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Por Tomas Andino Mencía

2ª edición. 13 de octubre 2023

Con estas breves notas me propongo echar una mirada al contexto geopolítico de la región del Medio Oriente en el que ocurre la ofensiva de Hamas y la contraofensiva de Israel, que podría ayudarnos a entender lo que está pasando.

¿Qué explica que un ataque de Hamas, de la dimensión que vimos al sur de Israel, se haya producido en este momento y no en otro? ¿Por qué a una escala tan grande? ¿A qué propósito apunta cuando los palestinos saben que Israel se les vendrá encima con todo, destruyendo prácticamente la Franja de Gaza? ¿Es que acaso son suicidas, o apuestan a alguna jugada más amplia, con otros actores y objetivos más trascendentes?

En la visión de Hamas y sus aliados, esta ofensiva militar no fue hecha solo para fastidiar una vez más a las Fuerzas de Defensa de Israel, como en otras ocasiones, sino para lograr un objetivo más ambicioso: impedir que se consolide la estrategia norteamericana consistente en recuperar sus alianzas con las monarquías petroleras con el objetivo de romper el frente árabe-palestino, y, de esa forma, perpetuar el enclave sionista de Israel al largo plazo. La estrategia utilizada por Hamas y sus aliados es arrastrar a Israel a un escenario de conflicto militar prolongado en el momento más inoportuno para los objetivos que este tiene en la región, y justo en el momento de su mayor debilidad interna como Estado.

Los imperios tras un nuevo orden en Medio Oriente

En los últimos tres años, Estados Unidos y Europa buscan recuperar la posición privilegiada que tenían frente a las potencias petroleras árabes, con las cuales sus relaciones quedaron sumamente debilitadas desde la abrupta salida de los norteamericanos de Afganistán e Irak, donde dejaron abandonados a sus aliados a su suerte, después de años de ocupación; y también después del fin del bloqueo a Irán, enemigo jurado de los saudíes. Desde esos hechos, varios países árabes comenzaron una ruta de distanciamiento de la poco confiable agenda norteamericana, y comenzaron un coqueteo con Moscú y Pekín, al punto de que muchos quieren hacer fila para ingresar a los BRICS. De hecho, Arabia Saudita, Emirato Árabes Unidos, Egipto Etiopia e Iran fueron admitido para ingresar a partir de enero 2024.

El presidente norteamericano, Donald Trump, trató de revertir esa deriva promoviendo nuevos acercamientos, contando con el entusiasmo de la Unión Europea, sobre todo después de que Europa se ha visto desabastecida progresivamente de los hidrocarburos provenientes de Rusia, a causa de las sanciones contra ese país. Un hito importante en esa ruta ocurrió el 15 de septiembre de 2020, cuando se estableció en la Casa Blanca uno de los más importantes acuerdos de los últimos tiempos entre Israel y países árabes, el “Acuerdo de Abraham”, entre el ministro de Relaciones Exteriores de Bahréin, Abdullatif bin Rashid Al-Zayani, el presidente de EEUU, Donald J. Trump; el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y el ministro de Relaciones Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos, Abdullah bin Zayed Al Nahyan. No obstante, algunos de los principales países árabes brillaron por su ausencia. Pero con el nuevo gobierno de Biden, esta estrategia cobro impulso y nuevos pactos avanzaron con Jordania, Egipto, Marruecos y ahora están a punto de ser sellados con Arabia Saudita.

El objetivo de los norteamericanos con estos pactos es avanzar en consolidar una buena relación con las monarquías petroleras árabes en momentos en que éstas se vienen desmarcando del dólar por comercializar petróleo con China y por comprar armas a Putin. Pero también tienen una intención geopolítica: aislar a Irán, tomando en cuenta que la nación persa se ha convertido en una potencia militar formidable en la región, con potencial nuclear a futuro.

La precondición para avanzar en mutuos beneficios tiene como pilar fundamental, nada más y nada menos, que el reconocimiento del Estado de Israel por parte de sus históricos enemigos, lo que consolidaría al Estado hebreo sobre el territorio que ocupa ilegalmente desde hace 75 años. Tan es así, que la Autoridad Nacional Palestina (ANP), adversario político de Hamas en Palestina, también se mete al ruedo pidiendo a los sauditas que le arranque migajas a Israel a favor de la causa palestina.

China en los últimos años intentó promover un acercamiento entre Irán y Arabia Saudita para impedir que ese escenario se concretara, pero los sauditas, tan oportunistas como millonarios, no apuestan a una sola canasta sino que, mientras en lo económico juegan a ingresar al BRICS y a establecer acuerdos comerciales con China para venderles petróleo en yuanes, en lo geopolítico se mantienen conservadores manteniendo sus alianzas político militares con Estados Unidos. No pueden apartar de su mente que su archi enemigo en el oriente medio es Irán, nación que apoya la insurrección yemení, para cólera de la monarquía de Riad.

Lógicamente, este curso no es visto con simpatía por Irán y Qatar (que financian los gobiernos palestinos en Gaza y Cisjordania), ni por la poderosa milicia Hezbolá en El Líbano, y mucho menos por el extremismo islámico de Hamas y Yihad Islámica, pues estos prevén que serán los “vendidos” en esta estrategia de negociaciones. Sus temores no son infundados; si tiene éxito esa estrategia, Irán y Qatar quedaran aislados, y, por otro lado, la causa palestina quedara relegada para muy largo plazo mientras el enemigo sionista contará con el beneplácito de los países árabes, hasta ahora aliados de Palestina.

Tómese en cuenta que Hamas tiene como objetivo constitutivo de su organización, la destrucción del Estado de Israel, por lo que su reconocimiento por parte de las monarquías de la región es considerado la más alta traición de la causa árabe del último siglo. Es terriblemente ofensivo para el fundamentalismo islámico que el país que está “normalizando” sus relaciones con Israel, es el mismo donde se encuentran los dos más importantes lugares sagrados del Islam: la Kaaba, en La Meca; y los templos sagrados de la ciudad de Medina. 

Es por esa razón que los norteamericanos tienen prisa por avanzar en su propósito, antes de que sus competidores chinos y rusos les ganen la partida; y, de hecho, hasta el momento de escribir este artículo, en los próximos días están a punto de establecer el acuerdo saudí-israelí.

¿Por qué la ofensiva de Hamas y por qué en este momento?

En este contexto adverso, Hamas y sus aliados han decidido no contemplar de brazos cruzados esta situación y decidieron poner toda la carne al asador. La audaz ofensiva de Hamas, a un costo que saben será altísimo en vidas e infraestructura, es una maniobra estratégica extremadamente osada, con la que tratan de patear el tablero geopolítico, obligando a los actores principales a definirse, sea como aliados o como traidores de la causa árabe, debilitando su imagen ante sus pueblos y promoviendo a su interior insurrecciones populares. No es casual que esta ofensiva se desarrolle a pocos días de que se instalen los diálogos para el pacto árabe-israelí, promovido por Biden.

Hamas aprovecha también una coyuntura interna en Israel. El gobierno de Netanyahu, principal soporte del ala dura sionista, desde hace un año que es asediado por gigantescas movilizaciones ciudadanas del pueblo israelí, las cuales exigieron su renuncia por actos de alta corrupción. Este personaje promovió una reforma judicial que buscaba encubrir a la elite corrupta de Israel.  A tal punto llego el repudio en su contra, que perdió el poder y no pudo elegir un nuevo primer ministro. Una coalición de fuerzas políticas moderadas y de ultraderecha, unidas por su repudio a Netanyahu, nombraron en su lugar como primer ministro a Naftali Bennett.

En tal situación, Netanyahu anhela recuperar prestigio y Hamas lo sabe. Después de estar acorralado contra la pared, la ofensiva de Hamas le vino a Netanyahu como un salvavidas político, o al menos eso es lo que él cree. Cierto es que él no la provocó, pero todo indica que quiere aprovecharla. ¿Cómo? Dejando que transcurriera. Es imposible que estando a la cabeza del aparato de inteligencia y espionaje más eficaz del mundo (el Mossad), Netanyahu no se haya enterado de la organización de una ofensiva de gran escala emprendida por Hamas, que viene siendo preparada con años de anticipación. Para su conveniencia, solo tenía que hacerse de la vista gorda y planificar como aprovecharía esta oportunidad de oro ante la opinión pública y los militares israelíes, indignados por los golpes propinados por su enemigo militar.

Una vez en marcha la ofensiva de Hamas, Netanyahu, ni corto ni perezoso se colocó de inmediato al frente de la nación judía, en el marco de un gobierno de “unidad nacional”, para liderarla contra “los terroristas”, opacando al Primer ministro Bennett y prometiendo vengar la sangre derramada por Hamas con más sangre, para variar, es decir con los más salvajes actos de represalia contra la población civil palestina (“como nunca se ha visto”, en palabras de este genocida), contando para ello con el aliento de las potencias occidentales.

Ciertamente, Netanyahu recupera temporalmente el poder en su país, ordenando la movilización general de la población para la guerra, enviando al frente a quienes en su momento se manifestaban en su contra; pero lo hace en el momento de su mayor debilidad política, cuando menos el pueblo israelí confía en él. Un factor que seguramente pesará al largo plazo en el curso de la guerra.

Perspectiva militar: un vietnam israelí a la vista

Desde el punto de vista militar, la ofensiva de Hamas ha tocado el orgullo de Israel, porque busca arrastrarlo a comprometerse en una guerra terrestre, adentrándose en La Franja de Gaza, donde con seguridad le tienen preparada una ratonera que daría lugar a una verdadera carnicería. La alternativa que tiene Tel Aviv es castigar con fuego aéreo y misiles lanzados contra población civil, pero eso solo ensombrecerá su imagen ante el mundo en general y ante el mundo árabe en particular, volviendo poco viables los intentos de “normalización” mencionados.

En perspectiva, esta situación no solo puede ser el “vietnam” del sionismo, sino que puede reiniciar una nueva insurrección generalizada, o Intifada, de los millones de palestinos en todo Israel y El Líbano, en especial Cisjordania. No se descarta que, a medida que el conflicto militar se agudice, otras milicias, como Hezbolla (que ya derrotó en 2006 al ejército israelí en El Líbano), entren en acción, con apoyo de Teherán, regionalizando el conflicto. Con todo, la pesadilla apenas comienza para el gobierno de Netanyahu; un escenario realmente temido tanto por los israelíes como por las vendidas monarquías árabes de la región.

Los gobiernos norteamericanos y europeos saben que este escenario es inconveniente para sus planes y trataran de evitarlo, pero para ello, requieren exterminar primero a Hamas, y no dudaran en apoyar para eso a su consentido Estado sionista, tanto política como militarmente, argumentando el derecho de Israel a defenderse; argumento que no mencionan cuando el atacado es el Pueblo palestino, que es el 99% de las veces

Acabar con la raíz del problema, construyendo un Estado Palestino laico, democrático, multiétnico y pluricultural.

Cuánto durará esta situación y hasta donde nos llevará, lo dirán los próximos acontecimientos, pero desde ya asoma el infierno en Gaza, que amenaza ser una nueva trituradora de carne humana, bajo las órdenes de Netanyahu.

Frente a esta realidad, no se puede ser neutral. El problema debe ser solucionado desde sus raíces, lo cual no tiene que ver con aprobar los métodos del extremismo de Hamas, que arrasa por igual con civiles y militares.

Desde inicios del siglo XX, bajo los dictados del imperio inglés y el financiamiento de la gran banca Rothschild y Herzel, el pueblo palestino fue despojado de su territorio progresiva y violentamente, condenando a sus habitantes a una vida de destierro, encierro y entierro, que en pleno siglo XXI es una vergüenza para la humanidad. Un tétrico ejemplo de esto es que la Franja de Gaza es considerada la prisión más grande del mundo, en la cual se apiñan 2.1 millones de personas en un territorio de 360 kms cuadrados, equivalente a menos de la cuarta parte del Distrito Central de Honduras.

Sobre ese despojo brutal se construyó el Estado de Israel en 1948; un estado confesional, excluyente y opresor, que mantiene a los palestinos bajo un régimen de “apartheid” violento. Y es precisamente tal estado de cosas lo que mantiene a esta zona del mundo en una guerra eterna, cuando antes era pacífica y convivían habitantes de múltiples orígenes étnicos y credos religiosos. Ese Estado opresor es mantenido con el apoyo económico y militar de los Estados Unidos, porque le sirve como un enclave en medio del mundo árabe para cuidar sus intereses petroleros en la región.

Si se quiere devolver la paz a esta región, ese tipo de Estado no debe continuar más y la intervención imperialista también debe cesar, pues es una amenaza para todos sus habitantes, y para la paz regional y mundial. Palestinos y hebreos, musulmanes, judíos y cristianos tiene derecho a coexistir pacíficamente, como sucedía antes de la ocupación impuesta por los ingleses y por el movimiento sionista, en el marco de un nuevo Estado laico, democrático, multiétnico y pluricultural, en el que nadie sea excluido, y todos y todas puedan convivir como seres humanos iguales en derechos, profesando la religión que deseen.