisis civilizatoria, y sobre el riesgo de que la sobrevivencia del capitalismo y una cierta agudización de sus contradicciones termine abriendo las puertas a una catástrofe  involutiva. ‘Socialismo o barbarie’ decía Rosa Luxemburg.

Palabras clave: Marxismo, Capitalismo, Revolución rusa, Crisis civilizatoria, Socialismo.

Abstract

The combination of the absolute incapacity of capitalism to give way to a fair social order along with the bureaucratic degeneration of the 20th century transition experiences towards socialism, has given rise to a sort of crisis within the civilizing process. A present without future and a future that fails to open its way to the present. This work reflects on this situation, crossed by confusion and skepticism, about the need for reconstruction of the socialist project, as a progressive exit to the civilizational crisis, the risk of the capitalism survival and the deepening of its contradictions open up the chances of an involutionary catastrophe. “Socialism or Barbarism”, as Rosa Luxembourg used to say.

Keywords: Keywords: Marxism, Capitalism, Russian Revolution, Civilizational Crisis, Socialism.

La revolución rusa puede ser dimensionada como la entrada de la utopía en la historia. La ‘utopía’ historizada, prácticamente operante, se pone como un hecho histórico universal. Hasta entonces se podía argüir, en forma condescendiente, que el proyecto socialista representaba, en el mejor de los casos, una manifestación de buenas intenciones, pero  irrealizable. Después de la revolución rusa, el proyecto socialista es una posibilidad objetiva, un momento de lo real, más allá de lo meramente existente.

El mayor proyecto de redención social jamás intentado, y conscientemente, por la humanidad en toda su historia: cerrar definitivamente el largo período histórico en que la evolución social se dio sobre la base de la desigualdad estructural y la dominación de una minoría  sobre el trabajo de la gran mayoría. El inicio de una completa transformación de la organización social, de los términos de la convivencia, y del correspondiente marco cultural de socialización, contrapuesto al individualismo moral y al egoísmo racional burgués, sobre la base de la supresión de la propiedad privada de los principales medios de producción y circulación de la riqueza social, de la explotación del trabajo humano y de la desigualdad social estructural, erradicando así la base económica del poder social de las clases dominantes.

La ruptura con el capitalismo abrió un período de transición, de inéditas características en la historia humana, de prolongación inanticipable, en el cual, enfrentando una feroz resistencia de los explotadores y privilegiados, se daba la posibilidad real de avanzar (con ritmos particulares en los más diversos ordenes de la vida social, cuya interacción daba lugar a un proceso de conjunto que, combinando lo desigualmente desarrollado, articulaba movimientos progresivos y saltos retotalizadores) en la constitución de las condiciones materiales y espirituales de la emancipación social y la libertad individual.

Pero la historia es un gran escenario en el que confrontan diversas fuerzas sociales, con sus intereses y proyectos, algunos articulables, otros, los decisivos, insuperablemente contrapuestos. Por eso, como dice Engels, la historia es el resultado de un paralelograma de fuerzas. Poderosas circunstancias sociales objetivas (el atraso económico de Rusia, los devastadores efectos de la I guerra mundial y la guerra civil) se combinaron con el movimiento de factores subjetivos (políticos, culturales, choque de personalidades), y también con multitud de accidentes (el más relevante por mucho, la enfermedad y muerte de Lenin) para producir un resultado inesperado. Las enormes dificultades internas a las que se vio sometida la población, agravadas por el aislamiento y la agresiva hostilidad de las potencias capitalistas, crearon condiciones de extrema precariedad que favorecían el ascenso y final triunfo de un sector conservador nacionalista, que recurriendo a la ideología del ‘socialismo en un solo país’ y apoyándose en los elementos de burocratización presentes en el Estado y el Partido, ya alertados por Lenin, representaban lo que Trotsky caracterizó como una reacción ‘termidoriana’ en el seno del proceso de la sociedad de transición (1).

La deformación burocrática del Estado que representaba un instrumento decisivo en la inescapable lucha política interna y externa en el marco del proceso de transición, interviene como una rémora que lastra y conspira contra el empuje de las nuevas relaciones de producción, obturando y finalmente destruyendo los mecanismos de la democracia revolucionaria, dando lugar a un régimen político, una dictadura burocrática, de partido único, gestionado de arriba hacia abajo, del cual Stalin representa la personificación epónima.

En una extraordinaria pieza de análisis histórico-social, político-cultural, incluso de psicología social, que ilustra brillantemente el insondable abismo entre ser ‘experto-en-marx’ y pensar como marxista, dialécticamente, Trotsky estudia y expone las condiciones y dinámica de lo que denominó un pronóstico alternativo: si una revolución política no regenera las bases de la democracia revolucionaria, la dictadura termidoriana, stalinista, terminará por conseguir sofocar el poderoso impulso de las nuevas relaciones de producción y de las nuevas formas de organización y de transformación cultural de la sociedad toda, incluyendo los términos cambiantes de la vida cotidiana, hasta llevar a la destrucción completa del Estado obrero, conduciendo a la restauración plena del capitalismo(2) . Resultado final de la burocracia gobernante, alimentado desde muy temprano por las implicaciones nacionalistas de la ideología del ‘socialismo en un solo país’, que muy naturalmente se convertirá en chauvinismo Gran ruso durante y después de la II guerra, con trágicas consecuencias dentro y fuera de la Unión Soviética.

La ‘fuerza de las nuevas relaciones de producción’ y de las bases generales de la nueva sociedad, consiguieron resistir 60 años de burocratización. Durante 40 años, un tercio de la población mundial vivió en sociedades que habían logrado desplazar la propiedad privada de los medios de generación y circulación de la riqueza. Las sociedades de transición experimentaron un particular ‘milagro económico’ y social. Sociedades atrasadas se industrializaron y urbanizaron, se ‘modernizaron’, crearon sistemas de seguridad social concebidos como derecho societario, del conjunto de la población, establecimientos científico-educativos de primer nivel, mejorando sensiblemente el bienestar y la calidad de vida en general, con el conocido déficit en la calidad y variedad de los bienes y servicios de consumo. El mismo desequilibrio en los niveles de desarrollo entre la industria pesada y la de bienes de consumo constituía un indicador de la distorsión introducida en la dinámica de la vida social por el sofocante régimen burocrático.

La existencia de las sociedades de transición, como gran conquista y patrimonio del movimiento y las arduas luchas por la superación del capitalismo y la erradicación de la desigualdad de clases, constituía un poderoso elemento de estímulo para muchos, en los más distintos y distantes lugares del mundo todo. Tan fuerte llegó a ser por décadas el estímulo que para las esperanzas emancipatorias representaba la existencia de los ‘países socialistas’, que muchos optaban por justificar o ignorar, hacer como si no existiera, la monstruosa deformación burocrática, con sus múltiples consecuencias y ‘metástasis’ sobre el cuerpo de la sociedad de transición y la vida cotidiana de sus ciudadanos.

El rigurosamente fundado pronóstico alternativo de Trotsky terminó por cumplirse por el lado malo, desde el punto de vista de la lucha anticapitalista. El incruento derrumbe de la Unión Soviética y la subsiguiente restauración del capitalismo en los Estados postcapitalistas burocráticamente deformados de Europa Oriental y Asia, tuvo profundas y multivariadas consecuencias en el clima cultural, el estado de ánimo, y sus derivaciones intelectuales, de los últimos 25 años. Uno de esos eventos históricos que tuerce el curso de los acontecimientos por todo un período y que obliga a la reinterpretación del siglo todo.

El significado de la restauración del capitalismo en la emblemática URSS no puede ser exagerado: simplemente, para muchos, parece devolver al terreno de lo utópico, en el sentido tradicional de ‘no lugar’, la aspiración a una sociedad fundada en la erradicación de la propiedad privada de los medios de producción y circulación de riqueza, como base de la explotación del trabajo humano, y a la superación de la desigualdad social estructural. El proyecto de una sociedad postclasista vuelve a ser abrumado por el escepticismo generalizado. Escepticismo que, de rebote, funciona como un racionalizador de la existencia y de la no-alternativa al capitalismo. Escepticismo que sustancia una reducción de las expectativas, que lleva a muchos a moderarse en la imaginación de apenas ‘un mundo menos peor’.

Sobre la base del colapso de los regímenes burocráticos, los mecanismos de legitimación del orden social capitalista usan y abusan de un factor ideológico clave en el clima cultural contemporáneo. El orden obtiene su mayor justificación de la aparente ausencia de alternativa aceptable. Aparece y se autopresenta como un sin-afuera metafísico. El fin de la historia. Se trata de una fundamentación ex negativo, la postulación de una no-opción, que teórica e históricamente no se sostiene, pero que político-culturalmente satura la definición social del presente, los significados sociales que informan el sentido común; y esto resulta así debido a que en realidad el dispositivo ideológico se sostiene en un elemento más de fondo: el desarrollo específico de la crisis y derrumbe final de la primera experiencia de construcción del socialismo, su fracaso final, provocado por la brutal deformación del despotismo burocrático (ampliada su resonancia por el relato unidimensional, constantemente reiterado, que desplaza los importantes aspectos rescatables que dejó la experiencia, e instala una versión del tipo leyenda negra, promovida por los medios de socialización del orden imperante) (3), da como resultado una considerable pérdida de credibilidad y de confianza en la idea y el proyecto socialista, instalándose como un pesado lastre, como un viscoso sentido común, en la conciencia de los explotados y oprimidos, contribuyendo a su atomización macro y microsubjetiva, y constituyéndose, en el límite, en el principal componente de lo que podemos llamar una crisis civilizatoria, una situación en que el ordenamiento vigente resulta claramente insatisfactorio e insostenible, pero sin opciones plausibles a la vista.

Este brutal retroceso en la conciencia de los explotados y oprimidos es constantemente confrontado por la realidad apabullante del, en cierto sentido histórico-socialmente fuerte, aún más espectacular fracaso del capitalismo, como horizonte de futuro de la humanidad; pero su superación efectiva no se sigue automáticamente de las contradicciones objetivas, los desgarros, de la vida bajo el capitalismo; dependerá del curso concreto de las luchas sociales, de la lucha de clases cotidiana, y de sus cruciales desarrollos políticos e ideológicos.

I

Hablar de ‘crisis civilizatoria’ para caracterizar el momento histórico general que vivimos, refiere a la magnitud de las contradicciones y desgarros del presente e incertidumbres sobre el futuro. ¿Cómo se puede calificar una situación en la cual el estado de cosas dado crecientemente semeja un callejón sin salida, un boleto con destino a ninguna parte? Decir que ‘dentro del capitalismo no hay salida’ es repetir algo sobre lo que se viene discutiendo y aportando argumentos y evidencia desde hace mucho. Lo nuevo en realidad, y de ahí el término ‘crisis’, se instala con la frustración del experimento socialista -sofocado por la deformación burocrático-dictatorial-, del más importante movimiento de redención y emancipación social de la historia humana, superior formalmente (en concreto no son comparables por la radical diferencia de las situaciones y posibilidades históricamente presentes) al cristianismo de los orígenes, no solo en el plano de lo socioeconómico, también en el de lo moral, como criterio antropológico, en tanto que superación de la subordinación de lo humano a lo trascendental-metafísico y afirmador de la autonomía del sujeto, en el contexto de la construcción de una sociabilidad emancipadora, de la humanización de la naturaleza, de la historicidad y de la autoproducción/autorrealización del ser humano, a partir de la acción sobre el mundo (4) .

El fracaso final del primer experimento postcapitalista, el primero de escala relevante, tiene básicamente dos efectos en la reflexión: primero, más allá de los denodados esfuerzos de la enorme máquina de propaganda del orden por instalar una cerrada leyenda negra, el hecho es que los setenta años de duración de la experiencia, y la extensión sobre la que llegó a desplegarse, mostraron la efectiva factibilidad de lo que por mucho tiempo no conseguía superar la sospecha y la marca de mera aspiración utópica, bienintencionada, pero entre ilusa e ingenua, y además peligrosa, justamente por su carácter utópico, es decir, el peligro asociado al irracional, por voluntarista y no presente en lo real como posible, intento de realizar lo irrealizable. Esto ya resulta decisivo. Una transición postcapitalista hacia una sociedad socialista ya demostró ser una posibilidad histórica real. También el hecho de que plantea problemas nuevos, por las tendencias a la burocratización, por el atraso e inercia cultural de sectores significativos y, sobre todo, por el amplio predominio inicial y por un período indeterminado del capitalismo en lo internacional, con todos sus recursos (que en lo interno alienta por su vez constantemente tendencias de restauración).

En adelante, la discusión no discurrirá sobre la mera posibilidad teórica, o la necesidad histórica, sino sobre la real probabilidad y el desarrollo efectivo de las condiciones necesarias para la abolición del capitalismo y los caminos concretos de la acción social para alcanzar tal objetivo, así como sobre la superioridad civilizatoria, o no, de la alternativa (la ‘alternativa’, cualquiera, debe probar su superioridad histórico-civilizatoria, algo que no se puede dar por descontado; no son pocos los que parecen ignorar esto); no sobre la mera existencia de una oportunidad histórica real de la superación del capitalismo, sino sobre las vías y formas, diversas, que podría o debiera adoptar una nueva experiencia, sobre la base de un preciso examen y balance de la ya vivida, con sus luces y sus sombras.

Por otro lado, la leyenda negra ha intentado enterrar bajo diez metros los muchos y diversos logros de la experiencia del siglo pasado, desde el proceso de industrialización y el desarrollo científico-tecnológico, en buena medida autónomos, hasta la notable red de prestación de servicios sociales -concebidos no en forma asistencialista, y menos aún como caridad, ni siquiera como ‘derecho social’ mediatizado por el acceso a la ciudadanía, sino llanamente como un derecho societario, del conjunto de la población (5) -, el bajo o nulo índice de desocupación (que experimenta un salto socialmente devastador tras la restauración capitalista de inicios de los años 90, con los correspondientes efectos sobre la distribución de ingresos y riqueza), los derechos y posibilidades reales de incorporación social de las mujeres (educación, empleo, red de cuido de los hijos, divorcio, salud reproductiva, derecho al aborto, etc.), la efectiva disminución de la desigualdad social, etc. Sin que esto dé pábulo a una imposible leyenda rosa; el esquizofrenizante carácter del régimen político socavó, primero, y terminó, después, por conducir la construcción de la nueva sociedad al despeñadero (tal como lo previó Trotsky en los años treinta); pero, y esto es ahora lo más importante, cuando lo que está en juego es el futuro, lo que debe ordenar la investigación/reflexión/debate es el hecho decisivo de que las nuevas relaciones de producción, así como aspectos principales de la estructura y dinámica social, del clima cultural y moral general, y también elementos del desarrollo de una vida cotidiana desalienada, alcanzaron a mostrar toda la enorme potencialidad de la nueva forma de la organización social (6) .

La crisis civilizatoria consiste pues en la combinación de un real existente sin futuro, con un futuro objetivamente posible cuya presumible factibilidad es ahora puesta severamente en cuestión por la escandalosa degeneración de la experiencia previa. La frustración y el escepticismo, más vividos que reconocidos, se han instalado ampliamente entre aquellos sectores que anteriormente y por décadas abrazaron y mantuvieron en alto el sueño, y la praxis correspondiente, de una transformación social históricamente inédita en su pretensión. No obstante, de una u otra manera, con distintos niveles de conciencia, o solo prácticamente, importantes contingentes de la humanidad no pueden hoy evitar padecer las diversas manifestaciones de esta situación en su, percibida como, crecientemente azarosa vida cotidiana, que va más allá y revela un calado que excede la prolongada coyuntura de la importante y reveladora crisis económica global aún en curso.

Concebida, o apenas  confusamente experimentada, la contemporaneidad se presenta como desgarrada, en un nivel y grado que en cierto sentido sobrepasa o profundiza el diagnóstico realizado por el pensamiento radical de los siglos XIX y XX. Excitado y estimulado por los brillantes resultados de un prolongado período de veloz innovación tecnológica, el mundo contemporáneo se ve, sin embargo, obligado a encarar definitivamente el descorazonador hecho de que, y hay que subrayarlo, el avance tecnológico no puede per se aportar el marco sociocultural para la superación de las enormes fracturas sociales y los cruentos conflictos que a partir de ahí resultan inevitables. La tecnología no puede, per se, despejar los callejones sin salida del capitalismo (7) .

Es decir, el retroceso en la conciencia (de las posibilidades históricas y de la factibilidad del proyecto alternativo, del socialismo) entra en sonora contradicción con la exasperante experiencia cotidiana con un orden social cada vez más marcado por tonos que van de lo absurdo a lo perverso. El resultado es un acelerado incremento del malestar, la ruptura con, y la agonía de, formas largamente tradicionales de autoridad y/o el gusto por las poses y los personajes transgresores. Lo cual, en general, está lejos de ser un camino que conduzca necesariamente, ni siquiera con positiva probabilidad, a una salida progresiva cualquiera. Que es otra forma de decir que el ‘retroceso en la conciencia’ conlleva escepticismo y confusión, en sumo grado, aparte de todo tipo de comportamientos escapistas, con rumbo a espejismos, no pocas veces autodestructivos o autoanulantes, lo que por su vez acarrea una gran dificultad para aprehender con un mínimo de claridad los aspectos clave de la situación, y, por tanto, de las vías en principio emancipatorias de salida (hacia una socialidad fundada en la solidaridad y, por eso mismo, potenciadora de la individualidad; la solidaridad es indispensable para el desarrollo de la individualidad).

Es el caso del llamado ‘postdesarrollismo’, claramente inclinado a rechazar toda y cualquier concepción del desarrollo -a partir de su justo reconocimiento del callejón sin salida que el capitalismo es-, reduciendo todas las concepciones a meros ‘relatos eurocéntricos’, un eco de la influencia postmoderna en su perspectiva, y olvidando que la situación de centenas de millones en la región, que oscilan entre una severa limitación de las opciones de desarrollo personal y la simple miseria, es muy concreta y material, y que esta situación no se puede afrontar con orientaciones exclusivamente locales y el ‘relato’ comunitarista; todo lo cual, como suele ocurrir, termina antes o después en el abandono de la lucha por la superación del capitalismo (como buenos posmodernos, no analizan el elefante que tienen enfrente sino los discursos sobre las sombras del elefante…).

De las disputas sobre las ‘promesas incumplidas’ de la modernidad, a la sintomatología postmoderna, de las distintas afecciones nostálgicas al igualmente irracional optimismo del fetichismo tecnológico, de las tribulaciones y desconciertos de la ‘izquierda’, del sentir y la identidad anticapitalista, en toda su variedad y dispersión, al maníaco autoengaño, o las burdas patrañas, de la derecha liberal, y, en medio, la abúlica procesión de los que, ocupados y alienados en sus tareas y fatigas prácticas cotidianas, ‘no saben lo que pasa’, que son por mucho los más, el ‘mal de inicio de siglo’ es este estado de ánimo signado por la incertidumbre y el pesimismo, el malestar y la desazón, respecto de lo que hay y de lo que no termina de despuntar en el horizonte (que además, con el fracaso anterior, se ha desdibujado conceptualmente, perdiéndose confianza en –o abriéndose un abismo de sospecha y aprensión ante- la idea general anterior de ‘socialismo’); marcado por esta sensación de estar atrapados en un presente que parece no conducir a ninguna parte, o al menos a nada que merezca el título de ‘futuro’.

La falta de referentes legitimados y creíbles, cualesquiera, entre otras cosas, produce el peligroso efecto de que todas las herencias y tradiciones, así, sin distinción, son desconfiadas, lo cual da pie, a partir de esa ‘noche negra en que todos los gatos son pardos’, al peligro de repetir horrores del pasado, y da algunas pistas para estudiar las actitudes imperantes en diversos colectivos y microcomunidades, actitudes que oscilan de la más candorosa ingenuidad, carente de memoria histórica, al peor de los cinismos desencantados. La ignorancia y el cinismo son igualmente peligrosos.

La crisis civilizatoria se pone en relación con ese renovado ‘malestar en la cultura’, que se manifiesta como insatisfacción y disgusto (‘aunque el capitalismo no permite gozar la vida, permite vivirla sin goce’), erosión de la legitimidad de las viejas formas de autoridad, de las instituciones y las tradiciones. Todo es objeto de desconfianza, los Estados y el mundo de la política, las corporaciones, pero también los intentos, no demasiado alentadores, de encontrar una salida. Produce confusión y pérdida de referencias, ausencia de proyecto y de sentido, repliegue en la intimidad, en la vida cotidiana, en la cultura de consumo y en la industria canalizadora del ocio, en el trabajo como mera forma de ‘ganarse la vida’, de incrementar los ingresos, clave del ‘estilo de vida’ (pero carente de la satisfacción personal que debiera reportar el trabajo como exteriorización y autorrealización del individuo). Es el tiempo de las expectativas reducidas, del escepticismo, donde, para muchos, los esfuerzos no deben ser orientados por la expectativa de ‘un mundo mejor’, apenas, si acaso, por la de  uno ‘menos peor’. Es la combinación y retroalimentación de la sensación de inseguridad y la inseguridad real. Y en ese mundo, lo único que parece ofrecer refugio, así sea pasajero, es la industria del entretenimiento, particularmente para los más jóvenes, pero no solo, que al menos tiene un efecto balsámico, o directamente analgésico, opiáceo (que proporciona ‘un breve escape de sus vidas’). Por esta vía, el tiempo de ocio se ve invadido, en niveles inéditos, por una multiplicada variedad de dispositivos dispensadores de placeres sustitutivos, compensatorios.

La crisis civilizatoria (un presente sin futuro y un futuro sin presente discernible, desde la percepción de muchos) es la representación que surge a partir de la combinación de diversas tendencias objetivas del capitalismo tardío, en un contexto de ausencia, para la gran mayoría, de alternativa reconocible, por la desacreditación de la idea socialista, tal como fue experimentada: la enorme desigualdad (que inevitable y previsiblemente se vuelca en magnitud desproporcionada sobre los grupos étnicos objeto de discriminación, en todas partes; la opresión étnica preselecciona a las víctimas preferenciales de la explotación y la desigualdad, sometiéndolas, con particular desprecio, a formas agudizadas) y la hiperconcentración de la riqueza, que lejos de detenerse es fogoneada por los determinantes de las crisis y las políticas encaminadas por los centros de poder para su superación (‘cuando hay crisis, salgo de compras’, ha declarado algún prominente nombre de la lista de multimillonarios de la revista Forbes) (8) ; los problemas ambientales, en particular las manifestaciones del trastorno climático; la persistencia, incluso multiplicación, de los conflictos armados regionales, tan cruentos y brutales como siempre, estimulados, si no directamente provocados, por la agresiva política de las potencias centrales, que mata y mutila, física y psicológicamente, a granel, haciendo alarde de su incontrastable poder de fuego y ventaja tecnológica; la preservación e instrumentalización por el poder de enmohecidos mecanismos de influencia y control, como la religión institucionalizada -en sentido contrario por cierto de las tendencias más profundas del sistema, y del ‘espíritu del capitalismo’, hacia la secularización-, que prolongan tabúes e interdicciones injustificables, hábitos y prácticas culturales limitantes, que alimentan prejuicios y discriminaciones ya no solo injustas sino sencillamente absurdas; o la frustración y confusión, desaliento, ‘indignación’, y no poco extravío de millones de jóvenes alrededor del mundo, con  particular visibilidad, en los últimos tiempos, los del mundo capitalista avanzado; son todos hechos o fenómenos que marcan la contemporaneidad y que ahora incrementan su impacto psico-cultural porque con los nuevos dispositivos tecnológicos se hacen presentes y resuenan en la cotidianidad de la mayor parte de las  personas, en las diversas regiones del planeta.

La crisis civilizatoria es la clave, objetiva, y cada vez más también subjetiva, del ‘espíritu del tiempo’, del clima cultural de inicio de siglo. La multiplicación de placeres sustitutivos o compensatorios por la industria-sociedad del entretenimiento, que densifica al límite la alienante cultura-vida cotidiana, rasgo inherente de la cualidad-dinámica de la reproducción social amplia bajo el capitalismo, puede, y de hecho así ocurre, operar como un analgésico social-moral, que permite a muchos individuos sobrellevar la carga de temores, disconformidades e incertidumbres que saturan la existencia/convivencia, dándole esa textura inauténtica, que alienta, e incluso legitima, el refugio en la evasión, que erosiona la firmeza del carácter y la autoestima, y contribuye a ese arco de comportamientos que oscila entre la exasperación y el cinismo (9) .

Y en realidad, esta situación, por el ya varias veces apuntado carácter contradictorio del capitalismo, puede prolongarse por un largo período; la historia del siglo pasado, si algo enseña, es que no se debe subestimar la capacidad del capitalismo para superar situaciones de riesgo; lo cual significa que también puede ocurrir que los grupos dominantes en el sistema consigan encontrar nuevas formas de administrar el conflicto de clase, y social en general, sea conteniendo y debilitando la capacidad de organización y resistencia de los subordinados, sumidos en la fragmentación y desmoralización de la pobreza y el desempleo, la inferiorización y el desamparo, mientras garantiza la tasa de explotación del trabajo, modificando a su favor, aún más, la relación de fuerzas y el balance de poder; sea atemperando, tal vez, algunas de las fracturas anotadas, imponiendo salidas en línea con la lógica del sistema, rentabilizando el problema al generar formas lucrativas de abordarlo: capitalismo ‘verde’, p.e., toda una nueva rama de la industria y los servicios florecida sobre la oportunidad ocasionada por los estragos ambientales del capitalismo y la nueva ‘sensibilidad ambiental’; la industria turística, presentada como medio más eficaz para proteger la vida silvestre y ecosistemas -con lo que se termina discriminando vía poder adquisitivo y artefactos ideológicos el acceso a bienes anteriormente públicos-, o, también, incorporando los aspectos menos controversiales de la agenda de diversos movimientos sociales, que entonces se tornan funcionales en la reproducción social, etc.; incluso, la eventualidad no descartable de un neokeynesianismo internacional, por el que abogan los regulacionistas.

Por eso no se trata aquí de ningún fatalismo, triunfal o catastrofista, de derrumbes inminentes e inevitables, aunque históricamente no se pueda descartar como posibilidad real períodos de prolongado estancamiento, incluso de involuciones más o menos importantes, hasta ruinosas, provocadas justamente por la ruptura con o la crisis general de los referentes y la desconfianza respecto de la experiencia y la historia en general (cosa a la que lleva el irracionalismo del núcleo de la pose postmoderna, que algún pensamiento ‘progresista’ parece considerar atractivo en su irreverencia aparente, inocua, incluso funcional o rentabilizable), signo de la creciente agudización de las contradicciones, nuevas o tradicionales, que acompañan el proceso civilizatorio conducido por el capital, y que pueden conducir a una dislocación de envergadura, al fortalecimiento de la resistencia política y cultural al orden existente, abriendo un nuevo período de radicalización político-social y de masificación de los movimientos conscientemente anticapitalistas; pero que también, en buena medida por la dosis de desesperanza y desconcierto desarmante, que introduce el deplorable final del proyecto postcapitalista del siglo XX, amenazan con incrementar el atractivo aparente de salidas ilusorias, distopías profundamente reaccionarias, de retorno a formas sociales superadas.

El incremento de las tensiones y contradicciones del orden social imperante y la persistente incapacidad de la humanidad para encontrar/construir una salida progresiva, racional -en tanto que socialmente emancipadora, capaz de enriquecer la vida y ampliar el horizonte de realización humana, fundamento colectivo de la libertad individual-, puede acabar provocando la quiebra del proceso civilizatorio. La sobrevida del capitalismo alimenta fenómenos sociales y culturales que representan un verdadero peligro para el futuro de la humanidad.

En esta segunda década del siglo XXI, como resultado de un recorrido de cuarenta años, y más allá de los rasgos específicos de la última crisis económica mundial, asistimos a una exacerbación de todas las contradicciones del orden burgués: un capitalismo que genera poco empleo -por la combinación del incremento de la productividad con el ataque a los salarios- y que degrada el mercado de trabajo y el poco empleo que produce; que empobrece a los propios ciudadanos–trabajadores del mundo capitalista avanzado, devolviendo la desigualdad a niveles anteriores a los años 50; que sobre todo impulsa un tremendo salto en la concentración de la riqueza, la cual alcanza niveles sin precedente a escala mundial; que como producto combinado de la sobreacumulación y la hiperconcentración, tiende a la financierización, que amplía los rasgos rentistas y parasitarios del sistema y el dominio sobre el sector productivo real; que deprime la capacidad de consumo de la mayoría de los trabajadores, mientras paralelamente promueve el florecimiento de los sectores de artículos y servicios suntuarios (10); que en los últimos años ha llegado incluso a instalar el riesgo persistente de crisis alimentaria, con brotes periódicos de disparada de los precios, como en 2007-8 (que según el Banco Mundial provocó disturbios, ‘revueltas de hambrientos’, en 33 países), producto en buena medida de la especulación en los mercados de futuros y el desplazamiento de millones de campesinos por el ‘agronegocio’; que arrastra al planeta al borde de una tremenda descompensación ambiental (11) , que, ya en sus inicios, cada año incrementa su cuenta de muerte, sufrimiento y destrucción; que avanza progresivamente, incluso en el capitalismo avanzado, sobre la limitación de los derechos humanos (libertad vs ‘seguridad’) y el secuestro de la libertad de expresión y el derecho a la información por las grandes corporaciones mediáticas; que lejos de superar, realimenta antiguas formas de opresión, en particular el racismo y la xenofobia; que multiplica las intervenciones político-militares en la periferia, con su secuela de devastación, exterminio de centenas de miles y hasta millones, y muchos más desplazados y obligados a abandonar su tierra; que asiste impávido a las muchas veces infrahumanas condiciones del enorme flujo migratorio provocado por el intento desesperado de escapar de la miseria, el hambre y la violencia que desgarran buena parte de la periferia capitalista, situaciones en las cuales las potencias occidentales tienen una directa responsabilidad histórica. Como inescapable consecuencia, las profundas y crecientes dificultades del sistema capitalista-imperialista están llevando al desquiciamiento de todo el sistema de dominio internacional, con elementos de debilitamiento de la hegemonía norteamericana.

La crisis civilizatoria consiste pues, en último término, en el fracaso, hasta aquí, en encontrar una salida histórica al capitalismo, con todas sus desquiciantes contradicciones e incapacidad absoluta para superar los desgarros sociales estructurales y dar lugar a un orden social justo. Por el contrario, la sobrevida del capitalismo, y los conflictos a que inevitablemente da lugar, impone la permanente convivencia con el riesgo de una catástrofe involutiva, o de una evolución distópica, que puede irrumpir por distintas vías. Socialismo o Barbarie, alertaba Rosa Luxemburg hace un siglo.

II

Pero la historia es siempre la articulación de un presente, un existente, con un conjunto de posibles, de posibles cursos de desarrollo, cuya resolución depende del resultado de las luchas y confluencias de distintas fuerzas sociales. La historia se produce a sí misma, como resultado general de la acción total humana. La crisis civilizatoria es el producto de las tendencias contradictorias del curso histórico, y, como apuntaba Marx, el capitalismo crea las condiciones objetivas de su propia superación, pero las neutraliza en su propio movimiento al apoyarse en la explotación del trabajo y las distintas formas de opresión que la desigualdad estructural tornan necesarias para la prolongación del régimen social (12) . De modo que el proyecto emancipatorio no surge de alguna ensoñación utópica, sino que echa raíces como posibilidad efectiva en la desgarrada realidad del capitalismo como fenómeno social. El proyecto emancipatorio se hace posible por probabilidades crecientes, vinculadas a la propia lógica del desarrollo del capitalismo. La centralización de la propiedad y la mundialización económica, hacen parte de esa lógica, e inducen concomitancias políticas, culturales, institucionales y de mentalidad, que acto seguido interactúan en el proceso histórico general.

La única salida verdaderamente progresiva a la crisis civilizatoria es desarrollar las tendencias que apuntan a la superación del capitalismo. Sin superación del capitalismo no hay horizonte emancipatorio. Esas tendencias, sustanciadas por el desarrollo de las fuerzas productivas humanas, el avance científico-tecnológico y los concomitantes cambios macro y micro-culturales, en su capacidad de reoperación autónoma sobre el conjunto del proceso histórico-social, crean las condiciones objetivas para la superación de la propiedad privada de los grandes medios de producción y circulación de riqueza y de la desigualdad social estructural, la división clasista de la sociedad, y los privilegios asociados.

Crean las condiciones objetivas pero no resuelven por sí mismas el conflicto inherente a la estructura social. Las posibilidades históricas se resuelven en el plano de la acción consciente, de la praxis transformadora; de los proyectos sociales y culturales alternativos levantados por la acción política revolucionaria, orientada conscientemente a la crítica teórica y práctica del orden social vigente. No hay derrumbe del capitalismo, ni transición apacible, no, al menos, en el punto fundamental de inflexión, mientras se invierte definitivamente el balance de poder entre las principales fuerzas sociales enfrentadas. Aparece entonces la necesidad histórica y la posibilidad real de la supraestructuración de la base, el intento de domeñar, someter a control intencional, racional, las fuerzas ciegas de la economía, de someter a control político consensuado el funcionamiento de lo económico; de romper la resistencia inevitable de los explotadores y de la minoría de privilegiados. Y es a esto a lo que los movimientos anticapitalistas han denominado ‘socialismo’, desde el siglo XIX. El proyecto emancipatorio consiste en la lucha por el socialismo, entendida como una nueva sociedad, fundada en la igualdad, la libertad y la solidaridad, en  tanto condiciones de posibilidad de realización de la emancipación social y el principio de autonomía.

No obstante, la monstruosa degeneración burocrática de las sociedades de transición del siglo recién pasado, y su derrumbe final, colocan la imperiosa necesidad de la reconstrucción de la idea y el proyecto socialista, como horizonte efectivo de superación de la crisis civilizatoria. Solo un marco societal fundado en la igualdad de condiciones, derechos y oportunidades, puede realizar el proyecto de emancipación social y de libertad de realización personal, desplazando el horizonte de lo posible y de lo factible. Una sociedad de iguales en la libertad y en las posibilidades de desarrollo personal, hecha posible por el definitivo comienzo de una verdadera Historia de la Humanidad, liberada de las trabas y taras de la explotación y las opresiones que constriñen y dividen a los seres humanos, y apoyada sólidamente en un proceso racional de expansión de las fuerzas productivas humanas, de conocimiento, control y aprovechamiento no destructivo del planeta y el cosmos,  reconciliado con sus equilibrios y capacidad de restauración.                                                  

La superación práctica del capitalismo requiere, en efecto, bastante más que la imprescindible crítica de sus desgarros y contradicciones insolubles, que ninguna ‘regulación’ eliminará. Requiere una actualización crítica de la idea socialista, sobre la base del examen exhaustivo de la experiencia concreta del siglo XX. Con sus luces, penumbras y sobre todo terribles oscuridades, la experiencia general y particular de la pasada centuria constituye un enormemente rico laboratorio social.

La investigación/reflexión sobre las raíces históricas y sociales, desarrollo y desenlace de la monstruosa deformación burocrática de las sociedades de transición, de los Estados postcapitalistas, y en particular de la URSS, como uno de los elementos de base  para los estudios y discusiones sobre el futuro de la lucha por el socialismo, está lejos de haber alcanzado un nivel satisfactorio en relación con las necesidades y desafíos del presente y el futuro previsible. Su punto de partida y marco general no superado sigue siendo el trabajo fundamental realizado por Trotsky en los años 30.  En Katz, Claudio, EL PORVENIR DEL SOCIALISMO, se puede encontrar, más allá de reservas, discrepancias y polémicas, una presentación particular del desarrollo del debate, doblemente útil, por lo que aporta y por lo claro que queda cuanto trabajo hace falta.

En cuanto al tema pendiente y necesario de una valoración objetiva de la experiencia vivida, unos cuantos elementos de análisis de una fuente nada sospechosa de complicidad: “La planificación dio resultados impresionantes: aumento de la producción, industrialización, enseñanza básica, salud, vivienda y empleos para poblaciones enteras… En el sistema de planificación centralizada, los países de la ECO y la Unión Soviética eran sociedades bien instruidas, con índices casi universales de matrícula primaria y secundaria inicial, altos niveles de alfabetización comparados con los otros países de renta semejantes (y a veces con países de renta muy superior) y niveles excepcionales de conocimientos básicos de matemáticas e ingeniería… También en China los niveles de aprovechamiento educacional eran –y son- excepcionales en comparación con los  países en desarrollo… En la ECO y en la Unión Soviética, las empresas tenían incentivos para emplear al mayor número posible de personas, motivo por el cual era más común encontrar escasez de mano de obra que desempleo… Al final de la era soviética las familias dedicaban a la vivienda (alquiler y servicios) apenas 2,4% de sus salarios –menos de lo que gastaban en bebidas alcohólicas y cigarrillos…”, Banco Mundial, DEL PLAN AL MERCADO, INFORME SOBRE EL DESARROLLO MUNDIAL, 1996.

Trotsky, en la REVOLUCION TRAICIONADA, da cuenta con precisión descriptiva y rigor teórico-metodológico de los espectaculares avances de la economía soviética, sin olvidar sus enormes debilidades: el bajo nivel comparativo del que partía, la mala calidad de los productos de consumo, baja productividad  y eficiencia, relacionados con los problemas de  compromiso inducidos por el burocratismo: “Ya no hay necesidad de discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de EL CAPITAL, sino en una arena económica que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en la del hierro, del cemento y de la electricidad. Aún en el caso de que la URSS, por culpa de sus dirigentes, sucumbiera a los golpes del exterior –cosa que esperamos firmemente no ver- quedaría, como prenda del porvenir, el hecho indestructible de que la revolución proletaria fue lo único que permitió a un país atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia” (13) .

El triunfo de la revolución rusa y la extensión de la expropiación del capitalismo a sociedades distintas y distantes, económica y culturalmente, que llegó a abarcar un tercio de toda la población mundial, que pudo avanzar bastante más allá si procesos de dinámica objetivamente anticapitalista no hubiesen sido frenados o directamente traicionados por factores políticos, constituyen una monumental corroboración de la teorización y la hipótesis más general de Marx y Engels sobre la naturaleza y contradicciones inherentes e irresolubles del capitalismo como sistema social, del marxismo como un análisis crítico del marxismo, en el marco de una teoría materialista de lo histórico-social. Pero el marxismo también puede ser definido como una teoría general de la totalidad social, fundada en un análisis de economía política (que incluye el estudio del conflicto de clases; sin análisis de clase, no hay marxismo); marco teórico-metodológico en base al cual adquiere sentido la hipótesis de Engels y Marx acerca del poderoso impulso que recibiría el desarrollo de las fuerzas productivas humanas, y el proceso civilizatorio todo, la ‘humanización’ de la naturaleza y la sociedad, a partir de la erradicación de la propiedad privada de los medios de producción.

Más allá de la multiplicidad de elementos y circunstancias inevitables que concurren en la modelación efectiva del curso histórico, la vigorosa activación social experimentada por una sociedad sumida en el atraso económico y maniatada por anacrónicas estructuras sociales y un marco cultural cuasi-feudal, en comparación general con las sociedades del capitalismo avanzado del occidente europeo, valida igualmente la anticipación de Marx y Engels. En unas cuantas décadas, Rusia pasó de ser el gigante torpe de Europa, con rasgos de despotismo oriental, de alma muzhik y mística, bastión decadente de todo conservadurismo y de todo atavismo, escandalosamente humillado por el ‘no-caucásico’ Japón, a inicios del siglo XX, a transformarse en una sociedad industrializada, urbanizada, que incorporó a decenas de millones a las ventajas de la forma moderna de vida, racionalizada y secularizada, una de las dos superpotencias político-militares de la segunda postguerra y una poderosa referencia político-cultural, y materialización histórica de la esperanza de una sociedad y una forma de vida superior, para buena parte de la humanidad. Todo eso pese a la devastadora experiencia de la segunda guerra mundial, con un saldo de 25 millones de pérdidas humanas, y la correspondiente destrucción económica y física, y las contradicciones y absurdos del régimen burocrático.

En el siglo XX, el único proceso efectivo de desarrollo de un establecimiento científico-tecnológico realmente autónomo, a partir de condiciones iniciales de notorio atraso, se verificó en la Unión Soviética, pero requirió la ruptura con el sistema capitalista-imperialista, y, en el marco de la deformación despótico-burocrática del sistema político, en buena medida relacionado con la combinación de las rudimentarias condiciones de partida y el aislamiento en un entorno agresivamente hostil, cobró un alto precio al provocar una severa distorsión de la estructura económico-social interna por la masiva orientación de las inversiones hacia la industria pesada, de bienes de capital y de tecnología de punta (al menos en algunos sectores, en buena medida vinculados a las indesatendibles necesidades militares de defensa). Los distorsionadores efectos de esta orientación, implementada por un prolongado periodo, son de sobra conocidos (subdesarrollo de la industria de bienes de consumo, con afectaciones al bienestar y la calidad de vida de la población), aparte de los efectos negativos que tal desequilibrio proyectó sobre la dinámica de conjunto del desarrollo económico y social de la URSS (un consumo crónicamente deprimido por la limitada y baja calidad de los bienes y servicios disponibles, que de vuelta opera sobre el ritmo de expansión, la diversificación-innovación y el control de calidad de la producción), lo que, a la postre, previsiblemente provocó una desastrosa disociación entre las necesidades y aspiraciones de la población y el ordenamiento social directamente experimentado, representado como ‘el socialismo’; de la desilusión y la frustración a la ruptura.

Todo esto evidentemente se verá reforzado por las consecuencias de la desastrosa política de la burocracia gobernante en la URSS, el carácter políticamente sofocante del régimen, sus agresiones y aplastamiento de los intentos de construir democracias socialistas en el este europeo, en los años 50 y 60, y el estancamiento económico de los años 70 y 80. La enorme fuerza de las nuevas relaciones de producción, y de las formas de vida social y cultural que sobre ellas se levantan, y con las cuales interactúan, le permitió al proyecto de transición al socialismo sobrevivir 60 años, aunque lastrado y permanentemente socavado por la deformación burocrática, pero, finalmente, el pronóstico alternativo de Trotsky se cumplió, por su ‘lado malo’. El stalinismo terminó por llevar a la destrucción al proyecto socialista La casta burocratica no solo acabó por asfixiar el ímpetu de la nueva sociedad, sino que fueron los propios integrantes de la burocracia del partido, del Estado y del aparato militar, los que promovieron la restauración del capitalismo, en un proceso lento y prolongado, que se acelera con el estancamiento de los años 70 y la crisis de los 80, convirtiéndose de paso en los primeros y principales beneficiaros del saqueo del Estado obrero. Crisis y estancamiento no muy diferentes, en su profundidad y aspectos formales, de las crisis regulares del capitalismo avanzado, pero que la desmoralizada burocracia, acorralada por la irreversible pérdida de legitimidad y de toda credibilidad del régimen burocrático, prefirió ‘resolver’ acelerando el curso de la restauración capitalista, antes que permitir la regeneración del Estado obrero postcapitalista, mediante la reinstauración de la democracia socialista que la constitución soviética original consagraba y que las fuerzas revolucionarias se disponían a consolidar.

Trotsky había alertado en los años 30 que el despotismo burocrático era absolutamente incompatible con el Estado y la sociedad de transición al socialismo; que, en último término, si no era desplazada del poder por una revolución política, la burocracia terminaría llevando a la destrucción del proyecto socialista. “Una economía planificada necesita la democracia como el cuerpo humano necesita el oxígeno”, decía. Su solidez intelectual y aguda inteligencia le permitieron comprender, desde muy temprano, lo que el resto no consiguió captar (y que luego la mayoría decidió sencillamente ignorar) sino cuando ya la deformación despótica se tornó harto evidente. La paranoica necesidad de control del despotismo centralista, la obsesión por el secreto, la absoluta desconfianza de las masas y la férrea oposición a todo mecanismo de participación política independiente, de libre ejercicio ciudadano en el marco de una democracia socialista, llevaron a y produjeron no solo terribles deformaciones en la vida política y social cotidiana de la sociedad de transición, sino que permiten explicar hechos más que absurdos, como el monitoreo policial del acceso a las máquinas fotocopiadoras, convertidas en asunto de seguridad interna!!!(14)

Un régimen político que le teme a las máquinas de hacer fotocopias, obviamente no puede sino obstaculizar el desarrollo y el acceso generalizado a las tecnologías de la información y a la red internet, que desde fines de los años 60 se van rápidamente transformando en la base tecnológica del siguiente salto económico-productivo, con los concomitantes efectos sociales y culturales. El desarrollo de la contradicción, de la incompatibilidad, llevó al régimen stalinista a ahogar el desarrollo científico-tecnológico de la URSS, privilegiando su supervivencia e intereses, fabricando una crisis económico-social del todo autoinfligida. La dictadura burocrática socavó la economía, alienó políticamente a la sociedad, desmoralizó a los ciudadanos, destruyó los vínculos solidarios y culturales entre los distintos pueblos integrantes de la URSS y dilapidó el entusiasta apoyo de millones alrededor del mundo, para quienes ‘los países socialistas’ representaban la materialización histórica de la ‘utopía’, de la esperanza y de la aspiración y la lucha por la abolición del capitalismo y de toda forma de sociedad de clase y fundada en la explotación del trabajo.

Como se dice al inicio de este trabajo, la tarea de someter a un exhaustivo examen crítico la experiencia toda de las sociedades postcapitalistas del siglo pasado, tarea que debería contar con el concurso de los mejores recursos científicos, teóricos y empíricos, y que solo puede acometerse desde un resuelto compromiso con la construcción del proyecto emancipatorio, con la lucha por la transición al socialismo, sigue pendiente y resulta más necesaria que nunca. Este trabajo no puede más que intentar argumentar la urgente necesidad de abordar con seriedad, amplitud y rigor crítico, una tarea tan compleja como decisiva para la lucha contemporánea por el socialismo.

III

avanzar en la reversión del catastrófico retroceso en la conciencia de clase, para cumplir el decisivo tránsito de clase en sí a clase para sí de los explotados y oprimidos, es inseparable y solo puede desarrollarse en el seno de las luchas sociales cotidianas, espacio de experiencia principal de los subordinados para alzarse a la comprensión de que sin la abolición del capitalismo es imposible superar definitivamente las taras sociales y culturales (desde el racismo hasta la degradación ambiental) inherentes a su carácter contradictorio, que incluso pueden llevar a una catástrofe involutiva, contratendencia de la que ya tenemos evidencia observable en el presente.

No hay un estado de conciencia particular que sea una condición de posibilidad de las luchas. La lucha de clases se sigue sistémicamente de las contradicciones estructurales del orden burgués; radica en el insuperable conflicto de intereses entre el capital y el trabajo, vinculado a la estructura de propiedad, la producción socializada y la apropiación privada del excedente, la competencia entre los capitalistas que mantiene bajo presión constante las condiciones de vida de los trabajadores, la producción organizada alrededor de la ganancia, etc. Alrededor del mundo son centenas de millones los que, hoy como ayer, por muy distintas vías y con diversos objetivos específicos, muestran que, independientemente de la ‘relación de fuerzas’, el malestar y el descontento, la ‘indignación’, una y otra vez se sobreponen a las corrientes de frustración, desaliento y resignación, incluso las travestidas de ‘progresismo’; que pese a sus ingentes recursos y denodados esfuerzos, el orden burgués no puede sofocar la resistencia social; que pese al escepticismo de no pocos referentes políticos e intelectuales, la lucha de clases y las luchas sociales en general, continúan siendo un factor decisivo del modelamiento de la historia, obstáculo insuperable para las tendencias a la adaptación, como en cualquier otro tiempo del último siglo; y, sobre todo, que en cualquier momento las luchas pueden, amenazan con, dar un salto, de la limitada conciencia de los objetivos particulares y locales, a los más generales e históricos, volviendo a poner en el orden del día el objetivo consciente de la superación del capitalismo.

La conciencia ‘para sí’ no es una condición necesaria de la lucha de clases, pero es imprescindible para elevarla al nivel del objetivo histórico condición de posibilidad de todo proyecto emancipatorio: acometer conscientemente el movimiento práctico por liberar a la humanidad del capitalismo y emprender la transición al socialismo, y para enfrentar con determinación los múltiples obstáculos y desafíos que la historia no le ahorrará a la humanidad en el proceso. El proyecto emancipatorio no tropieza pues en el elemento de la disposición  de lucha de los trabajadores y los movimientos; tropieza en el retroceso de la conciencia de clase, de la conciencia socialista, y del reconocimiento de que solo la lucha por la abolición del capitalismo puede abrir el camino para asegurar definitivamente las conquistas civilizatorias ya alcanzadas por la humanidad, deshaciendo el nudo histórico y allegando las condiciones para la construcción de una sociedad de iguales en la libertad, una sociedad donde ‘cada cual tenga el espacio necesario para el desenvolvimiento esencia de su vida’, ‘para hacer valer su verdadera individualidad’(15)

Pero la reconstrucción de la conciencia de clase y socialista no puede fundarse en la sola crítica del capitalismo, por completa, precisa y justa que sea. Necesita, para alcanzar amplitud y solidez, sustanciarse en el reconocimiento de la ventaja civilizatoria que el proyecto emancipatorio representa respecto del estado de cosas existente. El proyecto emancipatorio tienen que mostrar, evidenciar, su superioridad. Tanto más cuanto que el desafío/dilema se debate contra la frustrada experiencia del siglo XX.

El Socialismo como proyecto tiene que formularse como una democracia socialista. Una revolución democrática, porque no solo recupera la democracia formal de su vaciamiento de contenido bajo el capitalismo y la desigualdad social estructural, porque es una combinación de democracia representativa, directa y de sovietismo (consejismo), y porque desborda los límites de lo jurídico-formal para  constituirse en una verdadera democratización de  lo político y de la administración, de la actividad económica, del clima cultural -como reconocimiento de la diferencia en la identidad colectiva, como universalidad diferenciada-, y de toda la vida social, sobre la base del control ciudadano-popular. Y es también una democracia revolucionaria, porque se defiende con implacable determinación de sus enemigos, conflicto inevitable en el período de transición, porque los explotadores no renunciarán graciosamente a la vida  privilegiada de la que disfrutan, al dominio y al estatus (16) .

La posibilidad de una creciente democratización de la vida social, y el concomitante retroceso del carácter coercitivo del Estado, hasta su completa superación, está siempre en relación con el avance de las fuerzas productivas, como condición de posibilidad de la imprescindible reducción de la jornada laboral, y el incremento del nivel cultural, condiciones necesarias para avanzar en el control y la gestión ciudadano-popular, única forma por lo demás de frenar y combatir las tendencias burocráticas inherentes a todo Estado y organización.

En un plano histórico muy general, la escasez de bienes materiales, de recursos y medios necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas, es el factor clave para entender las tensiones y conflictos sociales: “en una sociedad con un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, en la cual todos traban una ardua lucha con los restantes para obtener lo suficiente para vivir, sacado de un rendimiento nacional demasiado bajo para ser distribuido, se torna necesario un fuerte dispositivo de fiscalización”(17) ; de ‘vigilancia y control, de arbitraje’. En un sentido histórico general, el Estado, como aparato coercitivo, regulador, está íntimamente ligado a la existencia de conflictos sociales, y estos conflictos por su vez a una cierta escasez de recursos. El proceso de erradicación de la escasez relativa pone las condiciones definitivas de la superación del individualismo competitivo, y, sobre tal base, del Estado. El reino de la libertad es el reino de la abundancia; el horizonte emancipatorio está en relación con la superación del reino de la necesidad, con la superación de la economía, como dimensión de lo social. La solidaridad es necesaria para la verdadera libertad, para que los individuos puedan realizar sus capacidades y aspiraciones; pero una comunidad de iguales en la libertad, forjada sobre valores y principios solidarios, solo puede consolidarse sobre la base de la definitiva superación de la escasez. El socialismo es la construcción económica, política y cultural de la superación de la escasez.

El proyecto socialista tiene que mostrar que, en el terreno de lo económico y de la innovación tecnológica, por un lado, es capaz de mantener la enorme capacidad del capitalismo para impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad, el conocimiento y capacidad de control racional del entorno que habitamos (que, por su carácter contradictorio, tienden a convertirse en fuerzas destructivas), como condición ineludible para avanzar en la reducción de la jornada laboral, del tiempo que necesitamos dedicar a la  producción de las condiciones sociales de la existencia, sin lo cual la gran mayoría de las personas no tiene posibilidad real de disponer del tiempo necesario, ni de acceder a los recursos culturales, que resultan la condición de posibilidad de una efectiva participación política y una genuina democracia social; y por otro, de conducir una forma de desarrollo de las fuerzas productivas mucho más racional que el capitalismo, ambientalmente equilibrada, no suicida.

El socialismo tiene que evidenciar, luego de la monstruosa deformación despótico-burocrática del siglo pasado, que es una verdadera y consecuente defensa de la libertad personal. Tomar al marxismo como una propuesta de colectivismo solo puede ser manifestación de ignorancia, mala intención, o alguna combinación de ambas. Para el marxismo el objetivo del proyecto emancipatorio, lo que lo hace digno de tal título, es alcanzar la mayor libertad personal posible, la más amplia capacidad de realización personal, para todos los seres humanos, en las condiciones sociales, culturales y tecnológicas, cambiantes, de la época.

El liberalismo es una falsa defensa de la libertad y la defensa de una falsa libertad: sacrifica la verdadera libertad al mecanismo ciego del mercado, y la libertad que realmente defiende es la libertad del mercado, una alienante pseudolibertad. Lo mejor de su legado, del liberalismo revolucionario clásico, el derecho a la individualidad, a la intimidad, y el laicismo, ha sido incorporado, como principios constitutivos, al humanismo socialista.

El proyecto emancipatorio tiene que mostrar que la sociedad postcapitalista de transición pone el marco histórico-social para una real emancipación humana. Uno de los rasgos que evidencia el callejón sin salida que el capitalismo es está dado por la rígida separación de trabajo y disfrute. Civilizatoriamente, de lo que se trata es de recuperar el trabajo como una actividad interesante, un despliegue gratificante y enriquecedor de las fuerzas físicas y espirituales de los seres humanos, como exteriorización no alienante, sino constitutiva y autorrealizadora, como constructor de tejido social potenciador de las capacidades y aspiraciones de los individuos, una entrega de esfuerzo y talento que no se transfigure en mundo opresivo (no ‘ideas regulativas’, proyecto histórico). El trabajo como algo que da (que contribuye a dar, de manera principal) sentido a la vida, que realiza y satisface, y que además es precondición, dependiendo del nivel de desarrollo alcanzado, para gozar y ampliar el tiempo libre. André Gorz (18) , entre otros, ha mostrado con sobrada solidez, que en las condiciones culturales, organizativas y tecnológicas imperantes hace ya dos décadas, se ha hecho, más que posible, del todo factible una económicamente racional reducción de la jornada de trabajo, sin reducción de las remuneraciones, justamente porque se da sobre la base de un espectacular aumento de la productividad del trabajo, claramente en los países avanzados, pero no solo, por la vía de la redistribución del tiempo de trabajo socialmente disponible y necesario; una redistribución técnica y económicamente factible, y sobre todo socialmente racional, si se considera la tendencia y ritmo del constante incremento del rendimiento del trabajo. Sin reducción de la jornada de trabajo y redistribución, solo podemos esperar un inevitable aumento de la desocupación, de acuerdo a la lógica mercantil.

En un contexto de proliferación de tecnologías ahorradoras de trabajo, problemas de subconsumo, por el desempleo y bajos salarios, que empantanan la economía, y, particularmente relevante, de sobreacumulación en las corporaciones, la reducción de la jornada y redistribución del tiempo de trabajo disponible, sin reducción de las remuneraciones, es la única salida racional, en el mejor sentido. Lo que lo impide es el obtuso afán de los grandes capitales de apropiarse superganancias a partir del incremento de la productividad (sin aumentar la producción), y, desde ahí, de la tasa de explotación. Como esas superganancias no pueden reinvertirse en el proceso productivo, por el represamiento de la capacidad de consumo, se dirigen a los circuitos financieros (aparte del consumo suntuario, de una minoría), en busca de alguna rentabilidad, donde refuerzan la financierización del sistema, y donde terminan alimentando los fundamentos de una crisis que tiende a tornarse crónica, por la persistente debilidad de la demanda, producida por la ofensiva sobre los salarios. Siendo que la salida racional, técnica y organizativa, se encuentra ya disponible, la explicación obvia de todo este descamino radica en el carácter insuperablemente irracional del capitalismo.

Concluyendo.

El proyecto emancipatorio se construye en las luchas de resistencia de millones en todo el mundo; en las demandas de movimientos sociales diversos, que recogen y dan  forma a sensibilidades y aspiraciones de múltiples individuos y grupos, en lucha contra formas anacrónicas de opresión, que coartan derechos y truncan expectativas, que humillan y desarman; sobre todo, en las luchas del pueblo trabajador, del viejo proletariado, más allá de toda su diferenciación, contra la ofensiva del capital sobre sus condiciones de trabajo y por mejorar sus condiciones de vida y las posibilidades de sus hijos. En el mundo, 4 mil millones dedican 70-80% de su tiempo activo a trabajar (tal es la centralidad del trabajo en la vida y la identidad, y la dimensión de la refutación de la tesis central de Gorz).

A esta contundente realidad social responde, como necesidad histórica (‘lo racional es real, Hegel), el proyecto emancipatorio, la lucha por la transición al socialismo, como salida progresiva a la crisis civilizatoria, como marco histórico-social, material-cultural, de la libertad, del derecho a la intimidad y el libre despliegue de la individualidad, condición efectiva de la realización personal, de la solidaridad, de la igualdad de condiciones, derechos y oportunidades, del enriquecimiento de la vida, de la reconciliación de los seres humanos con el mundo que construyen, y consigo mismos, de la autodesalienación.

Es por todo ello que sin superación del capitalismo, no hay proyecto emancipatorio. La emancipación, como todo, es multidimensional, pero la abolición de la explotación del trabajo y de su fundamento, la propiedad privada de los medios de creación de la riqueza y de la construcción de la vida social, es una condición absoluta de posibilidad, porque es el fundamento primero y último de todo el orden social, y, por tanto, de todas las formas funcionales de opresión, en su relativa autonomía en el proceso más amplio de la reproducción social.

 Hoy, como en octubre de 1917, en la ‘atrasada y bárbara Rusia’, solo la confluencia de la acción consciente y decidida de los trabajadores, de todos los explotados y oprimidos, junto a la intelectualidad crítica y comprometida, siempre crucial, de todos aquellos, en fin, que aspiran a un futuro de libertad, igualdad y solidaridad, puede abrir el horizonte a posibles vías de superación progresiva de la crisis civilizatoria a la que ha conducido el orden capitalista. De lo contrario, nadie debiera permitirse descartar que la frustración y el cansancio, el desconcierto y el cinismo, acaben abriendo las puertas más bien de una aberrante involución social. Socialismo o barbarie! Rosa Luxenburg…

 

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[1] El 9 de Termidor del año III, se da el golpe de Estado que derroca a Robespierre y los Jacobinos. Trotsky marca este episodio como el inicio de un período de reacción dentro del proceso de la revolución (ver “Trotsky y la Revolución francesa”, de Pierre Broue).

[2] Ver de L. Trotsky, LA REVOLUCION TRAICIONADA.

[3] “La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente”. Así consiguen “…presentar un interés particular como general o hacer ver que es ‘lo general’ lo dominante”. Marx y Engels, LA IDEOLOGIA ALEMANA. Ed. Pueblo y Educación. La Habana, 1982. Págs. 48 y sig.

[4] Desde el marxismo, el uso de ‘proceso civilizatorio’ se enmarca en la disputa por una noción también empleada como perverso eufemismo para justificar y maquillar ideológicamente el proceso de expansión colonialista de las potencias europeas, y remite a la conceptualización de la evolución histórico-social como proceso de autoproducción humana en la lucha por la humanización de la naturaleza y por la construcción de una sociedad de individuos iguales en la libertad. En realidad, el término connota una diversidad de experiencias históricas, accidentadas, conflictivas, no pocas frustradas, otras confluyentes, no raro por vías violentas, pero que tomadas en conjunto han contribuido en variada medida a producir un resultado histórico provisional, el presente, con diversas posibilidades de desarrollo, incluyendo las regresivas, el futuro abierto. Este carácter contradictorio, agonal, y no pocas veces brutal, de la historia del proceso civilizatorio humano, no se le escapaba a Hegel: ‘la historia avanza por el lado malo’. Y así seguirá siendo, agregan Engels y Marx, mientras sea gobernada por los intereses y el egoísmo de clase.

[5] Molyneux, Maxine. “Ciudadanía y Política Social en perspectiva comparada”. En POLITICA SOCIAL. Reuben Sergio, editor. Ed. UCR. San José. 2000. Págs. 28 y sigs.

[6] Mandel, en EL PODER Y EL DINERO, presenta una elaborada, y polémica, reflexión sobre las raíces históricas y sociales, desarrollo y desenlace de la monstruosa deformación burocrática de las sociedades de transición, de los Estados postcapitalistas, y en particular de la URSS, como uno de los elementos de base  para los estudios y discusiones sobre el futuro de la lucha por el socialismo. En Katz, Claudio, EL PORVENIR DEL SOCIALISMO, se puede encontrar, más allá de reservas, discrepancias y polémicas, una presentación particular del desarrollo del debate, doblemente útil, por lo que aporta y por lo claro que queda cuanto trabajo hace falta.

Trotsky, en la REVOLUCION TRAICIONADA, da cuenta con precisión descriptiva y rigor teórico-metodológico de los espectaculares avances de la economía soviética, sin olvidar sus enormes debilidades: el bajo nivel comparativo del que partía, la mala calidad de los productos de consumo, baja productividad  y eficiencia, relacionados con los problemas de  compromiso inducidos por el burocratismo.

[7] La miseria y el sufrimiento social infligido a los perdedores del avance inclemente de la ‘modernización capitalista’, así como las cruentas e interminables campañas militares de las potencias imperialistas contra pueblos de la periferia y el creciente deterioro ambiental, son un recordatorio de que las fuerzas productivas, bajo la sociedad de clase, son siempre también fuerzas de destrucción, son dos aspectos de un mismo fenómeno.

[8] Un informe de la agencia EFE, de junio 15 de 2015, se titula: “Los millonarios controlarán casi la mitad de la riqueza mundial en 2019”, sobre la base de un estudio realizado por Boston Consulting Group. “El informe revela que el número de millonarios creció en 2014 hasta 17 millones de personas, que controlan en la actualidad 41% de los 164 billones de dólares de la riqueza global en manos privadas… Los más ricos son cada vez más y más ricos y tienen cada vez más una parte de su riqueza invertida en los mercados financieros, según la directora ejecutiva de BCG, Anna Zakrzewski”. Hiperconcentración de la riqueza y financierización.

[9] Se trata de un aspecto intrincado de la vida social. Un mundo sin espacios y momentos de esparcimiento, ocio recreativo, sería un mundo inhumano, insoportable. En las condiciones generales del capitalismo, y teniendo en cuenta la desestimulante rutina laboral, la grisácea y frustrante monotonía de la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los trabajadores, sin importar el color del cuello (dejando fuera a los simplemente sumidos en la miseria), la industria del entretenimiento (del fútbol televisado al cine o las teleseries, hasta la implicación emocional con las estrellas del deporte o de la música), instrumentalizando esta necesidad básica, ofrece desde su propia lógica un muy terapéutico tiempo de reparación, de distracción, un paréntesis, de relajación o de excitación, que no cambia nada, pero que permite sobrellevar la abulia y el malestar, el sin sentido y los episodios de inexplicable malhumor. Por esta vía, al menos en parte, el orden social consigue gestionar, en tiempos de reproducción normal, las tensiones, frustraciones y agresividad, produciendo resignación, conformidad y, dentro de ciertos límites, reconciliación temporal. La mercantilizada industria del entretenimiento está en continuidad con la vida confusamente percibida como una sucesión de expectativas frustradas, como condena.

[10] Según BBC-Mundo, “Así compran los superricos que impulsan el mercado de la vanidad”, junio 15, 2015: “así definido, estamos hablando de un mercado (de bienes suntuarios) que en los últimos 15 años creció de unos 140 millones de personas a unos 350 millones. Este perfil de consumidor narcisista ha aumentado en todas las regiones… Si se compara con otros sectores de la economía, el consumo de este conjunto de productos ha crecido más que el resto. Esto se ve reflejado en la cotización bursátil del sector. Desde 1995, las acciones de este mercado en Asia aumentaron a un ritmo del 14,6% anual... Es una de las pocas áreas de la economía mundial en que el consumo está aumentando muy por encima de la media… Este crecimiento se explica por el aumento de una clase de superricos en todo el mundo. En EEUU el 0,1% domina hoy el 23% de la riqueza nacional”.

[11]  “…la limitación de la jornada laboral fue dictada por la misma necesidad que obliga a arrojar guano en los campos ingleses. La misma rapacidad ciega que en un caso agota la tierra, en el otro había hecho presa en las raíces de la fuerza vital de la nación”, EL CAPITAL, T1, pág. 184. “Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana, acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. Con ello destruye, al mismo tiempo, la salud física de los obreros urbanos…”, EL CAPITAL, T1, pág. 422. “La producción capitalista sólo desarrolla la técnica y la combinación del trabajo social al mismo tiempo que agota las dos fuentes de las cuales brota toda riqueza: la tierra y el trabajador", EL CAPITAL, T1, pág. 424. Hace 150 años Marx y Engels comprendían las raíces estructurales de la tendencia terricida del capitalismo, que les permitió anticiparla, las que cierto ‘ambientalismo’ contemporáneo aún se niega a reconocer.

[12] Claudio Katz: ‘el capitalismo es estructuralmente incompatible con los objetivos declarados de equidad, el sistema recrea sistémicamente la desigualdad social al sostenerse en la explotación del trabajo asalariado y en la competencia entre los empresarios, cuya intensificación erosiona la equidad porque las empresas rivalizan por aumentar la tasa de explotación’. EL PORVENIR DEL SOCIALISMO. Ed. Herramienta, págs. 31-35

[13] Trotsky, LA REVOLUCION TRAICIONADA, Ed. Fontamara, Barcelona, 1977, págs. 33-4.

[14] Katz, Claudio. EL PORVENIR DEL SOCIALISMO. Ed. Herramienta. Buenos Aires. 2004. Pág. 180.

[15] Marx/Engels, LA SAGRADA FAMILIA. Ed. Claridad, Buenos Aires. Pág. 146.

[16] Lo único que puede llevar los enfrentamientos de la revolución y la transición a su mínima expresión es la masividad de la conciencia socialista del movimiento social, la extensión y fuerza del apoyo social consciente, y la magnitud de la solidaridad internacional, de la ola de entusiasmo y optimismo que despierte entre los más distintos y distantes pueblos del mundo. De todo ello hay evidencia contundente en la historia del siglo XX, cosa que el escepticismo convenientemente decide ignorar.

[17] Mandel, Ernest. “Teoría Marxista do Estado”. https://www.marxists.org/portugues/mandel/ano/mes/teoria.htm

Bajo el capitalismo la escasez es relativa porque resulta, en parte, de la desigual distribución y acceso a los recursos y goces.

[18] Gorz, André. MISERIA DEL PRESENTE, RIQUEZA DE LO POSIBLE, Ed. Paidós, Madrid, 1998.